Vitoria. Pese a que la encarnizada lucha que mantuvo el pasado curso con su compañero de equipo Mark Webber provocó que salieran a la luz ramalazos de fuerte carácter, necesarios sin duda alguna para sobrevivir en la jungla de asfalto que es la Fórmula 1, Sebastian Vettel es uno de los tipos más afables y ocurrentes que pululan por el paddock. Perenne portador de sonrisas, el piloto alemán no tiene ningún problema en dar buena cuenta de un cuenco de cereales sentado en las escaleras de su motorhome y rodeado por las masas mientras el resto de competidores prefiere el hermetismo de las lujosas estancias interiores, como tampoco tiene problemas a la hora de relatar pasajes de su vida privada en las entrevistas, como aquella vez en la que, aún en edad escolar y totalmente enamorado de una compañera, invirtió las escasas monedas que tenía en una máquina expendedora para sacar un anillo que luego no tuvo oportunidad de entregar a su amada. "Ha sido la peor compra de mi vida. Tuve que sacar cinco chicles para llegar al anillo", suele recordar divertido.

Así es Vettel, el campeón del mundo más joven de la historia, un hombre amante de la velocidad y de la competición entre cuyas peculiaridades figura bautizar a sus monoplazas con nombres de mujer. El de hace dos años fue Kate Dirty"s Sister (la hermana guarra de Kate), mientras que los dos chasis de 2010 que le llevaron al Olimpo de los títulos se denominaban Luscious Liz (seductora Liz) y Randy Mandy (Mandy la caliente). Esta misma semana anunció que su RB7 iba a pasar a llamarse Kinky Kylie (pervertida Kylie) "porque como la cantante australiana Kylie Minogue tiene un trasero apetitoso, es suave y bonita de ver". A esas seductoras cualidades hay que añadir, visto lo visto este fin de semana en Albert Park, que Kylie es rápida, tremendamente rápida. En calificación no hay nadie que pueda seguir su estela y en carrera, pese a que su superioridad no es tan aplastante, tiene todo lo necesario para llevar a Vettel hasta la victoria. Otro prodigio made in Newey.

El Mundial de 2011 arrancó como cerró el telón el de 2010, coronando a un alemán de 23 años llamado a llenar muchas páginas del libro de oro de este deporte. La unión que forman el piloto y su montura es tremendamente eficaz y gobernó con mano de hierro la carrera que se ha dado por denominar la primera de la nueva era de la Fórmula 1. No fue para tanto. Cierto es que el nuevo reglamento ha aportado mayores dosis de incertidumbre, pero ni la degradación de los neumáticos, ni el alerón trasero móvil ni el regreso del KERS produjeron el caos que muchos predijeron. De hecho, la carrera de Vettel fue comodísima. Protagonizó una salida perfecta, sin agobios, y en el primer paso por meta su renta era ya de 2,4 segundos con respecto a Lewis Hamilton, quien tras defender su posición con Mark Webber en la salida también tuvo camino libre para acabar segundo pese a correr parte de la carrera con parte del suelo de su monoplaza rozando el asfalto.

Dos paradas, lo mejor Pese a que antes de la carrera había cábalas para todos los gustos, la mejor estrategia acabó resultando la de dos paradas en boxes. Con ella triunfó Vettel, le siguió Hamilton y alcanzó el podio el sorprendente Vitaly Petrov. El ruso, con un Renault cuyo rendimiento se prevé sobresaliente esta temporada -¿hasta donde podría llegar con él Robert Kubica, al que ayer se echó mucho de menos en Melbourne?-, protagonizó una extraordinaria salida para colocarse cuarto y posteriormente supo gestionar la adherencia de sus neumáticos para pasar solo dos veces por boxes, una menos que Fernando Alonso -el asturiano se tuvo que marchar a la hierba en la salida, lo que le levó a caer hasta la novena plaza-, Mark Webber y Jenson Button, cuarto, quinto y sexto respectivamente.

Con Mercedes muy lejos del buen rendimiento de los tests, el Mundial promete emociones fuertes en la lucha entre Red Bull, un paso por delante que el resto, McLaren, muy mejorados después de sus pobres ensayos invernales, y Ferrari, con gran ritmo de carrera pero un gran hándicap en la calificación. Por el momento, la pervertida Kylie no tiene rival. Por eso Seb acarició con tanto cariño su morro antes de subir a lo más alto del podio.