EN la París-Niza -ayer amaneció la carrera del sol sin prólogo y con una etapa en línea tan llana como intensa que la ganó el joven belga De Gendt en el filo al resistir heroico al pelotón, que entró soplándole en el cogote- no está el podio del último Tour de Francia. No está Alberto Contador, que vuela y gana en Murcia en su camino hacia el Giro, lejos de la carrera que, después del Tour, más le ha proporcionado. No está Andy Schleck, poco habitual en estas fechas, nada madrugador. Y no está Denis Menchov, principalmente, porque su equipo, el Geox-TMC de Matxín, no corre porque ASO, como en el Tour, le ha vetado, o no le ha invitado, que viene a ser parecido. En la París-Niza, ausentes muchas figuras, -tampoco están los ganadores del Giro, Basso, o la Vuelta, Nibali, ni Fabian Cancellara, patriarca de las clásicas-, el foco, la luz del presente es para las jóvenes.

La París-Niza alumbró antes de ser quienes fueron a gigantes como Indurain (1989 y 1990); a chicos delgaditos y rabiosos como Contador (2007 y, después, 2010); era el jardín de Sean Kelly, que ganó siete años consecutivos en los maravillosos 80; fue, en 2010, la pila bautismal de Peter Sagan, eslovaco, 21 años ahora y que, con uno menos, logró dos victorias de etapa en la carrera francesa de una belleza y contundencia insondables. Sagan no es como mira -sus ojos profundos y tristes- ni como habla -torpe, tímido y prudente-. Sagan es, como dice Mario Scirea, gregario tantos años de Mario Cipollini y director ahora del Liquigas, el equipo de Basso y Nibali, un portento físico -nada definitorio, pues hubo muchos en la historia, jóvenes prometedores que se quedaron en la cuneta- con una vena competitiva terrible. Comparable, dicen los expertos, analistas que se alimentan de otros tiempos, del pasado, que es en lo que anda siempre el ciclismo, mirando atrás continuamente, sus huellas, en un ejercicio nostálgico inherente a un deporte viejo -"jamás cambiará su esencia; siempre será cuestión de un ciclista, una bicicleta y una carretera", suele decir Unzue- a Eddy Merckx, el ciclista más hambriento de siempre.

los curso de Van den Broeck Tiene esa voracidad Sagan, que corre este año con la ambición de triunfar en alguna de las grandes clásicas -apuntan que Milán-San Remo, hablan de la Lieja, suenan la Flecha Valona, la Amstel, el pavés... quién sabe- y le apodan ya le nouvelle Eddy Merckx, aunque es eslovaco y no belga, donde pesa mucho más esa etiqueta. Una losa plomiza que rehusó cargar, por ejemplo, Philippe Gilbert, escarmentado de tanto joven descuartizado por la presión. "No quiero que me comparen con nadie, menos con Merckx". Así corre. Sin peso. Gilbert no está en la París-Niza, pero sí su compañero Jurgen van den Broeck, 28 años, quinto en el pasado Tour, que habla como de puntillas de sus aspiraciones de podio este año en la Grande Bouclé, aconsejado, quizás, por el psicólogo que ha contratado para afrontar una exposición pública traumática en el país de El caníbal. "Hablamos mucho y eso me ayuda a conocerme, lo que, en cierto modo, me descarga de presión. Ahora pienso lo que he sentido luchando por la quinta plaza del Tour y me digo: ¿que sentiré si lo hago por el podio?", cuenta el belga, que en esa cruzada despiadada contra el estrés se ha alistado en un curso de preparación de medios, un escudo ante el asedio de la prensa. En más de tres décadas, solo Lucien van Impe, que ganó el Tour del 76 y fue segundo en el 81, ha superado ese examen. Desde entonces, ningún ciclista belga ha escalado al podio del Tour.

Al Tour no quiere ni mirar Romain Sicard, la perla de Euskaltel-Euskadi, sumido en un viaje paciente, terrenal, alejado del bullicio abrumador que se genera en la Francia ciclista, tan nostálgica, o más, que la apasionada belga, cada vez que un ciclista galo levanta un palmo del suelo. Es Hinault, gritan. Es el nuevo Hinault, se maravillan y se abrazan como si hubiese acabado una espera insoportable. "Todo eso", dice él, que es claro y terco como lo era Hinault, "no me afecta. Yo sé que voy, que tengo que ir, lento, pero seguro. Solo así llegaré a donde tengo que llegar". Que es, nadie lo sabe precisar, lejos, aunque en la París-Niza corra a la sombra de Samuel Sánchez. "Que es donde tiene que ir ahora, no hay prisa", dicen en Euskaltel.

Hay más países que esperan un ciclista que les ilumine. En Holanda esperan, por ejemplo, a Gesink, joven y tan apasionado que se excede. En el entrenamiento y en los sueños. "Querer el podio en la primera vez que se va a por él quizás sea demasiado", dice uno de los cuatro españoles del Rabobank, que no tiene a Gesink, el nuevo Zoetemelk, en Niza, sino a Luis León Sánchez, para ganar como ya hiciera en 2009.

De todo eso, de la presión de una afición, no entiende nada Tony Martin, 25 años, un roble, talla alemana, y gran favorito en la París-Niza, porque en su país no esperan nada del ciclismo. No hay equipos grandes en 2011 y en 2012 la televisión pública apagará el Tour.