Madrid. Cuando el destino está escrito, poco se puede hacer para cambiarlo. El Madrid de Ettore Messina volvió a estrellarse ayer contra el muro del todopoderoso Barça. El conjunto blanco se empotró contra la lógica, cumplió el papel que se le había reservado en una Copa que debe reinventarse para recobrar las emociones que la convertían en un torneo imprevisible y vibrante, diferente a cualquier otro. El Barça ganó porque tenía que ganar. No había otra alternativa. Por mucho que la organización se empeñe en diseñar el torneo -robándole frescura- con sorteos teledirigidos, en esta descafeinada edición, donde todo ha acabado siendo como tenía que ser, el título estaba asignado de antemano.

Porfió el Madrid para evitarlo. Cuajó un buen partido, bien trabajado desde el banquillo, y conservó sus esperanzas de gloria hasta que el Barça dio el golpe de gracia en el último cuarto. Messina por fin pareció dar con la tecla para anular una de las grandes amenazas del equipo azulgrana, un Navarro al que la pegajosa defensa de Prigioni y Tucker dejó de nuevo sin MVP. Pero no bastó para contener a la bestia. El Barça no es sólo Navarro. El Barça es mucho más. Hoy por hoy, en Europa es todo.

Xavi Pascual dispone de demasiados argumentos en su banquillo como para bloquearse porque el rival de turno consiga paralizar al corazón de su equipo. Las máquinas no necesitan de vísceras. Y así quedó patente en el transcurso de un encuentro que marchó muy igualado gracias a la superioridad de Ante Tomic en su duelo particular con Perovic, incapaz de hacerle sombra en ninguno de los dos tableros. Con el croata entonado y un Carlos Suárez muy activo, el Madrid trató de modificar las coordenadas del partido. Pero le resultó imposible. Daba la impresión de que los blancos lo estaban bordando y de que al Barça no le salía nada, pero era el combinado catalán el que mandaba siempre en el marcador.

Ante la acertada estrategia de Messina para dejar fuera del duelo a Navarro, el Barça tuvo que explorar otras vías para producir en ataque. Y apareció Anderson, un tipo al que Chichi Creus rescató del olvido, de las oscuras ligas de desarrollo en las que se pudría incomprensiblemente, y que ha abandonado Madrid como el mejor jugador del torneo. A él se aferró el equipo azulgrana, obtuso y sin clarividencia en ataque hasta que Pascual acabó por ceder a la evidencia y conceder los galones en la dirección a un Víctor Sada que, hoy en día, está en disposición de discutirle la titularidad y cualquier piropo a Ricky Rubio.

Con la segunda unidad, un enorme derroche de músculo y la mayor frescura de los pívots -a Tomic se le agotó el combustible-, el Barça comenzó a aplicar el rodillo tras el descanso. Así fue acabando definitivamente con la final. Lentamente, sin estridencias, la bestia fue asfixiando a su presa. La canasta azulgrana quedó sellada y el Madrid tuvo que sudar sangre para anotar. Sólo la fe de Prigioni y un par de acciones aisladas de Sergio Rodríguez permitieron al conjunto blanco abrazar al rival en el marcador antes de que se cerrara el tercer capítulo del encuentro. Pero del parqué ya se escapaba un inconfundible aroma a muerto.

Los médicos pudieron certificar la defunción del conjunto de Messina en cuanto arrancó el último periodo. Un parcial de 2-7, con Lorbek sacando a relucir su prodigiosa muñeca y Sada metiéndole pimienta al ataque culé, condujeron la renta hasta la decena de puntos. Las gradas del Palacio de los Deportes, inundadas de aficionados merengues que desde luego no habían estado presentes los tres días previos, se apagaron. El Madrid entró en barrena, revivió dramas recientes, y el Barça comenzó a gozar. Un alley oop de Sada a Fran Vázquez, un triple in your face de un desafiante Morris a un apagado y desaparecido Felipe Reyes y un descomunal mate de Ndong incrementaron la renta a quince puntos y cubrieron de tierra el féretro blanco.

Para entonces Messina ya miraba al suelo. Una vez más el Barça le había pasado por encima. Ayer dio con algunas teclas para desactivar la máquina azulgrana, pero no bastó. Tenían que cumplir el guión establecido. Y el Madrid, como viene siendo habitual, tenía reservado el papel de víctima propiciatoria.