MELBURNE. Murray, el hombre que pretende heredar la conquista de Fred Perry, el último británico, en 1934 en alcanzar la gloria en Australia, tardó 3 horas y 46 minutos en acabar con la resistencia del español, que, igual que en el Abierto de Estados Unidos 2007, cuando salió malparado ante Djokovic, se despertó de mala manera de su sueño.
Al revés que en aquella ocasión, Ferrer disputó el partido. Lo peleó hasta la extenuación con la idea de dar un golpe en la mesa y cuestionar la condición de intratable de uno de los cuatro gigantes de la raqueta que apenas dejan espacio a los demás.
El alicantino, que sale del Melbourne Park como sexto jugador del mundo, por encima del checo Tomas Berdych, afrontó el envite con el impulso que conceden las nueve victorias cosechadas en el 2011 y que le propinaron el torneo de Auckland, hace dos semanas.
Tuvo su momento en el segundo set, cuando después de haber conquistado el primero estuvo a un punto de sumar la segunda manga. Fue cuando el escocés tiró un saque imposible y frustró las previsiones del español.
Hasta ese momento Ferrer dio lo mejor de sí mismo. Mantuvo un cara a cara con el británico, desquiciado y falto de concentración en cuanto su rival le daba una respuesta. Ferrer respondió bien a cada 'break' del escocés con otro de su lado. Murray tuvo en su mano tomar ventaja con 3-3 y un 15-40 que el alicantino remontó. Luego, crecido, rompió en el noveno y amarró el set.
La final se le puso de cara. Imponente físicamente y concentrado, el mejor restador del circuito trasladó la ansiedad a su rival. Es Murray un derroche de talento. De movimientos impecables y brazos largos, eternos, para capturar la bola. Cuenta además con el saque. El primero, sobre todo. Un seguro ante cualquier contingencia.
No estuvo muy provisto de él al principio y eso le generó dudas. Empezar el punto con el segundo daba cierta ventaja a Ferrer, preciso en cada golpe.
En el tramo final del segundo parcial le apareció de nuevo. Le levantó en el punto de set que dispuso el español. Y más tarde para cerrar la manga en el desempate y devolverle al partido.
Firmó puntos mágicos Andy Murray, paralelos imposibles, en carrera. Beneficiado por la desazón del español, ganó el tercero como un tiro.
David Ferrer volvió al partido en el cuarto. No suele hacer concesiones el español. Y esta vez tampoco. Ni siquiera se resignó cuando su rival tomó una nueva ventaja con una rotura a favor. David reaccionó. Se vino arriba aunque careció de opciones para amarrar el set. Mantuvo el tipo de nuevo hasta el 6-6. Hacia un nuevo desempate, que impulsó a Murray hacia su tercera final de un Grand Slam.