HOY, como todos los 23 de enero, es mi cumpleaños. Hace 90 años que un grupo de entusiastas vitorianos tuvo a bien sacarme a la luz y me bautizaron con el nombre de Deportivo Alavés (el Glorioso para los amigos, con el paso del tiempo). Era presidente del Gobierno Eduardo Dato (persona que demostró gran afecto hacia Vitoria), el que da nombre a la calle más transitada de la hoy capital vasca (¡quién lo iba a decir en aquellos tiempos!), a pocas semanas del atentado que le costó la vida. Y el alcalde de Vitoria por aquel entonces era el catedrático de Literatura Herminio Madinabeitia, con calle en la zona sur de la ciudad y durante su mandato se preocupó de que se erigiera el monumento al político asesinado existente en la Florida.
Nací en domingo y fue un frío día de invierno. Como hoy. Al parecer inicié mi andadura con una apariencia bastante frágil, como lo estoy en estos instantes de mi azarosa vida. Últimamente me miro al espejo, contemplo mi aspecto enfermizo y descubro que, después de dedicar casi la totalidad de mi existencia a dar felicidad, diversión y alegrías a mis conciudadanos, yo también necesito de su ayuda, de sus cuidados y desvelos. Ha llegado la hora de recoger algo de lo mucho que he dado a lo largo de mi extensa historia. Como bien dice el doctor Rodríguez, el médico que vigila de cerca mi enfermedad desde hace un tiempo, estoy gravemente enfermo, de pronóstico reservado y necesitado de una transfusión urgentemente. Y en esas estamos, a la espera de un donante que apacigüe mi dolor y alargue mi existencia. Aunque cumplir noventa años, tal y como está el mundo del fútbol hoy día, es una cifra nada despreciable.
Esta mañana, como corresponde a alguien de mi edad, me he levantado temprano, muy temprano. Por los ventanales se percibe que hace mucho frío. Quizás haya sido esto lo que me ha despertado a una hora inusual. Le doy vueltas a cómo va a ser el día de hoy, pero no puedo olvidar otras cuestiones que me tienen angustiado. Si se cumplen los malos presagios, el próximo miércoles 26 puede empezar el principio del fin. Porque no por esperada es menos mala la noticia de que se acaba el plazo para pagar la deuda contraída con la Seguridad Social. De no hacerlo, sacarán a subasta unos terrenos que constituyen lo poco que me queda de mi patrimonio. En los acuerdos de pago que se suscribieron anteriormente no se contemplaba ninguna otra prórroga. Inmediatamente, un frío de muerte recorre mis maltrechos huesos.
Desde el comienzo de la temporada he estado escuchando que este acontecimiento iba a ser especial. Pero, curiosamente, casi no me hace ilusión. No sé, es una sensación extraña; no estoy contento e, interiormente, muy nervioso. El día tampoco ayuda: frío, mucho frío, desapacible? Pero, por otra parte me digo, ¡qué narices! 90 años no se cumplen todo los días. Si el problema tiene solución no hace falta preocuparse; y si no la tiene, preocuparse no sirve de nada. Así que, cuando me canten esta tarde el cumpleaños feliz gozaré como un niño y compartiré vivencias y anécdotas con los muchos amigos que vienen a mi fiesta. Del encuentro con las fuerzas vivas de la ciudad seguro que sale alguna buena nueva. Sí, me voy animando y me están entrando unas ganas intensas por vivir. Y quiero disfrutar del aniversario con todos vosotros, mis invitados. Mañana? mañana será otro día.