Mira hacia arriba, intrépido, imagina, evoca, sueña despierto, mientras las luces blancas recorren su perfil, estilizado en las labores de cancha. "A veces, dices: ¡Bah! Otro campeonato. Pero una vez que empiezas a entrenar y juegas el primer partido, las pilas se cargan solas", admite Juan Martínez de Irujo, con 29 años y unas vitrinas llenas de txapelas. Relativiza el de Ibero. "Una vez que empiezas a jugar te pica el gusanillo, p"alante hasta el final. Si no, ¿para qué empiezas...?", remacha. Es su vena competitiva la que sobresale bajo los ojos inquietos, mirada grácil, traviesa. Minutos antes, tiempo antes de que el campeón manomanista se sentara en un mullido sillón del hall del centro de rehabilitación y entrenamiento Zentrum, situado en Iruñea, para atender a DNA, el de Ibero trataba de encontrar con una foto-finish al vencedor de una carrera entre Mikel Beroiz y él. El gen competitivo aflora con carácter, con una manera de jugar especial. "En la cancha hay que tener un poco de genio. Yo soy muy competitivo, me gusta ganar. Soy competitivo al cien por cien", confirma el delantero. Se le ve en su gesto tranquilo, mientras está sentado, pero espídico cuando alcanza la el frontón.

Las paredes del manista, sus pilares, sus centímetros cúbicos de emoción se disparan cuando tiene que hablar sobre su familia. "La vida te cambia de un día para otro, radical, pero para mejor". Se muestra contento. En su rostro se dibuja una sonrisa. "Como aitatxo me encuentro bien. Hay días que cuesta más y otros días te toca entrenar fuera y estar menos", desgrana el iberoarra. Arhane, la hija de Juan, le quita el sueño, le da la vida. "Siempre he sido niñero", describe el delantero, quien invierte también sus horas en estar el mayor tiempo posible en casa con la familia, aunque haya que cambiar pañales. "Cuando toca, toca. Al principio andas un poco perdido, pero al tercer día ya, aprendes por narices". "Ahora da mucha guerra. Es buena, pero se despierta de noche. Con un año y medio o dos ya puedes jugar con ellos y es más entretenido", teje con sus palabras Irujo el manto que envuelve su vida fuera del frontón, fundamentada entre la familia y los amigos. Más aún en estas fechas en las que se acerca la Navidad. "Serán las primeras con Arhane y serán especiales. Este año vendrá Olentzero a casa y todo. Saldremos a la calle a verlo y estaré con la familia. El día 25 me tocará jugar, pero será el día que más a disgusto tenga que jugar a pelota. El día de Nochebuena me gusta estar a gusto en casa con la familia", señala. Asimismo, el delantero todavía no espera unas fechas invernales demasiado movidas por los compromisos familiares ya que la niña "todavía ni se entera". "El año que viene ya será más movida. Aunque ya muestra su genio", admite Juan.

"no me cuesta dormir" Anclado en otro de los cimientos del espejo interior del iberoarra está la otra familia: los amigos -"¿ir con la cuadrilla a la sidrería? ¿Por qué no? Hay que hacerlo, porque si no... Hay que salir disfrutar y estar con la gente"-. "La planificación nos la marca el partido, pero un día de fiesta sí que solemos tener. Y lo aprovechamos. Cuando pueden los amigos, que trabajan de lunes a viernes, no puedes tú. En algunas ocasiones, sí que puedes quedar con la cuadrilla. A mí me gusta jugar bastante a cartas. Siempre te juntas a jugar". Un trato innegociable para el de Ibero, que este viernes, dos días antes de la final del Cuatro y Medio, no faltará a la cita con el mus. "El viernes iré a jugar a cartas. Hay días que no se puede, pero este viernes iré. El sábado correré un ratito y descansaré con la familia. Lo que no voy a hacer es ir a ver la final de Segunda al Labrit. No lo veré ni por la tele, no quiero saber nada de pelota", desvela Irujo, quien muestra la hoja de ruta que seguirá hasta que el domingo se vista de blanco para enfrentarse a Abel Barriola. La liturgia que seguirá el delantero navarro ante la final del Cuatro y Medio será similar el domingo a las que lleva realizando en sus últimas contiendas por la txapela. "Estaré un rato en casa, después saldré a pasear y a correr un poco, que me gusta antes de la final. Después me ducharé, si tengo que afeitarme me afeitaré y, después, a comer en casa de la amatxu y al frontón. Si es partido importante me gusta ir a comer a casa de la amatxu y así no tengo que preparar nada". Se ríe el manista de Ibero, quien afirma que "mi madre está más nerviosa que yo, pero está deseando que siga llegando a las finales". "Duermo bien antes de las finales. No me cuesta. Sin embargo, otros días, antes del partido, me gusta dormir un poco más, hasta las 10.30 o así, pero ese día a las 9.00 abro los ojos, y cualquier otro día igual me duermo, pero ese día no puedo", sostiene el delantero.

La vista del manista, más allá del presente, ve lejana todavía una posible retirada del mundo de la pelota a mano. "Tengo 29 años, me quedan seis de contrato y, si sigo teniendo suerte con las lesiones y continúo como hasta ahora, la retirada la veo lejana", manifiesta Irujo, que, a su vez, asevera que "tienes tus cosas montadas y ahí están. Tampoco tienes tiempo y tampoco está el tema para andar echándolo por ahí. El que tenga para tener en el colchón que lo tenga".

"¡claro que cambias!" Los pilares del tiempo, las hojas de los calendarios, las paredes que sujetan el vaivén de los días, caídos en el camino de Juan, se cuentan por finales. 13 batallas en siete años. Una inmensidad. "Es la 13 y punto. Si me paso cuatro o cinco años sin jugar una final entonces le llamaremos el número maldito. Si pudiéramos jugar en marzo la número 14, la del Parejas, no estaría nada mal", remata el delantero. El paso de los campeonatos, sin embargo, han dejado huella en el carácter del actual campeón manomanista, las mellas del tiempo transforman el espíritu. "¡Claro que cambias! Te conoces a ti mismo, a la hora de entrenar y adquieres más experiencia y saber estar en la cancha. Puedes tener más presión, es diferente. Igual cuando debuté tenía más frescura a la hora de golpear", plasma Juan. Mira hacia delante, pensativo, sus ojos se vuelven inquietos a su alrededor. "Ahora tengo que irme a calentar un poco las manos", añade. Se levanta, recoge sus aperos y se dirige hacia el coche. Con el Labrit, imponente, como abrigo, en soledad, Juan se concentra. "Esto es lo peor, pero tengo que hacerlo" y coloca la profesionalidad por bandera. "Normalmente vengo con el Mp3 y mientras escucho música". Golpea, entonces, el cuero. Lo amasa, lo acaricia. Y la pelota, muerde las paredes de su cancha favorita, el Labrit. Las paredes de Irujo.