si yo fuese Mosquera, tendría claro lo que hacer en la Bola del Mundo. Estaría convencido de que no puedo esperar al final, de que atacar de lejos es la única forma de ganar. Saldría en la etapa pensando en cómo poner nervioso a Nibali, en que quizás atacándole a unos siete kilómetros de meta descolocaría al italiano. Tendría la absoluta seguridad de que atacarle una y otra vez para probarle sería la manera más eficiente para que éste fallara.
Si yo fuese Mosquera, de todas formas, tendría también dudas, sobre todo después de que ayer, en Toledo, me cayesen otros 12 segundos que hacen que la remontada sea algo complicadísimo.
Si yo fuese Nibali, por el contrario, también lo tendría claro. Cogería a Kreuziger, le mandaría poner un ritmo constante en la ascensión definitiva y no me preocuparía de que la gente se fuese hacia adelante. No perder los nervios sería mi prioridad. Me acordaría, por ejemplo, de los Lagos de Covadonga, donde Mosquera atacó de lejos y a ritmo, sin volverse loco, consiguió el italiano que la diferencia fuese de apenas 10 segundos. Mantendría la cabeza fría como entonces y sería muy consciente de que en esos tres kilómetros no me puede caer un mundo a no ser que me desfonde -lo sé porque lo he subido, dos veces durante alguna de las concentraciones que hice en Navacerrada en aquellos tiempos míos de ciclista-.
Y, por último, si yo fuese Euskaltel-Euskadi, jugaría mis bazas para rematar la Vuelta con una cuarta victoria. Es factible. Sobre todo porque tanto Mikel Nieve como Amets Txurruka están en un momento sensacional. Será, se lo digo, un espectáculo.