Al décimo día de caerse en la primera etapa de la Dauphiné Liberé, el 9 de junio, un costalazo tremendo en el que entre rasguños y heridas tuvo su muñeca un desafortunado y brusco encuentro con el suelo que le provocó una fractura dolorosísima y le mandó para casa, Haimar Zubeldia (Usurbil, 1977) quiso volver a montar en bicicleta. Un mensaje de Armstrong, "ánimo, te guardo la plaza", su propia determinación -desde que lo conoció en 2001, Haimar siempre vivió para el Tour, para su gloria y su fatalidad- y el hábito -nueve temporadas consecutivas orbitando en torno a la carrera gala-, le tuvieron durante semana y media, sus días y sus noches, confiando en el milagro de la recuperación. Estaba obcecado. Con julio. Con el Tour. Hacía tres sesiones de rodillo diarias, acudía al fisioterapeuta, ejercitaba la muñeca dolorida... Y no sirvió para nada. Porque aquella mañana soleada de Zarautz, viernes, 18 de junio, volvió su bicicleta a rodar por la carretera, sintió el viento acariciándole el rostro, pero no pudo levantarse del sillín. Apoyaba su peso sobre la mano dañada y era incapaz de soportarlo. Volvió a casa cabizbajo porque vio lo que llevaba diez días sin querer ver: tendría que renunciar al Tour. "Y quizás eso fuese lo más duro", dice ahora tras un agosto revitalizador en el que ha sido cuarto en la Clásica de Donostia y ha vuelto a conocer el triunfo diez años después -prólogo y general final del Tour de L"Ain-; "me refiero al hecho de tener que decidir yo mismo -Bruyneel y Armstrong le concedieron esa confianza extrema- que no era capaz de correr el Tour en esas condiciones". Lo hizo. Borró su propio dorsal del Tour. "Y nadie sabe, sólo la gente que siempre está cerca de mí, lo que aquello me dolió", rescata.

Aquel julio vacío, sin Tour, tan extraño, "sufrí al ver las primeras etapas porque estaba tan acostumbrado a correrlo que no concebía estar al otro lado", revolvió, sin embargo, las entrañas de Haimar. Le dio el punto de enojo preciso, la chispa adecuada con la que todo arde, que, el reproche que le acompaña siempre, le falta a su trayectoria deportiva. "Quizás fuese rabia, quizás otra cosa, no lo sé exactamente. Lo que sí noto es que tengo el ansia por correr que nunca he tenido en los años que volvía del Tour completamente vacío física y mentalmente". En julio, como remedio a su desazón, entrenó como un sádico. Junto a Markel Irizar. En Pirineos. Altura para elevarse. El 31 de ese mes reapareció en Donostia y fue cuarto, su mejor puesto de siempre en la carrera de casa, pese a enfrentarse a las piernas rítmicas de los ciclistas caídos del Tour. Dos semanas después, ganaba el prólogo del Tour de L"Ain y la general final de la carrera francesa. Su reencuentro con el triunfo una década después de aquella crono de Mendaro de la Euskal Bizikleta que se llevó ante Igor González de Galdeano y David Etxebarria. En ninguno de los dos años, 2000 y 2010, ha corrido el Tour.

"No será casualidad, seguro. En julio lo pasé mal porque no estaba preparado para no ir al Tour. Mentalmente me dolió mucho. Se me juntó todo porque lo sentí como algo desgraciado que no tiene nada que ver con que te dejen fuera por criterios deportivos. Estaba bien y quería estar en el último Tour de Lance. Sufrí, pero encontré un revulsivo para darle la vuelta a la situación", concede el usurbildarra, el ciclista entregado al Tour -dos veces quinto, una vez noveno- cuyo palmarés ha permanecido yermo, inalterable, durante una eterna década. "Los primeros años sí le di vueltas a esa cuestión. Ganar fue algo que me quitó el sueño por un tiempo, pero luego dejó de hacerlo". La catarsis llegó cuando Haimar se interiorizó a sí mismo, se comprendió y reconoció a un ciclista en continua discusión con la potencia tan necesaria en los metros finales. "Y, sobre todo en los últimos años, mi rol ha cambiado. Ahora me dedico a trabajar en las grandes citas para que otros puedan ganar. Hay calendario para todos, pero ganar no me obsesiona", asegura el corredor del RadioShack, que no ha sido invitado a la Vuelta, "eso lo tengo mascado", por lo que centrará el final de su temporada en las clásicas -el domingo disputa el Gran Premio de Plouay- y el Mundial de Australia. El seleccionador cuenta con él. Para trabajar, claro. "Ganar me hace ilusión. A quién no. Pero, ciertamente, cambiaría el triunfo en el Tour de L"Ain por haber podido estar en el Tour. Vencer me ha ayudado a pasar el mal trago y ahora estoy con ilusión, pero no es suficiente". No llena un julio vacío.