El señor de Coto-Bello es un hombre de piel gruesa y parda, cejas pobladas, mirada limpia, manos vastas, el cabello corto, tieso y gris bajo una gorra blanca de puntos rojos de las que reparte Carrefour en el Tour como patrocinador del maillot de la montaña. El señor de Coto-Bello es José, sesenta y tantos, la sonrisa escueta y pura, el verbo cerrado de la Asturias recóndita, de la montaña de corazón negro, el carbón que fue tesoro en el concejo de Aller hasta hace 20 años y de lo que apenas queda un recuerdo engordado de nostalgia. Y una placa, una inscripción en piedra. Dice: Hullera de Aller. Minas de Coto-Bello. Jefatura de explotación.
El edificio que queda en pie es de un solo piso, planta rectangular, paredes desconchadas, el abandono plantado en el pasto de la vieja majada de Ranoriu. Aquellos muros albergaron la sede de la oficina de las minas de carbón de Hunosa, interiores y a cielo abierto, y ahora abrigan el bar de José, un albergue que huele a la madera quemada cuyos rescoldos humean en la chimenea, en el extremo opuesto a una barra altísima de madera que sujetan ramas de árbol sin pulir y de las que cuelgan la pata de jamón de un sorteo y una ristra de chorizos.
En el bar de José, abierto siete meses al año, los menos duros, primavera, verano y parte del otoño, la cerveza se sirve en lata y el café reposa en un puchero marrón gastado, sobre el fuego que aviva el gas, hasta la llegada de un viajero, un turista, un caminante, algún lugareño. O un ciclista. Samuel Sánchez, por ejemplo, el lazarillo perfecto para Igor Antón y Beñat Intxausti, los dos puntales de Euskaltel-Euskadi en la Vuelta a España que arranca en menos de dos semanas, el 28 de agosto, en Sevilla y tiene en la cima de Coto-Bello una cita crucial. Les acompaña también Mikel Nieve, el leitzarra, virtuoso escalador.
Hace 30 años que existe la carretera, diez kilómetros verticales, 8,27% de pendiente media, constante, sin remansos, pero sólo hace aproximadamente cuatro que dejó de ser una pista de montaña sin asfaltar, grijo y barro, impracticable. "Samuel, como Santi Pérez o Chechu Rubiera, sube aquí desde entonces, casi desde el principio", dice José. "Pero Samuel viene más veces. Muchas. Se prepara mucho". Escala el puerto el líder de Euskaltel, se toma una Coca-Cola en el bar y se marcha cuesta abajo, "a veces muy rápido y con la carretera abierta. Ya le digo yo que baje más despacio, que con los camiones y los coches... Es un peligro".
coto-bello
Un banco de pruebas
Coto-Bello es el banco de pruebas de Samuel. La Madone de Armstrong. En este paisaje cinceló sus piernas antes de los Juegos Olímpicos, en 2008. O del pasado Tour de Francia, en el que rozó el podio. "Lo he llegado a subir hasta tres veces el mismo día, haciendo series. Es perfecto para ello porque es constante". Su mejor tiempo: por encima de los 33 minutos. Hoy, jueves, poco más de dos semanas para que arranque la Vuelta a España en la que él no defenderá el segundo puesto logrado el año pasado pero será perfectamente suplido por Antón e Intxausti, un día gris, la niebla borrando unas vistas sublimes, reducirá ese tiempo a cenizas. Será al final de la inspección de la 16ª etapa de la ronda estatal -181,4 kilómetros entre Gijón y Coto-Bello el día después de llegar a los Lagos de Covadonga-. Antes está La Cobertoria, 8,1 kilómetros al 8,41% de media. Y antes aún, San Lorenzo, larguísimo, durísimo. 10 kilómetros, 8,5 de media.
un tramo decisivo
"La etapa más dura"
"Es la etapa más dura de la Vuelta, donde se puede decidir mucho. Será decisiva. La etapa más dura. La reina. Sin duda", dice Samuel, que sale de su casa de Oviedo y se reengancha al terceto, Antón, Beñat y Nieve, antes de iniciar el asalto a La Cobertoria. San Lorenzo, la niebla, la lluvia, el frío quedan atrás. Y delante, desbocado colina arriba, el galdakoztarra y su pose pintoresca, su pedaleo desaliñado pero tremendamente eficaz. Se pierde Antón solo entre la niebla de la Cobertoria. Su condición física es envidiable. Es aquel de la Vuelta de 2008 -o mejor, dicen recordando su excelsa primavera y su ilusionante aparición hace unos días en las Lagunas de Neila- que estampó todos sus anhelos contra el asfalto de El Cordal. Camino de Coto-Bello, por el llano, todos juntos de nuevo, pasan por el cruce que lleva al maldito puerto asturiano.
Le sorprenden los recuerdos a Antón. "Me he acordado de aquella caída, pero ya no es algo que me duela. Me he quedado con que entonces andaba bien. ¿Cómo ahora? Mmmm. Puede ser, ya veremos". Y tiran pa"lante.
Por la cuenca minera, hacia Aller, el paisaje gris, pura melancolía de fábricas ruinosas medio olvidadas, rotos los cristales de las ventanas, oxidada su piel, herida, de muerte, su alma. "Fue algo repentino", cuenta José; "en las minas sigue habiendo carbón, no se agotó, pero por alguna razón todo se cerró". Hace tiempo hubo hasta 30.000 habitantes en el concejo. Ahora, apenas son 13.000 pobladores repartidos por la orilla del río Aller, a los pies de las laderas verticales cubiertas de bosques de entrañas tan oscuras como la noche, y como las propias montañas de Asturias.
Uno de ellos lo parte la carretera que lleva a Coto-Bello. Empieza en una rotonda de Corigos. Hasta ese momento han charlado Samuel y Antón. De sus cosas. También de la Vuelta. De cómo se preparan los últimos días, de cómo alcanzar el punto óptimo. Ni corto ni pasadito. Algo sabe de eso el ovetense. Metrónomo de la preparación. "Sabe mucho de la manera de llegar bien. Es muy calculador. Yo me fijo en muchas cosas de las que hace, pero no se puede copiar todo porque cada uno es como es. Yo soy algo más impulsivo que él. Calculo menos", dice Antón. Lo demuestra, su visceralidad, en los diez kilómetros de Coto-Bello, a la derecha la montaña verde y a la izquierda el paisaje abierto. "Es precioso, lo prometo, pena de niebla", lamenta Samuel, que arranca en el primer metro, la pedalada finísima del Tour de Francia, "ahora soy escalador", y se eleva hasta desaparecer en el horizonte cercanísimo de la carretera húmeda que no deja de serpentear, de girar a izquierda y derecha anulando la referencia visual.
Atrás quedan Beñat Intxausti, el pedaleo ágil, Nieve, más anclado en el desarrollo, y Antón, nerviosísimo. Tanto, que mediada la subida, cinco kilómetros constantes, sin descanso, entre las sombras, acelera, aunque no debería, cosas de la preparación milimetrada, y descuelga a Intxausti. Y luego a Nieve. Atrapa a Samuel, que paga el esfuerzo. Y lo supera antes de la primera de las dos herraduras que dan acceso a la corta recta final. Es un instante. "Me ha puesto el trapo y he caído", lamenta Antón, rebasado finalmente por el ovetense, que marca un tiempo sideral: 30:29. "No subirán mucho más rápido en la Vuelta", pronostica en mitad de la niebla que cubre la majada de Ranoriu, frente al bar de su amigo José, el señor de Coto-Bello.