Barac Obama, quizá el hombre más poderoso del planeta, se ha confesado un apasionado del baloncesto. El presidente de los Estados Unidos, que ha llegado a realizar unas declaraciones en las que le pedía a Lebron James que fichara este verano por los Chicago Bulls, el equipo de su ciudad natal y de su corazón, ha seguido las finales como un fanático más.
Obama, probablemente un fraude para muchos de los que acogieron con esperanza su triunfo en las elecciones, jamás ha decepcionado a nadie cuando se trata de baloncesto. Ha jugado y, pese a sus 50 primaveras, aún juega. Tiene un aseado lanzamiento con la izquierda y habla sin tapujos cuando se le pregunta. Y sobre Gasol no tiene ninguna duda: "Creo que es el mejor pívot de la NBA", llegó a decir el presidente norteamericano antes de que arrancara la eliminatoria contra los Celtics.
El desarrollo de los siete partidos de las finales ha confirmado que, como mínimo, el catalán se encuentra entre los mejores. Si el pasado año su concurso resultó clave para superar en la final a los Magic de Dwight Howard, en esta ocasión su aportación ha trascendido los números. Porque ayer, más que los 18 puntos y 19 rebotes con los que abandonó el parqué del Staples, su relevancia quedó patente en la manera mediante la que varió el guión del duelo cuando Phil Jackson mandó a Kobe al banquillo para que se enfriara y buscara inspiración. Ha sido tal su relevancia en la consecución del anillo que algunos analistas de la televisión americana llegaron a plantearse si no sería el merecedor del galardón de MVP que volvió a recaer en Bryant.