"lAS selecciones corresponden a Estados según los criterios de Naciones Unidas". La afirmación pertenece a Lars-Christer Olsson, que ejerce actualmente de consejero delegado de la UEFA, y data del año 2006 en respuesta a Bernat Joan, eurodiputado de ERC, que le interpeló en el Parlamento Europeo sobre por qué Euskadi o Catalunya no tenían el beneplácito de poder competir a nivel internacional con rango de oficialidad. Un Mundial más, éste en Sudáfrica, el aficionado vasco o catalán que aspira algún día a respaldar sus colores afronta este evento con dos únicas posibilidades: afiliarse a la camiseta que le genera mayor simpatía o disfrutar del juego sin más objetivo que el de satisfacer su paladar futbolístico. De ahí que el PNV haya propuesto que los deportistas vascos o de otras comunidades autónomas catalogadas de históricas puedan competir en torneos internacionales, con la opción libre de escoger si prefieren defender a la tricolor, en su caso, o a España. Así lo ha planteado en una proposición legislativa registrada en el Congreso para modificar la Ley del Deporte.

Mientras, Euskadi añora a escuadras como la propia Eslovenia, con quien guarda un perfil muy semejante en cuanto a datos poblacionales y hasta en el número de licencias federativas. Y es que aunque el país centroeuropeo, miembro de la Unión Europea desde 2004 y de la Federación Internacional de Fútbol desde 1992, derivó del cruento conflicto que propició la escisión de la antigua Yugoslavia; las manifestaciones de Olsson chocan con la propia estructura de la FIFA, el máximo organismo del fútbol mundial, y del que son miembros 23 asociaciones pertenecientes a naciones sin Estado, que no son soberanas. El discurso que esgrimen desde las altas instancias del fútbol cae en contradicciones al añadir que, para ser miembro de UEFA y FIFA, hace falta ser "Estado reconocido por la Organización de Naciones Unidas (ONU)". A juicio de éstas, "la única excepción son los países británicos", en alusión directa a Escocia, Gales e Irlanda del Norte, que tienen selecciones propias independientes de la inglesa.

Sin embargo, los números hablan de otra cosa bien diferente. La ONU está compuesta de un total de 192 Estados miembros, mientras que la FIFA engloba a 208 asociaciones, con la reciente inclusión en 2007 de Montenegro una vez separada de Serbia. Es decir, las cifras no cuadran, puesto que las matemáticas plasman que al margen de las citadas y de Inglaterra, el máximo ente del fútbol integra a otros 19 países sin un ordenamiento jurídico tradicional, al uso.

Tanto Euskadi como Catalunya son conscientes de esta realidad. De que es el componente político el que se impone a los demás. A los deportivos, al mayoritario respaldo de sus respectivas sociedades, al institucional. Sin ir más lejos, basta con tirar de hemeroteca para comprobar que el seguimiento de un compromiso de la selección de Euskadi en San Mamés ha acostumbrado a rozar el lleno -o aquél en el Camp Nou al que acudieron 57.000 espectadores-, mientras que otros partidos de las fases clasificatorias oficiales marcan registros mínimos.

Diez de las 23 naciones no soberanas dependen administrativa o políticamente del Reino Unido, una cantidad que podría acrecentarse una vez de que la UEFA acabe de aceptar la proposición de Gibraltar de convertirse en miembro de pleno derecho. Sus seis colonias en el exterior pertenecen a la confederación de la Concacaf; Estados Unidos le sigue en el ranking con cuatro asociaciones dependientes; en tanto que Holanda, China, Francia, Dinamarca y Nueva Zelanda son las otras progenitoras. Palestina, sin un territorio específico normalizado, se presenta como la única gran excepción. Todo ello hace evidente que Euskadi ofrece unos argumentos más que válidos para cumplir con los requisitos de la FIFA, que en su preámbulo habla de "208 asociaciones nacionales cuyo objetivo es mejorar el fútbol". Eslovenia, con tan sólo dos millones de habitantes, aparece como el país más pequeño que ha conseguido clasificarse para dos Mundiales no consecutivos, el anterior el celebrado conjuntamente en Corea y Japón en 2002. Esta vez se ha visto obligada a pugnar muy fuerte contra varios pesos pesados para hacerse con el billete mundialista, apeando a Polonia, República Checa y a Rusia, territorio de 142 millones de habitantes. Su gesta parece casi un milagro pero no lo es tanto cuando se comprueba que su éxito se ha edificado en base a la cohesión y a jugadores como el delantero del Colonia Milivoje Novakovic. Situada en el puesto número 25 del ranking de la FIFA, su Federación de Fútbol da fe de 30.725 licencias, una cifra muy aproximada a la suma de fichas de la Federación Vasca de Fútbol (el próximo día 30 presentará ante la Asamblea un número de 19.443, sin contar las de la Liga de Fútbol Profesional y las del deporte escolar) y de la Federación navarra, que cuenta con 15.235.

Para colmo, el potencial que presentaría Euskadi en el concierto internacional sería, a primera vista, mucho mayor que el expuesto por bastantes selecciones que en estas fechas libran batalla en tierras sudafricanas. Un simple once virtual podría ser el conformado por Gorka Iraizoz bajo la portería; con Andoni Iraola y Natxo Monreal en los laterales; Fernando Amorebieta y Mikel González en el eje de la zaga; Javi Martínez y Xabi Alonso en el doble pivote; Xabi Prieto e Igor Gabilondo en las respectivas bandas; y Aritz Aduriz y Fernando Llorente en la punta de ataque. Desde luego, y para empezar, materia primera de altísima calidad en las manos de un tándem como el que han formado en el banquillo tricolor José Ángel Iribar y Mikel Etxarri durante muchos años. Es más, tres de ellos se hallan ahora en las filas de la selección que comanda Vicente del Bosque, y algún otro ha sido llamado con anterioridad tanto para días de convivencia como para diversas convocatorias.

Según el planteamiento reciente del PNV, que se debatirá a partir de septiembre en el Pleno del Congreso en el próximo periodo de sesiones, los deportistas de esas federaciones tendrían plena libertad para optar por participar en una u otra selección y los clubes de esas comunidades no tendrán obligación alguna de prestar sus jugadores a la selección estatal. Es más, los equipos tendrían derecho a participar en las competiciones españolas sin necesidad de crear una liga propia, algo que siempre han alegado los partidos españoles mayoritarios.

Con todo, el primer problema que deberá resolver Euskadi, principalmente sus futbolistas, es el de retomar la disputa de encuentros de carácter amistoso como un avance hacia la oficialidad. La discusión por la denominación de la selección y otras cuestiones de índole ajeno al deportivo han frenado en los dos últimos años una reivindicación cuyo apoyo popular está más que demostrado. Y mientras, su afición envidia la orgullosa presencia de un caso familiar.