UnA historia de superación". Así tituló Televisa, canal televisivo mexicano, el documental sobre la trayectoria vital de Carlos Salcido, defensa del PSV Eindhoven y titular indiscutible en la selección, estrenado recientemente. A sus 30 años, Sasa disfruta ahora del éxito, del dinero y de la notoriedad social que proporciona el deporte profesional, pero el reportaje audiovisual se centra en sus comienzos, en sus duros comienzos, y lo cierto es que es de los que ponen los pelos de punta. En él, Salcido se desnuda a sí mismo como pocas personas son capaces de hacerlo y con voz emocionada, cautiva de los recuerdos, rebobina los capítulos más sobrecogedores de su vida: la muerte de su madre, el alcoholismo de su padre, los tres intentos fallidos de llegar a Estados Unidos como tantos y tantos espaldas mojadas, sus diversos trabajos, su aterrizaje en el fútbol profesional a los 20 años...
"Nací en Ocotlán en el seno de una familia muy humilde. Éramos siete hermanos y cómo sólo teníamos dos camas yo solía dormir en el suelo". Así resume una dura infancia que todavía fue a peor cuando a su madre, María, le diagnosticaron un cáncer. "Mi padre debía encargarse todos los meses de comprar sangre para las transfusiones, algo que era muy caro porque, además, el tipo de sangre de mi madre no era el más común", relata. Tras muchos meses de sufrimiento, Salcido se quedó huérfano a los nueve años, un hecho que acabó dinamitando a su familia. "A los cinco meses mi padre se juntó con otra señora, algo que nos dolió muchísimo. Lo tomamos como un insulto, sentíamos que no estaba guardando el luto", reconoce.
El clan de los Salcido acabó desintegrándose. Sus hermanos mayores se marcharon a Estados Unidos, a California y a Seattle, y Carlos se quedó con el más pequeño. Ambos tuvieron que sufrir una nueva vuelta de tuerca en su ya difícil existencia. "Mi padre cayó en la bebida. Había muchos días en los que teníamos que cruzar todo Ocotlán a las 2.00 o a las 3.00 de la mañana para pedirle a nuestra abuela que nos dejara dormir con ella. Además, íbamos de casa en casa porque tampoco teníamos dinero para pagar el alquiler. Aquella época fue muy dura porque muchas veces mi padre llegaba de noche a casa bebido y lo emprendía con todo, no nos dejaba dormir... Nos dolía porque había cambiado mucho. Para nosotros ya no había motivo de felicidad, no había Navidad...", señala. Por aquel entonces, Salcido comenzó a coquetear con el turbio mundillo de la calle, con "tatuados y bronquistas", pero consiguió mantenerse al margen.
Para evitar tentaciones, decide marcharse a Guadalajara con 15 años. Desde allí, como un espalda mojada más, trató de cruzar la frontera hasta Estados Unidos, pero fue interceptado hasta en tres ocasiones. "En primer lugar trabajé lavando camiones y luego en una ferretería y en una factoría de vidrio soplado. A los 19 años el fútbol no pasaba por mi vida -lo practicaba a nivel aficionado para pasar el rato- pero un viernes me echaron de la fábrica y la semana siguiente me invitaron a un partidillo porque faltaba un jugador. Jugué con la ficha de otro cuate que se parecía a mí y tuve la fortuna de que Ramón Candelero, un ojeador, estuviera viéndonos desde la grada. Le gusté y me propuso ser profesional". Después de muchos hundimientos, aquella pachanga le sirvió para salir a flote. "Sólo pregunté si iba a ganar dinero y cuando me lo confirmaron acepté sin dudar", apostilla. Así, en 2000, a los 20 años, Salcido debutó en la Primera División mexicana y su carrera no ha dejado de crecer desde entonces. En 2006 alcanzó el estatus de mundialista y su buen rendimiento le sirvió para fichar por el PSV. En Sudáfrica repite participación. Todo un sueño para alguien que fue espalda mojada.