Claro que tenía miedo de ser padre, no hay un libro de instrucciones para esto, pero no hay nada mejor". Recogido en el vestuario del Ogueta de Gasteiz, sede de la final del Manomanista, a Martínez de Irujo le vence la dicha, imposible bunkerizarla recién estrenada la paternidad, que le ha ensanchado la sonrisa, aún más, hasta hacerla inabarcable por extensa y verdadera. Un éxtasis interior ilumina el rostro de Juan cada vez que piensa en su hija Arhane, que llegó al mundo hace apenas tres semanas en la Clínica San Miguel de Iruñea, cumplirá el próximo domingo, día de la final, su primer mes de vida. "Es que...", trata de encauzar la felicidad que le gobierna el corazón. El pálpito, desbocado, y los nervios enredándole el estómago mientras esperaba el instante del alumbramiento al mundo de su hija, fruto de su relación con Gemma, a punto estuvieron de tumbarle, de noquearle por el súbito torrente emocional, una cascada arrebatadora. "Eso sí que es pasar nervios. Además hubo algún problemilla, nada serio, pero no pude asistir al parto, algo que quería hacer, y claro, hasta que todo pasa y ves que todo ha salido bien, que la madre y la cría están perfectamente, no estás tranquilo".
Mientras se anuda los tacos, algo que podría hacer con los ojos tapiados, mira a los nervios previos a una gran cita pelotística, y éstos, aunque de enorme calado, no soportan ni tan siquiera una leve comparación por muy solemne que sea la ocasión -ni tan siquiera los sentimientos previos a una final se le acercan- con los que se amontonaron en cada poro de su piel hasta que vio los 2,510 kilos de su hija. "Los nervios que se pasan en una final, comparados con los que sentía en el momento del parto, son una chorrada. No se pueden comparar. Pero la que peor lo pasa es la madre. De eso no hay duda, ella es la que más sufre", traza el delantero de Ibero, impactado más allá de lo epidérmico, de lo sentimental, por el precio de los pañales, la segunda piel de los bebés, inherente a sus necesidades. "No sé cuánto cuestan exactamente (trata de recordarlo haciendo un cálculo), pero son muy caros. Para lo pequeños que son y a la velocidad que se gastan cuestan una pasada. Je, je", dice Martínez de Irujo con la sonrisa traviesa, la misma que se activa en un niño en pleno goce.
"No sé si ser padre te hace más maduro, todavía soy joven y así me siento, pero lo que está claro es que supone una mayor responsabilidad, de eso no hay duda. Ahora hay que pensar en más cosas, estar más pendiente", reflexiona el manista navarro, que sin embargo, estaba convencido de que quería ser un padre joven para vivir la experiencia con suficiente tiempo, para paladear un vínculo único, excepcional. "No quería esperar demasiado a ser padre. No me gustaba la idea de ser un padre mayor, quiero disfrutar lo máximo posible de ser padre. Así que... cuanto antes lo fuera, mejor" dice Irujo, que de momento se encarga de bañar a la cría y de cambiarle los pañales porque su madre "bastante tiene. No te creas ya me manejó con los pañales, puedo cambiárselos con una mano, je, je". Las manos de Juan también hablan con enorme entusiasmo, gesticulan indisimuladas para acentuar su felicidad. "Es que yo soy muy niñero. Siempre me ha gustado jugar con los niños. Me lo paso muy bien, así que imagínate ahora con una cría", enfatiza el de Ibero, que en un futuro no muy lejano pretende ampliar la familia, incluso piensa en una numerosa. "A mí me daba igual que fuera chicha o chico, sólo quería que no hubiera problemas. Ya que tenemos una niña estaría bien que el próximo fuera un chico. Pero lo que si tengo claro es que quiero más. Tres o cuatro no estaría mal".
"se me cae la baba" Descarga la energía el delantero de Ibero, -reconoce que se le "cae la baba" cada vez que ve a su hija-, en hacer reír a Arhane, un nombre que bautiza un monte de Zuberoa y que encauzó los deseos de ambos a la hora de encontrar una identidad para su hija, un asunto peliagudo para cualquier padre. "El nombre lo decidimos entre los dos. Arhane no lo había oído nunca y mi pareja tampoco. No lo conocíamos. De hecho, lo leímos en un libro de nombres, Arhane es como se llama un monte de Zuberoa y nos gustó a los dos así que se quedó con Arhane". Y a Juan le encanta "hacerle tonterías, supongo que como a todos los padres". Cuando no está por su hogar de Huarte, a Irujo le queda el móvil para saber de su hija y de su pareja "porque quieras o no piensas mucho en las dos. Son mi familia, hay que cuidarlas. Los pelotaris pasamos mucho tiempo fuera de casa entre entrenamientos y partidos, así que hay que llamar a casa para saber que todo va bien".
"De momento", remarca Martínez de Irujo, encantado con la experiencia -"todo es novedoso para mí"-, Arhane se porta bien "no da mucha guerra, duerme bastante bien pero cuando tiene hambre se despierta y en eso yo poco puedo hacer", sonríe el delantero de Ibero, que hace sus pinitos en la cocina y en la limpieza del hogar para descargar en lo posible a su pareja: "Hay que echar una mano en todo lo que se pueda porque al final la cría requiere muchos cuidados, estar pendiente en todo momento, es muy pequeña todavía". Si dispusiera de una lámpara maravillosa para elegir deseos o una máquina del tiempo, a Juan le gustaría dar una vuelta completa al calendario. "Si los niños vinieran, creciditos, con un año o así no me importaría tener tres o cuatro. Je, je", aunque asegura sin titubeos que la aventura de ser padre "hay que vivirla en su totalidad, desde el principio. Es lo mejor que me ha pasado".
un cochecito especial Una nueva vida requiere de una intensa labor de logística, de intendencia y de aprovisionamiento. Además del nombre, son cientos los frentes que se deben barrer y los detalles que tienen que abrochar para mecer el despegue de una biografía. "Hay que hacer un montón de cosas antes. Hay que estar preparado y se requiere tiempo. Que si la habitación, que si la cuna, que si el cochecito... muchas cosas", enumera el delantero de Ibero a botepronto. "El color de la habitación o la cuna es lo de menos, la cuna es para dormir y no creo yo que existan muchas diferencias entre unas y otras", expone Juan, que, sin embargo, tenía una preocupación respecto a las dimensiones del cochecito de paseo, pero no tanto por Arhane como por él. "En eso sí que lo tenía claro. Quería un coche de paseo con el manillar alto. El color me daba un poco igual, pero el manillar tenía que ser alto, cómodo para mí para poder pasear a la cría. No quería ir todo encorvado. No quiero ser un padre cheposo, con joroba, je, je porque la paseo siempre que puedo". Así que él y su pareja eligieron un cochecito " azul, el color nos gustó a los dos, pero con el manillar alto, ¿eh? que si no... con lo joven que soy y cheposo... ya me dirás".
Demasiado pequeña para despertarle la imaginación contándole cuentos, algo en lo que todavía no ha pensado su progenitor-"eso ya llegará más adelante", visualiza-, Martínez de Irujo busca la sonrisa de Arhane constantemente haciendóle mímica, entreteniéndola con un repertorio clásico, el de las muecas y los gestos, el teatro de todo padre. "Es que la sonrisa de la cría te llena, no hace falta más", indica el delantero navarro, que no sabe muy bien a quién de los dos, si a él o su pareja, se asemeja la cara de Arhane, aunque "la gente dice que se parece a mí". No esconde Juan, empero, que le gustaría que su hija tuviera parecido físico con su madre. "Mejor si la cría se parece a ella, a la madre, que es bastante más guapa que yo, je, je". Puestos a elegir, a Juan le gustaría que Arhane fuera una buena comedora. "Mejor que no sea demasiado morro fino que con la crisis que hay, hay que comer de todo, sin muchas distinciones, je, je".
Se frena ahora que es padre Juan por los escaparates que equipan a los niños, esos que antes nunca le atraían, pero que desde hace unas semanas le cautivan sobremanera, con la potencia con la que arrastraría el más poderoso de los imanes a un cuerpo metálico. "Quieras o no piensas constantemente en ella y miras cosas... Es algo inconsciente", expone el delantero de Ibero antes de afrontar el entrenamiento que le conducirá a disputar su quinta final del Manomanista, un asunto menor por conocido y experimentado, nada que ver con ser padre, algo que requiere improvisación, ingenio, paciencia y ganas de aprender porque "los niños no vienen con instrucciones".