Rustemburgo. Durante la fase preparatoria para el Mundial que Inglaterra realizó en Austria, Fabio Capello propuso un ejercicio que se contaba entre sus favoritos cuando entrenaba al Milan. El juego consiste en que ocho jugadores intenten marcar un gol ante la resistencia del portero y cuatro defensas. Si el ataque es repelido con éxito, la pelota vuelve a un jugador que está en el círculo central. Arrigo Sacchi, su predecesor en el Milan, se enorgullecía de que sus cuatro defensores -Mauro Tassotti, Franco Baresi, Alessandro Costacurta y Paolo Maldini- podían pasar 30 minutos sin recibir un gol. Es cierto que la zaga inglesa no logró aún esa gesta, pero lo fascinante del ejercicio fue ver la encendida respuesta de Capello.
Las diferencias con sus predecesores, Sven-Goran Eriksson y Steve McClaren, no podían ser mayores: mientras que éstos tendían a pasearse por el campo más bien callados, el italiano frenó la sesión después de cada ataque, primero para regañar a gritos a la defensa y luego, ya un tanto frustrado, simplemente para ubicarlos en la posición correcta. "Siempre hemos realizado trabajo táctico, pero este entrenador es posiblemente el más táctico con el que he trabajado. La organización es clave para él", reconoce el delantero Peter Crouch, haciendo hincapié en la gran aportación de Capello desde que se hizo con la manija de la selección. Inglaterra siempre ha contado con buenos mimbres, pero su rigor y sentido del juego no siempre ha sido el más correcto. Capello ha cambiado eso y ha italianizado el equipo, dotándolo de una estructura más compacta que le convierte en temible a pesar de la baja de última hora de Rio Ferdinand, los sempiternos problemas en la portería y la falta de un jugador de garantías para acompañar a Rooney en la punta de lanza.
Será Estados Unidos el combinado que primero pruebe a esta nueva Inglaterra. Los de Bob Bradley hace tiempo ya que no son una perita en dulce. España, que cayó ante ellos en semifinales en la pasada Copa Confederaciones, puede confirmarlo.