El capo del sindicato de jugadores de la NBA, Derek Fisher, desempolvó su traje de estrella y condujo a los Lakers al triunfo en el partido de las apariencias, el tercero de una final ciclotímica que ha recobrado el tono púrpura y oro después del primer asalto en el infierno verde. En un duelo extraño, donde nada era lo que parecía, irrumpió la figura del veterano director de juego de los californianos para silenciar el Garden y devolver a su equipo la ventaja de campo que había cedido tras la derrota del segundo round de esta final con trazas de longeva.

Porque en el choque de las apariencias todo el mundo esperaba que Bryant rematara a unos Celtics que alcanzaron los minutos finales boqueando como un pez en la playa. Pero no lo hizo. Tuvo que ser Fisher, el hombre que hace un año decidió el partido clave frente a Orlando, el que sacó la puntilla para dar el golpe de gracia a un equipo que, como todo en este extraño duelo, varió sus señas de identidad de manera sorprendente.

Huérfano de sus principales referentes ofensivos, el equipo de Doc Rivers aguantó gracias a la clase de Garnett, que no está tan acabado como daba la impresión, y a la garra de un Glen Davis que se crece en las noches importantes. En contra de lo que aseguraban los analistas -y se había certificado en los dos primeros duelos-, Boston vivió de la producción interior, ante la renqueante presencia de un Bynum eternamente tocado.

Nada se supo de los que parecían y debían ser las figuras célticas. Rondo, a quien la escasa confianza en su tiro comienza a depararle defensas insultantes por parte de Kobe, redujo sus prestaciones al mínimo. Aunque aún fue peor lo de Paul Pierce y Ray Allen, que abandonó el parqué con un sonrojante 0 de 8 en triples apenas dos días después de haber entrado en la historia de las finales con ocho dianas en un sólo encuentro. Si bien, claro está, no fue en el de ayer, un duelo que en apariencia estaba finiquitado al descanso (40-52) pero que, es difícil saber cómo, se fue ajustando poco a poco hasta que los Lakers se plantaron en los minutos decisivos con el rival soplándoles en la nuca.

Y fue en este punto donde de nuevo el partido ofreció una impresión errónea. Cuando todo apuntaba a que los Celtics consumarían la remontada envueltos en el ensordecedor griterío de un público entregado, se les agotaron las pilas. Y apareció el tipo con el que nadie contaba para erigirse en la estrella de un partido que puede resultar definitivo en el devenir de la serie.

Esta vez, contra lo que suele ser habitual, no fueron sus lanzamientos abiertos los que aniquilaron al rival. El menudo playmaker de los Lakers protagonizó varias acciones de mérito para desnivelar de manera definitiva un marcador que un par de canastas de Big Baby y un triple de Pierce mantuvieron encorsetado hasta que restaban apenas dos minutos para el final.

Fisher, que anotó once puntos en el último periodo del partido, resolvió el entuerto en el que Bryant, demasiado chupón, había metido a su equipo con varias decisiones erróneas. Una valiente penetración del base ante las caricias de tres defensores de los Celtics desalojó buena parte del graderío del TD Garden, cada vez menos ruidoso. A punto de cumplir los 36, cuando muchos presagiaban su fin, Fisher resurgió para dar sentido a un duelo sin norte. Los Lakers pegan primero. Los Celtics afrontan sin margen de error el partido de hoy.