apenas recuerdo la víspera de una final en la que sin necesidad de que arrancara el primer partido ya se conociera el resultado. El Caja Laboral afronta desde mañana una eliminatoria resuelta, cerrada, en la que le toca el papel de perdedor. Pocos son los que creen en las posibilidades del equipo de Dusko Ivanovic ante el despótico Barcelona de Xavi Pascual. Todo lo que leo y escucho en torno a esta final coincide en el resultado. Lo más halagüeño que me ha llegado son los ecos del debate sobre si los Navarro, Vázquez, Ricky y compañía finiquitarán el duelo por la vía rápida o si el equipo vitoriano será capaz de dar la sorpresa en alguno de los dos partidos que se disputarán en el Buesa Arena. Sería de locos contradecir los cientos de opiniones que conceden el papel de favorito al Barça. Y no lo haré. Como amante del baloncesto, aprecio el maravilloso juguete que Chichi Creus ha conseguido montar. Me vienen a la cabeza pocos equipos que mostraran tanta superioridad como la que el Barça está exhibiendo esta temporada allá por donde pasa. No sé, quizá la Benetton de Messina, con Pittis, Edney, Langdon, Garbajosa y compañía, o la Jugoplastika, que tanto amargó la fiesta precisamente a los catalanes a comienzos de los noventa. Se trata de proyectos sólidos, sin fisuras, donde la unión del vestuario y la compatibilidad de las piezas ofrecen como resultado conjuntos muy difíciles de superar. Pero mientras se trate de un juego, difícil jamás equivaldrá a imposible. Está claro que el Caja Laboral deberá hacer muchas cosas, y todas casi a la perfección, para optar a la victoria, ya no en la serie, sino en cada partido. Pero ha demostrado en las semifinales que atesora un carácter ganador, competitivo, que lo convierte en un rival desagradable para cualquiera, incluso para los que a primera vista parecen invencibles. Ivanovic formó parte de aquella legendaria Jugoplastika de comienzos de los 90. Y aunque a toro pasado se recuerda como uno de las mejores plantillas de la historia del baloncesto europeo, no gozaba del cartel de favorito antes de adjudicarse el primero de los tres títulos continentales que recolectó (1989, 1990, 1991). El Barça de Norris, Epi o Solozabal también parecía invencible, como la Armada, pero acabó naufragando ante unos desconocidos, que es lo que entonces eran Kukoc, Radja, Sobin, Perasovic o el propio Ivanovic. Con todo esto sólo vengo a decir que resulta estúpido dar por acabada una final que ni siquiera ha comenzado. Siquiera por unos días, el baskonismo merece soñar. Es lo que el equipo se ha ganado sobre el parqué, no en las bolas de cristal.
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