Eibar. Niega con la cabeza Patxi Ruiz, acodado los restos del espíritu numantino en la barandilla que protege la bocana al vestuario, y mira a Salva Bergara, director técnico de Asegarce, acomodado en una butaca de cancha, parapetado en unas gafas de contable. De la garganta resignada y exhausta del zaguero de Lizarra, apagado el ánimo, emerge un puñetazo noqueado de sinceridad "es que... qué voy hacer". A Patxi Ruiz únicamente le quedaban las raspas, preguntas que lanzar al aire, por lo evidente de la respuesta, abrumado por el superlativo ejercicio de pelota de Martínez de Irujo, excepcional de punta a punta, tanto que le alcanzó con una sola mano, con su explosiva derecha, para dislocar a Ruiz. La otra la emplea Juan, padre novicio, para cambiar pañales. "¿Si he cambiado algún pañal? Me vale con una mano", dice sonriente el delantero de Ibero desde el mismo lugar en el que media hora después Patxi Ruiz, derrotado, busca el rostro de Salva Bergara. En esas baldosas del Astelana fue lo más cerca que estuvo de Irujo el de Lizarra porque en la cancha, donde se produjo la discusión por una plaza para la final del Manomanista, les separaron miles de kilómetros, un mundo, una distancia que edificó Juan a martillazos para el trazo grueso y con el pincel para el trazo fino.
El exuberante y enérgico tratado de pelota de Martínez hizo del todo invisible a Patxi Ruiz, una figura de aspecto decorativo desde la camiseta, a la que le faltaba la serigrafía en su espalda. "He cogido una del armario, sin mirar, y justo le faltaba el nombre", explicaba el zaguero. La zamarra sin identidad parecía una macabra mueca del destino porque en la elección de material, Patxi defendía su derecho a soñar con la final a modo de reivindicación. "Parece que yo no juego la semifinal". Aunque el zaguero de Lizarra volcó toneladas de esfuerzo para estar presente en el partido, Martínez de Irujo se empeñó en borrarle desde el amanecer. No le dio tregua el campeón en curso, excelso en la pegada, velocísima como el rayo, atronadora como un trueno. "Está muy fresco y se le nota en la pegada. La pelota le sale como un tiro de la mano", describía Eugi, su botillero.
Se expandió Juan desde una derecha con mandíbula de tiburón blanco que despedazó la puesta en escena de Patxi Ruiz, empequeñecido en la trinchera por los socavones que provocaba el de Ibero lanzando directos, además de hipervitaminados, dirigidos ferozmente, pero con el suficiente tiento, a pared izquierda para incomodar la defensa del zaguero de Lizarra, que trataba de hacer frente a una lluvía de proyectiles de lo más afilados con una techumbre de tejas de papel. No le alcanzaba para más a Patxi Ruiz a pesar de que jamás se venció y tampoco dimitió, aunque tan árido escenario invitaba a ello. No tardó Juan en producir una hemorragia en las ilusiones de Ruiz, que de entrada tenía que apechugar con el poderoso saque del delantero de Ibero, repleto de colmillos. Sacó profundo, más de lo habitual en lo que va de torneo, rastreando el límite de la falta, en una actitud arriesgadísima, pero que gestionó al milímetro y le otorgó ventaja en cada tanto. La falta por pasa ha logrado achicar el brazo a muchos a la hora de sacar, pero el de Ibero, un manista extraordinario bajo cualquier prisma, decidió dar un paso más, y donde otros cortan el gas el abrió el manguito a fondo para desesperación del zaguero de Lizarra, un buen restador. Colocó varios saques a un palmo de la pasa-falta ahora- y eso implicó que Patxi Ruiz tuviera que restar en infinidad ocasiones en el perímetro del nueve -"y desde allí aunque se reste bien no se pueden hacer milagros", concedía Irujo- lo que empujó a Juan a aventurarse con el saque -remate, otra de las vías que explotó con éxito. Al primer parpadeo de Ruiz, Irujo mandaba por un contundente 8-2 tras mezclar el saque-remate con el pelotazo y alguna que otra dejada; para la segunda caída de ojos de Ruiz, el delantero de Ibero viajaba raudo a la final ensillado a lomos de una derecha que desbrozaba el paisaje al galope y que fustigaba el corazón de Patxi que no dejaba de bombear en busca de la pelota, pero ésta manejada desde el joystick de Juan corría más que los deseos del zaguero de lizarra, que halló refugio sobre una barandilla y compresión en el viento, capaz de archivar cualquier pregunta sin respuesta. "¿Qué voy a hacer?".