Carsolio no la volvió a ver. Cuando Carlos bajaba del Kanchenjunga la avisó, sin embargo la terquedad de la alpinista fue tal que decidió quedarse suspendida a 8.300 metros de altura a pasar la noche. Un vivac. El mexicano intentó persuadirla, pero la polaca decidió su destino. Wanda Rutkiewicz cayó ese 12 de mayo de 1992 en un idilio con la muerte, pero también agigantó su leyenda. La de una de las pioneras. No en vano, fue la primera mujer en volver con vida del K2. Aun así no fue la primera en alcanzar un ochomil. La gesta corrió a cargo de las coreanas Mieko Mori, Naoko Nakaseko y Masako Uchida en 1974. Otra de las cimas con más historia, el Everest lo holló primero Junko Tabei. La polaca pereció en el intento forjando la triste historia de la que pudo ser la primera. En su sacrificio se ve el sudor en que se encuentran una cantidad de mujeres increíbles capaces de innovar en el deporte. Fueron pioneras en sus respectivas disciplinas. Y entre las primeras se alza Alice Melliat, que organizó la Federación Internacional Deportiva Femenina, en 1921, con la que creó los Juegos Mundiales Femeninos en 1930 y 34. Desde entonces, el papel femenino se mostró cada vez más grande en la historia del olimpismo.
La británica Charlotte Cooper fue la primera fémina en obtener una medalla de oro en unos Juegos Olímpicos modernos. Fue en París en el 1900, la inglesa se alzó con la presea dorada en la competición individual. Además de doctorarse con cinco torneos en Wimbledon. Diferente a la experiencia de la alpinista polaca, pero con el mismo espíritu de superación, la británica forjó su leyenda entre el pasto de las pistas y el devenir de los deportes destinados específicamente a los hombres. El grito femenino llegó a golpe de raqueta.
Años más tarde, con la llegada de la democratización del deporte, amanecieron nuevos talentos. Nuevas perlas. Demostrando que lo que hace al campeón es el esfuerzo y no el nacimiento, sexo o raza. En los Juegos de 1948 en Londres, Alice Coachman consiguió ser la primera afroamericana en hacerse con un oro. Solamente cinco años después, cuando la segregación racial aún coleaba en Estados Unidos, Mamie Johnson fue la primera pitcher femenina en la Black Baseball League. La jugadora atesora un récord encomiable: 33 victorias y solamente 8 derrotas en dos años.
Lydia Skoblikova, por su parte, en 1964 se hizo con cuatro oros olímpicos en los Juegos de Invierno de Innsbruck. Era la primera. La única. En ella se personifica el rito iniciático de la mujer. Tras ella, las féminas consiguieron imponer su ley en varias disciplinas. Cabe destacar el triunfo Billy Jean King sobre el campeón masculino de Wimbledon, Bobby Riggs en 1973. El duelo se conoció como la batalla de los sexos.
Ayer, fue Miss Oh la que se alzó con una nueva gesta, la de hollar los catorce ochomiles. Más de treinta años después de que sus compatriotas llegaran por primera vez al Manaslu. Sin embargo, la cima del Kanchenjunga puede ser la china en el zapato de la coreana. Curiosamente, la cumbre en la que la mejor alpinista del siglo XX se dejó la vida.
Mientras, estos años las mujeres han despertado en el mundo del deporte. Manon Rahue fue la primera en jugar en la NHL, en 1992, con los Tampa Bay; Lisa Leslie consiguió el primer mate femenino en 2002 o Lucy Harris, única mujer en fichar por un equipo de la NBA en 1977 con los Jazz de Utah. Incluso el mundo del motor, acotado siempre al sector masculino, encontró en Monisha Kalterborn a la directora deportiva de Sauber o en Danica Patrick a una piloto brutal.