Madrid. Su personalidad marcó la estructura de los Juegos Olímpicos hasta tal punto que ahora, tras su fallecimiento, su legado en la historia moderna del olimpismo se codeará cara a cara con el del propio barón De Coubertin. El francés puso la semilla, pero Juan Antonio Samaranch, que murió ayer a los 89 años, logró que germinara hasta enraizar. El ex presidente del COI supo desenvolverse con soltura en un escenario que muchos ni siquiera anticipaban. Eliminó la separación entre deporte amateur y profesional, inició la fructífera gestión de los derechos de televisión al mismo tiempo que equiparó definitivamente a hombres y mujeres en los Juegos -al igual que en el propio COI- y, sobre todo, puso punto final al continuo boicot de políticos y gobernantes a la gran cita del deporte mundial.

Samaranch heredó los Juegos Olímpicos en Moscú en 1980, y desde entonces se convirtieron en el acontecimiento de masas más importante del planeta. Durante 21 años dirigió este organismo con mano firme y con un carácter aparentemente frío y distante que, sin embargo, no le impidió cuidar las relaciones personales al detalle. Cuando convocaba una asamblea, siempre sabía que sacaría adelante sus propuestas. Ni siquiera quienes dentro del COI le miraron con recelo por sus relaciones con el franquismo se atrevieron a dirigirle en público sus críticas. Él contaba con todos.

Por si fuera poco, manejaba las técnicas de marketing como nadie. Ordenaba a sus colaboradores mandar cientos de cartas de agradecimiento cada semana (firmadas por su puño y letra) y sentía la necesidad de tener contento a todo el mundo, lo que también le llevó a repartir a diestro y siniestro la Orden Olímpica, máxima condecoración del COI, que incluso llegó a recibir el maitre del hotel de Lausana que atendía habitualmente a los miembros del organismo. Se propuso -y lo cumplió- visitar todos y cada uno de los países asociados al COI, ideó el programa de Solidaridad Olímpica para ayudar a los deportistas de los países pobres y sufragó los viajes de periodistas del Tercer Mundo a los Juegos. Por ello, África, Sudamérica y Extremo Oriente le depararon siempre honores de jefe de Estado. Defendió la colaboración con las autoridades políticas en todo momento y circunstancia, ya se tratara de Breznev, Ceaucescu o Fidel Castro. Recuperó para la causa olímpica a países como Sudáfrica o Corea del Norte, y se sacó de la manga fórmulas como la de "participante bajo bandera olímpica" para aquellos atletas cuyos países estaban vetados por la comunidad internacional, caso de Yugoslavia en 1992.

el éxito de barcelona Pero si por algo será recordado Juan Antonio Samaranch es por su decisiva influencia a la hora de llevar a España por primera y única vez los Juegos Olímpicos. Barcelona"92 cambió para siempre el deporte español, y él mismo confesó tiempo después que si los miembros del COI no le hubieran dado la alegría de conceder los Juegos a su ciudad, habría dimitido. Dotado de una libertad inaudita para hacer y deshacer a su gusto, quiso prolongar su mandato más allá de lo que autorizaban las normas olímpicas y no tuvo empacho alguno en cambiarlas. Recibió por ello un castigo insospechado. Tuvo que hacer frente en los años 1999-2000 al mayor escándalo de corrupción de la historia del olimpismo, cuando se descubrió que las ciudades candidatas a organizar los Juegos sobornaban a los votantes con dinero, regalos y puestos de trabajo para sus familiares. Samaranch quedó tocado por el golpe pero, una vez recuperado el equilibrio, volvió a asumir el mando con determinación: expulsó a los corruptos, prohibió los viajes a las ciudades candidatas y sometió su presidencia a un voto de confianza que superó sin dificultad.

Los de Sydney 2000 fueron sus últimos Juegos como presidente. Sus colegas cumplieron todos sus últimos deseos un año después en su despedida en Moscú: eligieron para sucederle a su candidato favorito, el belga Jacques Rogge, votaron a Pekín para organizar los Juegos de 2008... y admitieron a su hijo, Samaranch junior, como miembro vitalicio. El buen papel de las candidaturas de Madrid a organizar los Juegos Olímpicos tuvo mucho que ver con la fidelidad que le tenían los votantes del COI. Su muerte dejará huérfanos de consejo a dirigentes deportivos de todo el mundo, pero sobre todo españoles, que no movían un dedo sin consultarle primero.