estamos pasando tres días en el Campo Base Avanzado. Días de reposo tratando de que el cuerpo se acostumbre a esta altura. A 6.400 metros ya no se vive, se sobrevive. ¡Y pretendemos pasar aquí más de un mes! Si te haces una herida aquí ya no se cierra. Agacharte para entrar o salir de la tienda te deja jadeando. El dolor de cabeza va y viene, pero nunca se va del todo. Las temperaturas van desde los -15 grados a los 20. Nos pasamos la mayor parte del tiempo dormitando en el saco. El desayuno es a las 8 de la mañana, la cena a las 6 de la tarde.

Cada cosa que haces es un esfuerzo titánico. Por ejemplo, juntar nuestros diez bidones, que los yaks habían dejado en un radio de 30 metros, nos lleva media hora. Preparar una plataforma y montar una tienda nos cuesta más de una hora entre los tres.

Entre la inactividad y el embotamiento de la altura los días se confunden, parece que llevamos un tiempo indefinido en una nebulosa fuera del espacio y del tiempo. Todo parece soñado a cabezadas en el duermevela del saco. Cada día se distingue de los demás por un hecho significativo: el día en que monté la tienda, el día en que hice un simulacro de ducha, el día que organizamos los bidones…

Aún y todo sacamos energía para celebrar la llegada al CBA haciendo una tortilla de patatas y abriendo una botella de vino. El lugar es espectacular y además del Everest nos rodean cuatro montañas de 7.000 metros y a lo lejos vemos el Makalu, viejo amigo.

Me voy acostumbrando a tener el Everest tan cerca. Poco a poco me va entrando en la cabeza. Adivino la ruta al Campo 1, veo dónde debe colocarse el Campo 2… Estoy muy motivado y de momento no tengo problemas físicos, que ya es muchísimo.