la conquista de los "ochomiles" PASABAN HOLLA EL ANNAPURNA
a un paso del olimpo
marta hernández
vitoria. Los ojos de Edurne Pasaban, que reflejan las huellas del sol a su paso por donde las nubes quedan por debajo, que recogen toda una vida en la infinita montaña, transmitían días antes de embarcarse en la doble expedición hacia la leyenda la melancolía por terminar un idilio con las cumbres más verticales, con esas donde no hay tierra más arriba: "Me da pena cumplir mi sueño". Desde ayer, las ilusiones de una década que abren las puertas de la historia, están más cerca de explotar en el corazón. Se ensombrecía esa mirada de la tolosarra en aquella mañana de finales de febrero, al pensar en el Annapurna, se encogía al acordarse de los amigos que el coloso nepalí le ha arrebatado, como Iñaki Ochoa de Olza: "No me putees ahora". No lo ha hecho el Annapurna, que no se ha despedazado, que se ha dejado coronar aunque no haya ocultado por completo su cara más atroz. Los ojos de Edurne brillaban ayer a 8.091 metros, no podían mirar más allá, estaba en lo más alto de la Diosa de la Abundancia. "Nosotros hemos cumplido", proclamaba la voz de la guipuzcoana en comunicación con el campo base. A las 10.30 horas en Euskadi (las 14.15 horas en Nepal) el equipo que comanda la alpinista vasca hollaba la cumbre del Annapurna. Trece ochomiles. Un hito. A un paso del Olimpo. Edurne Pasaban, Alex Txikon, Asier Izagirre y Nacho Orviz llegaron al pico deseado tras más de 40 días de expedición y junto a Joao García, que se convierte en el primer portugués que doma los catorce techos del planeta y en el decimonoveno del mundo con semejante registro. Después, sanos y salvos, agotados y felices, durmieron en las tiendas del cuarto campamento.
"A ver si ésta es la buena, eh chicos?". Era el grito de guerra, un soplo de optimismo, de un animado Alex Txikon cuando la expedición abandonaba el campo base con destino a la cumbre del Annapurna el pasado miércoles. El sol, amigo de los expedicionarios en este último tramo de la aventura, apuntaba de lleno a la cara del lemoarra. Es el buen tiempo el que se ha aliado con Pasaban y los suyos después, eso sí, de haberle jugado un par de malas pasadas. Ayer hacía buen día en la cabeza del Annapurna y el viento no soplaba a más de 30 kilómetros por hora. Pasaban las 14.00 horas en Nepal e Izagirre, el primo de Edurne, llegaba a la cima. Poco después escalaban hasta lo más alto la guipuzcoana, Txikon y Orviz, además de los tres sherpas del equipo (Pasang, Gempu y Mingma, éste último también consiguió su decimocuarto ochomil). El osado portugués, hambriento por atar su desafío, había llegado ya a las 13.30 horas. El último repecho hasta la cumbre fue muy costoso, diez horas de arduo camino desde el campo 4, situado a 7.200 metros. Más de lo previsto principalmente porque en la ruta se toparon con grandes placas de hielo, sobre todo cuando la cima ya casi se palpaba con los dedos, lo que obligó a los montañeros a ir con sumo cuidado. Más si cabe cuando la jornada del viernes, faraónica, consumió toda la cuerda que llevaban en sus mochilas. Pero el esfuerzo mereció la pena; del aire del Annapurna, de su pico -de las tres puntas que tiene la cumbre- se llenaron los pulmones de los alpinistas. En torno a las 15.00 horas locales, Pasaban y los suyos emprendían el camino de vuelta.
Es la bajada la parte olvidada de una expedición, de peligrosidad camuflada, en la que las fuerzas, además, escasean. La tolosarra y sus compañeros durmieron en el campo 4 pese a que tenían previsto llegar hasta el 3. No obstante, como tardaron más de lo esperado en hollar la cima decidieron quedarse cuando ya empezaba a caer la noche en el cuarto campo de altura. Fueron cuatro horas de atención máxima y lucha contra el agotamiento. Hoy seguirán bajando hasta el campo base y es probable que lleguen entrada ya la tarde. Deben tener cuidado con la difícil correa que une el campo 3 con el 2, donde las avalanchas, que afortunadamente no han sacudido a Edurne en este desafío, son más asiduas y con los 3.000 metros de desnivel de bajada. Solventado ello, llegarán de una forma más cómoda hasta los pies del Annapurna, ahí, en el abarrotado campamento, podrán asimilar a gusto lo alcanzado al cobijo de los sueños.
en el segundo intento La escritura de los últimos capítulos de la historia de los ochomiles de Edurne empezó con mala letra, con una cambio de planes a última hora, con un giro en el destino de sus billetes: las autoridades chinas denegaron los permisos de entrada en el Tíbet, por lo que la guipuzcoana y sus compañeros no podían ir al Shisha Pangma hasta abril, así que tuvieron que irse, deprisa y corriendo, con un barrido en la mente, al Annapurna, esa terrible montaña de estadísticas para echarse a temblar que dicen que es el pico más cruel de todos los ochomiles. En la soledad de la Diosa de la Abundancia, los expedicionarios empezaron a trabajar a un buen ritmo hasta que la nieve, el viento y el frío entorpecieron el camino. Se frenó la escalada al campo 3 y se paralizó el primer intento de hacer cima el pasado fin de semana. Por medio, entre los paréntesis que se hacen eternos de esperar a mejor tiempo, un té con Miss Oh y un partido de voleibol con los coreanos. Hasta que llegó el momento de poder subir para no bajar. "A ver si es la buena", rezaba Txikon. Y acertó. Con mucho esfuerzo, un trabajo mayúsculo, Edurne y los suyos veían ayer el Annapurna a sus pies.
Edurne Pasaban abre huella durante un momento de esta expedición al Annapurna. Foto: edurnepasaban.com
El equipo llegó a la cima a las 14.15 horas locales y a las 15.00 inició el descenso
Tardaron cuatro horas en bajar al campo 4, donde durmieron, y hoy llegarán al base