Amurrio. En Amurrio hay ahora, desde hace tres años, un museo ciclista que recuerda, entre otras cosas, que allí estaba la fábrica de Karpy, un licor de sobremesa y un equipo ciclista. Y que en el valle de Aiara, pulmón de Euskadi, hubo corredores notables como Óscar López Uriarte o César Solaun, como Jon Unzaga, quien perdió un Campeonato Estatal cuando lo celebraba confiado e Indurain se le coló sorpresivamente por debajo del sobaco, y que a dos palmos, en la cuesta de Respaldiza, vive Iñaki Isasi, corredor de Euskaltel, hijo de Jesús Isasi, ex ciclista fallecido. En Amurrio, todavía recuerdan que un día, el único, acabó allí una etapa de la Vuelta a España que salió de Bilbao. Fue en 1978, en el arranque de la era Bernard Hinault. Ganó aquella etapa, otras cuatro y la general de la Vuelta el bretón, un chaval de mirada penetrante y retadora que meses después gobernaba el primero de sus cinco Tours y que dejó un poso agradable -se fotografió con los niños, con todo aquel que se lo pidió- en Amurrio, donde se esperaba ayer a Óscar Freire, otro campeón de una leyenda aún en construcción, que no llegó a tiempo de superar a Francesco Gavazzi.

La segunda vez que una vuelta ciclista de calibre llegaba a Amurrio, ayer mismo, se temía, más que ninguna otra cosa, la lluvia, que, unida al frío y al viento, podía convertir en calvario el regreso desde Viana al norte, a un paisaje tachonado de montañas, salpicado de repechos. El de Mendeika, por ejemplo, un tercera plantado en el tramo final de la etapa. Allí llegaron con dos minutos y sin apenas aliento Egoi Martínez, Michael Albasini, Remy di Gregorio, Vorganov e Iban Mayoz -Alan Pérez se había descolgado tras vaciarse-, que exprimieron la esperanza, que no desistieron, que minimizaron la perdida en la estrecha subida para lanzarse luego en un descenso que zigzagueaba peligroso para atrapar los últimos diez kilómetros con apenas 40 segundos. Insuficiente. Claudicaron 3 kilómetros de meta.

En Mendeika no ocurrió nada, tampoco era el lugar. Pero asomaron los notables. También Samuel, recuperado el tono físico una vez que la lluvia barrió el polen del aire. Se sabe eliminado el de Euskaltel, pero no renuncia, no baja los brazos y esconde tras una sonrisa sus pretensiones de Arrate. "A río revuelto…", dice.

Aquella estrecha subida, la de Mendeika, la coronaron los favoritos apretujados en cabeza, dándose abrigo. Luego, se esparcieron en el descenso, rebuscado, técnico, filoso. Un cepo para Frank Schleck, nefasto gestor de la trazada, que encalló en una curva y se precipitó por el barranco. Nadie se dio cuenta. Ni los ciclistas ni los jueces ni los directores de equipo ni los médicos. Sólo Andy, su hermano, que vio que no había nadie al otro lado de su cordón umbilical, se preocupó y dio la alerta para que alguien diera media vuelta. Le rescataron, pero Frank no llegó a Amurrio, no sigue en carrera y no escalará hoy Arrate, un rival menos para Valverde, que no es líder, aunque sí el patrón, porque su tela amarilla es ahora de Freire.

Un Freire desencantado, un Freire que se sabe más poderoso que nadie en el sprint, pero que enfila la recta ascendente de Amurrio rezagado, mal colocado, entre octavo y décimo, y se da cuenta enseguida de que la cosa pinta mal. Sigue corriendo, sin embargo. Va a toda pastilla, pero el sprint es un tutum revolutum, un enjambre de músculos que se cruzan, que surgen por la derecha, que se frenan por la izquierda, que estorban el avance del cántabro, que es el más rápido, que va superando cuerpos… pero que no llega, no alcanza a Francesco Gavazzi, un italiano joven, 25 años, y rápido que ya ganó una etapa en el pasado Giro de Sardegna. El embrollo es mayúsculo en la llegada. En un rincón, Valverde abronca a Wiggins porque le ha obstaculizado y porque, seguramente, eso le ha hecho perder el liderato. El inglés le escucha cariacontecido y farfulla algo mientras se marcha encendido y se topa con un Ertzaina que le corta el paso, le pide que espere a que pase la carrera y le pone la mano en la bici, lo que saca de quicio al líder del Sky, que le grita. "¡Don"t touch my bike!" -no toques mi bici-. El asunto se cierra con improperios varios. Luego, al bus. Mientras, el Rabobank y el Columbia confían en la exigencia arbitral del primer día para darle la vuelta a la clasificación. Han visto un sprint sucio. Así que reclaman. Pero no prospera. Intxausti, las gafas con gotelé de barro, besa a sus primas, mientras habla de mañana, que es hoy, de Arrate, "posiblemente, la etapa más importante". De la Vuelta. De su vida. De momento. Y entre el barullo pasa Freire con su habitual parsimonia, ajeno al estruendo. Corre al autobús, entra y se mete en la ducha. No sabe que es líder. Nada extraño. Garate y Joseba Núñez le llaman desde el podio para apremiarle. No llega. Aparece diez minutos después, duchado, el gesto aséptico.