vuelta al país vasco una mirada al pasado
Un instante que condensa una vida: Anquetil y Poulidor, hombro con hombro en la subida al Puy de Dome durante el Tour de Francia de 1964.
LA primera Vuelta al País Vasco, carrera que en 2010 cumple su 50ª edición, después de la Guerra Civil Española fue la última de Jacques Anquetil -se habían disputado siete ediciones ininterrumpidas entre 1924 y 1930, y una más en 1935, con victoria de Gino Bartali, antes de que el ruido ensordecedor de los fusiles silenciara el ciclismo-. Corría el normando en su ocaso. Tenía 38 años, pero no agonizaba su estilismo, no se descomponía esa pose deliciosa sobre la bicicleta; los brazos posados con dulzura sobre el manillar, las rodillas acariciando el tubo horizontal del cuadro, los talones dibujando un círculo perfecto como paradigma del pedaleo redondo que luego emularon otros campeones, y, sobre todo, el rostro, aquel semblante imperturbable, ausente cualquier atisbo de dolor, un rastro de sufrimiento, de queja, una lágrima, una señal del alma. Nada. Así, sin sentir aparentemente, sin desnudarse sobre la bicicleta, sin mostrar las entrañas, hierático cuando los demás se retorcían, ganó cinco Tours, dos Giros y una Vuelta a España. Y una Vuelta al País Vasco. La de 1969. La primera después de la guerra.
Fue su última lección de cálculo, la postrera demostración de su ideología ciclista, basada en la matemática, en la creencia de que tenía igual valor ganar por un segundo que por veinte minutos. Que era inútil el derroche. Alguien creyó ver en esa actitud, que llevó al extremo sobre la carretera, un desprecio a la épica inherente al ciclismo. Por eso fue odiado su talento. Por más de media Francia campesina, obrera; el pueblo de manos desnudas y garganta apasionada que tomó partido por el álter ego del normando, por Raymond Poulidor, la otra mitad de la leyenda que hizo que Anquetil fuera Anquetil. Y Poulidor fuera Poulidor. Un binomio indivisible.
Anquetil murió en 1987, cinco meses después de que le detectaran un cáncer. Poulidor, corrió hasta 1977, siempre en el Mercier, y se retiró después a Saint-Léonard-de-Noblat, cerca de la ciudad de Limoges, a un hogar barnizado de humildad y ajardinado de calma y sosiego, como su propio ser, donde vive y de vez en cuando interrumpe la armonía el grito del teléfono -se resiste a atarse a un móvil-, que suena, y una voz que le pide que recuerde, a sus 73 años, cómo era aquel ciclismo; cómo, su rivalidad con Anquetil; cómo, el cielo de aquel gris Bilbao que se asomaba a la década de los setenta y donde Pou Pou ganó la crono, la especialidad de su sempiterno rival, al que aventajó en más de un minuto, pero que no se dejó sorprender por Patxi Gabika en la última etapa, camino de Eibar.
"Pero todo aquello lo recuerdo vagamente. Recuerdo, eso sí, que no me fue muy bien en la general -acabó séptimo-, principalmente, porque los corredores vascos eran muy difíciles de controlar. El ciclismo era un deporte muy especial para los vascos. Se amontonaba la gente en la cuneta para vernos pasar. Era una gran afición. Y sus ciclistas estaban muy preparados. Eran duros, fuertes. De Bilbao, en cambio, recuerdo poco. Sé que gané allí la crono en 1969 y también una de la Vuelta a España en 1964, cuando logré la general. Pero no me acuerdo de los detalles".
Apenas se recuerda ganando en aquel gris Bilbao que se asomaba al fin de la dictadura franquista, pero guarda intacta la figura de Anquetil "vestido con el maillot del Bic y logrando la que sería su última victoria". "La Vuelta al País Vasco cerró su palmarés y luego, aquella misma temporada, se retiró porque tenía ya 38 años". Fue algo brusco. Anquetil se refugió en una granja y renegó de todo su pasado. Apenas quería saber de ciclismo, apenas de los periodistas, apenas de la vida pública, mientras Poulidor, al retirarse, al bajarse de la bicicleta, siguió ligado al ciclismo y corre desde entonces el Tour desde la caravana de coches que persigue el rastro de los ciclistas. "Y este año lo volveré a hacer", dice jovial el francés, que siempre se sintió un privilegiado, pues el simple hecho de ser ciclista ya le parecía lo suficientemente maravilloso. Su dicha, sin embargo, se traducía en una falta de pulso, de apetito competitivo, que provocaba el reproche de Antonin Magne, su director.
¿Qué le decía?
Me decía que siempre estaba en un sueño.
¿Y eso tiene que ver con la ambición?
Bueno, se refería a que yo nunca pensaba en ganar; nunca me levantaba por la mañana con la idea de la victoria.
Entonces, ¿no le pesa no haber ganado un Tour?
No, para nada, en absoluto. Yo hice lo que tenía que hacer.
Anquetil ganó cinco y, sin embargo, usted era el ídolo de los franceses, el ciclista al que vitoreaban y aplaudían a rabiar.
Admiro que la gente me quisiera tanto, pero nos quería a los dos. Los dos teníamos madera de campeones. La rivalidad entre nosotros siempre estaba presente. Teníamos a Francia dividida: la Francia de Anquetil y la Francia de Poulidor. Lo que pasaba era que como yo corría peor suerte, despertaba más cariño, era más popular. El cariño que Francia tuvo por mí lo podríamos comparar, para que se hagan una idea los jóvenes, al que hace no mucho tuvieron Laurent Jalabert y Richard Virenque por lo buenos que éstos eran.
¿La ascensión al Puy de Dome del Tour de 1964 condensa lo que fue su rivalidad?
Sí, probablemente sí. Fue una etapa muy disputada. Además, había televisión en directo -por primera vez en la historia del Tour-, la gente estaba encendida? Estuvo tan reñido que hasta el último kilómetro nadie intuía lo que podía pasar. Al final, Anquetil cedió y yo me fui hacia delante. Pero no fue suficiente para quitarle el amarillo. Lo cierto es que aquel día los dos sufrimos al límite. Luego pensé que quizás hubiera sido mejor atacar desde abajo e intentar ganar la etapa. Con la bonificación de un minuto habría sido líder pese a llevar a mi rueda a Anquetil. Pero no pude seguir a Julio Jiménez y Bahamontes.
Anquetil dijo una vez que Bahamontes había sido su rival más duro.
No lo sé. Bahamontes subía muy bien.
dos ciclistas opuestos Anquetil y Poulidor eran dos ciclistas antagónicos. Calculador el normando, cerebral; derrochador su rival, generoso en el esfuerzo, extremo en el sacrificio, abnegado. A ambos les marcó su educación. Mientras uno había pasado su juventud viajando por media Europa, lo que le abrió la mente, la perspectiva, el otro cumplía la mayoría de edad sin haber salido de su burbuja rural. Por ejemplo, fue con 19 años cuando cogió por primera vez un tren para hacer la mili "y te podría estar horas y horas contando todo lo que aquello supuso para mí". "Yo era un hombre de campo. Allí me crié y allí aprendí lo que realmente supone el sacrificio. Lo he dicho más veces, pero yo nunca tuve miedo a una carrera, por dura que ésta fuera, porque sabía que ninguna carrera sería comparable en exigencia a una jornada de recolecta en el campo. Pero fue, a su vez, una buena preparación para el futuro", dice el ex ciclista, que en sus primeros años entrenaba al anochecer, después de 15 horas deslomándose en el campo, y que suelta una carcajada antes de recordar su primer sueldo, "una barbaridad para mí porque suponía ganar de golpe lo que ahorraba en seis años trabajando en la granja".
¿Era su origen campesino lo que le hacía diferente de Anquetil?
Creo que sí. A mí haber trabajado en el campo me ayudó a ser un ciclista fuerte, a no rendirme, a saber sufrir.
¿En el ciclismo actual ya no hay ciclistas como usted?
Ha cambiado mucho, se ha mundializado y la competencia es mucho más dura. Es difícil ganar ahora una carrera porque además todos los países del Este, de la vieja Europa, se han convertido en profesionales. La competencia es enorme, mayor que antes. Eso es bueno para el ciclismo.
No profundiza Poulidor en la salud actual del ciclismo. Su voz se apaga cuando se le pregunta por ello y el auricular lo abordan el murmullo de fondo, unas risas. Hay cierto jolgorio en el hogar del francés, un tipo siempre risueño, poco dado al lamento, a la queja que queda sepultada tras el telón de un buen humor envidiable y contagioso. Está lleno de vida Poulidor.
en el lecho de muerte Anquetil parecía que nunca llegaba al límite, menos aún si no era necesario, pese a que Raphael Geminiani, su director, proclamase que no era cierto que Jacques no sufriera, que jamás había visto a un ciclista con tanto coraje y tan sufridor, pero que esas cualidades pasaban desapercibidas envueltas por un estilo perfecto. Poulidor, en cambio, se dejaba la vida en cada puerto, en cada crono, en cada metro. Era como si corriese arando el asfalto. "Por eso era popular. Porque además, tenía mala suerte. Así que cuantas más cosas dramáticas me ocurrían, más incrementaba mi popularidad", recuerda. Los ciclistas dividían a Francia, que se identificaba en la elegancia aristocrática de Anquetil, o el espíritu trabajador, el rostro siempre desencajado, el músculo al límite persiguiendo una quimera, una meta inasible, el destino fatal de Poulidor. Ahí nació el Concepto Poulidor, término que se utiliza en Francia y en cualquier lugar del mundo para denominar a aquel que jamás logra alcanzar su objetivo, pese a perseguirlo con tenacidad, con ahínco y es objeto de la burla del destino.
¿Qué le sugiere que su nombre siga siendo tan actual?
Ja, ja. Es mi mayor éxito.
Anquetil se retiró en 1969 y usted corrió durante ocho años más, pero jamás ganó el Tour. ¿Se desmotivó sin su presencia?
No, no. Lo que pasa es que cuando Anquetil se fue, llegaron otros buenos corredores. Llegó Merckx. Yo luché con Anquetil en 1964 en el Puy de Dome y diez años después, en 1974, lo estaba haciendo con Merckx. Eso también hay que valorarlo.
¿La rivalidad entre ustedes traspasó las fronteras de la competición?
Hummm... Hubo una época en la que yo le detestaba, no hablaba con él. Pero cuando él se retiró tuvimos una buena relación. Hablábamos muchísimo. Cuando me enteré de que tenía cáncer y que se moría sentí que perdía a un amigo. Fue especialmente doloroso.
Estuvo en su lecho de muerte.
Sí, es cierto, estuve con él, pero los últimos momentos que vives con alguien que ha marcado tanto tu vida son difíciles de narrar.
Cuentan que allí, en su último encuentro, Anquetil, dueño de una ironía tan fina y deliciosa como su pose en la bicicleta, se dirigió a Poulidor y le dijo: "Amigo, una vez más, acabarás segundo detrás de mí".
La Vuelta al País Vasco de 1969, la primera tras la guerra, fue escenario de la última victoria de Anquetil sobre Poulidor
Recuerda vagamente su triunfo en Bilbao, pero Pou Pou no olvida a los vascos: "El ciclismo era muy especial para ellos"
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sus frases
"Nunca me ha pesado, en absoluto, no haber ganado el Tour; yo hice lo que tenía que hacer"
"Sabía que una carrera nunca sería comparable en exigencia a una jornada en el campo"
"Nos querían a los dos, lo que pasa es que como yo corría peor suerte, despertaba más cariño"
"La muerte de Anquetil fue especialmente dolorosa porque sentí que perdía a un amigo"
Raymond Poulidor
Ex ciclista