YA estamos en Tíbet, pero apenas se nota. Zagmu, el primer pueblo, es un deprimente pueblo fronterizo, que únicamente son casas a ambos lados de una carretera permanentemente atascada con camiones echando un humo apestoso. Por la noche hay decenas de escaparates con luz roja, y una chica en cada uno de ellos.

El siguiente pueblo es Nyalam. También son todo casas nuevas, chinas con tiendas abajo que son como los bazares chinos de nuestras ciudades. Por aquí ya empieza a verse algún tibetano, pero la mayoría son chinos.

Es increíble cómo va cambiando todo esto en sólo cuatro años. Lo que era una pista, por la que se tardaba tres horas en recorrer los 38 kilómetros que separan Zagmu y Nyalan, hoy es una carretera asfaltada. Cuando la expedición al Cho Oyu, en Nyalam dormimos en un apestoso hotel, en el que se oía a las ratas correr por todos lados. Este año hemos inaugurado un hotelazo de cinco plantas que se estrenaba el día de nuestra llegada. Para bien o para mal, por encima o por debajo de los tibetanos, el progreso también llega aquí de forma imparable.

Y lo mejor: ya hemos comenzado a caminar para aclimatarnos. Hemos salido de Nyalam a 3.700 metros y ya hemos tocado los 5.000 metros. ¡Qué falta me hacía! Hoy he estado contento todo el día. Ya hemos tenido oportunidad de admirar impresionantes montañas, el Shisa Pagma entre ellas, y además he tenido muy buenas sensaciones durante la caminata, a pesar de que aún tengo restos del catarro.

La diferencia de caminar aquí, es que al llegar al hotel no hay ducha. La última ducha nos la dimos en Katmandú, la próxima deberá esperar como mes y medio.