Existe en Florencia, en un alto situado al sur del río Arno, un mirador desde el que puede contemplarse la grandeza de la que es probablemente la ciudad más bella del mundo. Desde este lugar, cuya denominación popular -Belvedere (Bellavista)- ha acabado por imponerse al nombre oficial, se aprecia una de las obras más estudiadas por la arquitectura de los últimos siglos, la cúpula roja con nervaduras níveas que diseñó Filippo Brunelleschi para coronar su espectacular Santa Maria dei Fiori, centro neurálgico de la cuna del arte renacentista. Lejos del artificial apéndice de edificios vulgares y avenidas impostadas que le ha crecido a Florencia más allá de la Galleria degli Uffizi, el Palazzo Pitti o el Ponte Vecchio, desde Belvedere resulta sencillo respirar el paso del tiempo en un lugar cuyos habitantes se han sentido siempre cobijados por la enorme doble bóveda que alguien dijo, tras regresar a la urbe después de un exilio, podía guarecer a todos los ciudadanos de la Toscana. Vitoria carece de algunos de los encantos que rezuma la patria de, entre otros, Leonardo o Botticelli. Pero al igual que Florencia, su skyline se ha visto marcado desde hace más de tres décadas por la presencia de un extraño platillo volante junto a los humedales de Salburua. La confirmación de que el Buesa Arena deberá renunciar a su imponente cúpula, inspirada en la que Brunelleschi elevó sobre la catedral florentina en el siglo XV, me genera cierta melancolía. A uno le asaltan los recuerdos y las noches de sufrimiento y alegría, más de lo segundo que de lo primero, que miles de aficionados baskonistas han vivido albergados en la cúpula que un ya lejano 1975 idearon los arquitectos catalanes Joan Margarit y Carles Buxadé para coronar la plaza del ganado de Zurbano (o Betoño, que también en esto existen rivalidades territoriales). Bajo el resguardo de esta enorme cubierta, el modesto Caja de Álava que disputaba sus encuentros en el vetusto pabellón de Mendizorroza fue creciendo hasta convertirse en una de las escuadras más respetadas en el Viejo Continente. Símbolo de la indignación popular y la comunión política que en su día propició su cambio de nombre, el Buesa Arena, anacrónica construcción que creció aislada entre pabellones industriales hasta que a alguien se le ocurrió dotarle de una novia, la nueva sede de Caja Vital, afrontará en apenas unos meses otro paso definitivo en su cada vez más dilatada historia. La remodelación que proyectan los responsables del área de Arquitectura de la Diputación supondrá, desde un punto de vista estético, la desaparición de su principal seña de identidad. La cúpula debe desaparecer para ceder espacio al cuarto anillo, a la ampliación del aforo y a lo que está por venir, que seguramente será mucho y bueno. Si el cambio de escenario de fatigas supuso en su día el salto inicial hacia la élite y la primera remodelación del Araba Arena constituyó la consolidación entre la aristocracia europea, cuesta imaginarse qué puede llegar de la mano de un proyecto que va a convertir el otrora mercado de ganado en uno de los mayores recintos de Europa. Puede que a algunos, por eso de que en Vitoria no somos muy amigos del cambio, les moleste que para dar ese paso haya que llevarse por delante la cúpula que ha cobijado tantas horas de pasión y sufrimientos. Incluso esos tendrán consuelo. El plan para convertir el Buesa Arena en un pabellón con capacidad para más de 15.000 almas incluye la reubicación de la techumbre de la nave espacial en otro punto de la ciudad. Allí se conservarán eternamente los sueños del baskonismo.
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