ander mirambell

piloto de skeleton

"Me siento Indiana Jones en la era moderna, pero por mis raíces vascas soy valiente y cabezón"

Su nombre ha poblado estas semanas más minutos y líneas que en toda su trayectoria al mando del trineo. Su especialidad, el skeleton, resulta aún más desconocida. Pero Ander Mirambell, catalán con ascendencia vasca y con plaza en los Juegos de Vancouver, ya ha hecho historia.

igor santamaría

vitoria. Llegó a hacer de extra en una película, limpió piscinas, recogió patatas, trabajó como taxista y hasta le apuntaron con una pistola por exceso de velocidad en Estados Unidos. Todas esas actividades forman parte de sus estrategias para pagarse los entrenamientos, nada que ver con su etapa de futbolista en la cantera del Espanyol o cuando se pasó al tartán. Es la rocambolesca historia de Ander Mirambell (17-II-1983, Barcelona), el primer deportista español en clasificarse para unos Juegos Olímpicos de Invierno en la modalidad de skeleton, los que ya se disputan en Vancouver hasta el 28 de febrero. Desde Innsbruck, donde protagonizó su primera carrera, charló con DNA sobre las vicisitudes que sortea en una especialidad ignorada.

Una pregunta obligada, ¿por qué siendo catalán se llama Ander?

(Sonríe). Por mi abuela, Alicia Arrizabalaga Zendoki, natural de Gernika. Y también tengo un tío en Pasaia. Seguimos en contacto.

O sea, que corren genes vascos por sus venas.

Sí, por supuesto. Soy un catalán con nombre vasco y eso lo noto por mi cabezonería y por mi valentía.

La mayoría que enchufa Teledeporte

El skeleton, junto al bobsleigh y el luge, representa una modalidad de descenso en trineo. Nunca mejor dicho, empleas el esqueleto. Hay que ser piloto y velocista a la vez porque en los primeros treinta metros hay que empujar muy fuerte, luego te subes al trineo y a conducir colocándolo como es debido, buscando la aceleración en determinadas curvas y a una velocidad de unos 140 kilómetros por hora, que se dice rápido. Además de habilidad, mentalmente hay que estar fresco.

Pero usted jugaba al fútbol.

Mi sueño era llegar al primer equipo del Espanyol o jugar en Primera División. Estuve a prueba en la cantera pero en pretemporada, el entrenador, Matías Borsot, me dijo que tenía cualidades pero que querían cederme. Lo cierto es que mi pierna izquierda es un poco de madera, no como la derecha. Después me enganché al atletismo y empecé a ganar carreras y a viajar, especializándome en pruebas combinadas. Fui campeón de Catalunya sub"23, sexto a nivel estatal, pero tras cinco años comprobé que llegaba a mi límite. Era casi imposible llegar a unos Juegos en el decatlón. Me faltaba técnica en las zancadas y genéticamente no tenía toda la envergadura suficiente para el disco.

¿Quién le metió en este mundo tan "selecto"?

Conocí a una persona en Calella que hacía bobsleigh. Y le dije yo: "¡Cómo la película Jamaica bajo cero!". Engañé a mi compañero de decatlón Alberto Castillon pero lo descarté porque un bob cuesta 20.000 euros y alquilarlo, casi 4.000, no tienes traje especial... Y el skeleton es más barato. En mi estreno me presenté con un traje de esquí de fondo cedido por la Federación Catalana de Deportes de Invierno, nada que ver con los aerodinámicos. Y un juez me preguntó: "¿Y ese bolsillo, es para meter el Red Bull y que te salgan alas?". También fui con unas zapatillas de atletismo a las que puse papel de lija y un rallador de queso. Increíble.

¿Cómo se entrena cuando en el Estado no existen instalaciones?

Pues yéndome a Letonia si hace falta, que es más barato, con un tobogán en un edificio lanzándonos con el trineo desde el sexto piso. Al principio fue liarse la manta a la cabeza. Cogí el Ford Fiesta, 3.000 euros de ahorros y me recorrí toda Europa sin ninguna planificación. Me siento un poco el Indiana Jones en la era moderna. He hecho de todo menos competir. Últimamente, con la creación de la Federación Española de Hielo parece que pinta mejor. Pero cuando estás entre los treinta mejores del mundo necesitas un salto de calidad. De nada vale darlo todo, hay que ser profesional. Por eso, a partir de los Juegos de Vancouver tengo que crear un proyecto competitivo para mejorar y saber si valgo para estar arriba. Es la siguiente etapa. Ahora sólo estamos María Montejano y yo. No tiene sentido esta lucha y hacer un camino para que luego nadie lo aproveche. Sería muy triste.

¿Cuál es el riesgo de lesiones?

Son factibles las musculares. A título de accidentes, uno o dos al año. A veces acabas en el hospital. Por ejemplo, me golpeé con la cabeza en una curva y me hice una fisura en una costilla, tirándome seis semanas lesionado. Hace dos años me rompí la clavícula como si fuera un mondadientes. Pero en un mes estaba compitiendo e hice mi primer podio, en Innsbruck. Otra vez me rompí un dedo al celebrar un gran tiempo con la mano en alto.

Cuando bajan, mejor ni mirar.

Es vital tener una posición aerodinámica, no levantar mucho la cabeza excepto cuando entras en una curva. Es todo tan rápido, pura adrenalina, que vas más por sensaciones que por la vista. Lamiendo el hielo, la sensación de vértigo es tremenda. Cuando vas por las paredes significa que no vas fino. Hay que marchar por el centro, por el cauce de la pista, por la yema del tubo.

Pero sólo un posible éxito arrastrará a los jóvenes.

Hay que seguir el modelo de Inglaterra, donde tampoco hay pista. Montan dos veces al año una quincena de entrenamientos con universitarios y gente de 17 ó 18 años. De entre los 30 mejores escogen a los que van a la Copa de Europa. Uno de mis mejores amigos, que vive en Miami, es de Islas Bermudas, trabaja como pescador y disc-jockey, pero tiene una constructora que le patrocina. Por otro lado, estamos los que para ahorrar compartimos cama con otros, como hice con un compañero irlandés. Tengo una tabla de madera con patines en línea para hacer ejercicios y se me puede ver en la playa tirándome simulando una salida. Toca tirar de ingenio. Una evidencia: mi entrenador, el suizo Ueli Geissbühler, lo comparto con los representantes de Croacia, Holanda e Irlanda, porque lo paga la Federación Internacional.

Está en Vancouver para disfrutar.

Esto es la Fórmula 1 del hielo, un deporte que engancha. Es el único deporte del mundo donde los vestuarios son mixtos. Lo afronto como una experiencia porque soy joven. El último campeón del mundo tenía 42 años, así que hay Ander para rato. Quizás, con 34 años y con recursos llegue a lo alto. Y además, quizás sea gracias a esas raíces vascas el hecho de que los tenga bien cuadrados. No soy conformista y sí bastante cabezón.

sus frases

"Cogí los ahorros y el Ford Fiesta y me fui a recorrer Europa, esta adrenalina engancha"

"Me he roto la clavícula, una costilla y una vez un dedo por celebrar mano en alto un buen tiempo"

Ander Mirambell se desliza con su trineo en la última prueba. Foto: efe