Melbourne. Roger Federer apenas podía ocultar la emoción que volvió a embargarle ayer, mientras recibía el reconocimiento del público de Melbourne por su victoria en la final del Open de Australia. El tenista suizo, que se apuntó por cuarta vez este torneo tras superar a un revolucionado Murray, sostenía en sus manos una copa que escondía un significado oculto para él y para todos aquellos que lo llegaron a dar por muerto. Federer está vivo. Es el número uno del mundo. Y mientras las piernas le aguanten, tiene tenis para darle muchos quebraderos de cabeza a la nueva generación de jugadores que pretenden imponer un cambio de régimen. "El nivel de los jóvenes me motiva más", reconocía el suizo, aún sudoroso, al término de la final de ayer.

El suizo firmó una puesta en escena magistral e impidió que el tenis del británico, brillante durante toda la competición, saliera a relucir en el momento en el que se definen los campeones. Así, Federer logró imponerse al escocés por 6-3, 6-4 y 7-6 (11), y logró por cuarta vez el título en el Abierto de Australia, su primer Grand Slam como padre.

Federer logró el decimosexto título del Grand Slam de su carrera al imponerse a Murray en una magistral exhibición de juego, resolviendo en el tercer parcial después de ir abajo 2-5, salvando luego cinco bolas de set en el desempate, y apuntillando a la tercera bola de partido en dos horas y 41 minutos, tras un error del británico, que mandó a la red sus escasas esperanzas de remontada.

Murray compitió en su segunda final de un grande, pero como en la del Abierto de Estados Unidos de 2008, también ante Federer, no fue capaz de ganar un set. Falto de servicio, tocado al final en el pie derecho y en su espalda, escaso de imaginación y con pocos recursos para variar el ritmo de juego, el escocés desperdició de nuevo una ocasión para converirse en el gran héroe nacional que su país espera.

Murray lo tenía todo para ganar. Había llegado a la final fresco tras ceder únicamente un set en seis partidos, había ganado al defensor del título, Rafael Nadal, en cuartos de final, había gozado de un día más de descanso que Federer para afrontar el último paso que le quedaba, y sabía cómo ganar al suizo, al que ha derrotado antes en seis ocasiones.

Con el techo de la Rod Laver Arena abierto, sólo un cuarto, debido a las lluvias que se presentaron por la tarde, tras una jornada de calor con 37 grados, Federer sumió de nuevo al tenis británico en el ostracismo. Fred Perry fue el último ganador de un grande, en el Abierto de Estados Unidos de 1936, y desde entonces, el largo desierto se sigue extendiendo.

El suizo se convirtió así en el quinto jugador, desde que comenzó la era Open en 1968, en ganar cuatro títulos individuales en Australia. Antes lo lograron Roy Emerson, que llegó a alcanzar los seis, Andre Agassi, Jack Crawford y Ken Rosewall.

El revés cambiante de Federer, unas veces alto, otras cortado, mantuvo a Murray en la sombra. Luego, el saque del número uno, con 11 directos, contribuyó a que su martirio fuera sin tregua. Pese a todo, Murray tuvo la gran oportunidad de mandar en el partido cuando dispuso de tres puntos de rotura en el quinto juego del primer set. Fue uno de los momentos clave. Y desde la grada se escuchó entonces: "!Vamos Federer, que he apostado mi dinero por ti¡".

Dos aces seguidos del suizo conjuraron el peligro y el de Dunblane notó que su momento había pasado. Tuvo que ceder el segundo parcial y esperar hasta el sexto juego del tercero para, en un despiste de Roger, robarle su saque y poner sal al partido.

Con 5-2, todo parecía a favor de Murray, y perder ante el número uno en cuatro mangas, le habría salvado de las críticas. Pero desperdició esa gran oportunidad. No atacó, retrocedió, y Federer logró el desempate con rotura en el noveno. Luego, el escocés cedió cinco puntos de set en ese juego corto que no olvidará jamás.

sequía británica "Felicidades, Roger, lo que has conseguido con tu tenis es increíble. Ojalá que algún día pueda volver y ganar aquí", dijo a punto de llorar Murray. "Lo siento, no lo pude conseguir esta noche", continuó, y su voz se quebró. "Puedo llorar como Roger, pero es una pena que no pueda jugar como él", añadió Murray recordando las lágrimas del suizo en la final del año pasado contra Nadal. Ya está", cortó su discurso, incapaz de contener la emoción de un hombre que quiso devolver la gloria al tenis británico después de 74 años de sequía.