hubo un tiempo que la volea era un sacrilegio, una postura menor, apestada de alguna manera, rechazada por el estilismo y la aristocracia, parida para el desahogo y el achique. Algo así como un pedazo de pan duro para sobrevivir en la trinchera, un hilo de vida cuando la esperanza se ha batido en retirada. De aquel mendrugo que antaño degustó algún que otro delantero, era archiconocida la volea de Bengoetxea IV en su versión atacante, no queda rastro, engullido por la extrema voracidad de las nuevas generaciones, adiestradas en todos los resortes del juego independientemente de su demarcación. La especialización resulta tardía porque se fabrican manistas totales, validos para acometer cualquier reto, partiendo de sólidos andamiajes de aspecto atlético. Es la pelota que viene. Culturistas que juegan en el frontón golpeando la pelota con mazas. El triunfo del músculo y la potencia sobre la clase y el muñequeo. Sobre ese escenario que demanda ahora el juego gobernaron Joseba Ezkurdia, que se coronó en juveniles al derrotar a Iban Jauregi, e Ibai Arratibel, que tumbó a Erik Jaka, en categoría cadete en las finales del Torneo Cafés Baqué que se disputaron en el frontón Matiena de Abadiño.

Los pelotaris son reflejo y modelo de una sociedad que desayuna cereales y toma bífidus para soportar la vorágine de un mundo que circula al galope. Una juventud que en medio de las prisas acaricia el cielo desde una atalaya tan altos que son. Y desde allí no sólo estudian y observan, también juegan y gestionan la volea. De esa fusión partió Ezkurdia hacia la txapela. Con el uso de ese golpe y una derecha por tuneladora el forzudo de Arbizu, (1,91 metros y 93 kilogramos) le alcanzó para superar a Iban Jauregi, un delantero habilidoso, pero que por un punto de agitación y excitación perdió foco en la final. El zarautztarra jugó a contrapelo, y eso en el mano a mano es un mal síntoma y un peor presagio. A pesar de todo Jauregi estuvo enchufado desde el comienzo, aunque se precipitó cuando el duelo requería sosiego. Sucedía, empero, que no era sencillo mantener el pulso sereno con el atosigante ritmo que imprimía la descomunal volea de Ezkurdia, un golpe violentísimo con ambas manos. "Cómo le pega", fue la banda sonora que acompañó a la actuación del portentoso navarro. Mandaba la volea y sumaba con la dejada, que enviaba en busca del txoko o del ancho según requería el guión de un partido muy apretado porque Jauregi nunca se rindió.

un duelo parejo Diestro en la defensa y arengado por un grandioso espíritu espartano, el de Zarautz siempre se mantuvo firme en la pelea a pesar de su menor potencia de fuego y un arranque en el que Ezkurdia tomó varios sorbos de ventaja: 1-4. Respondió el guipuzcoano con convicción mostrando lo mejor de su fondo de armario. Hizo caja con un par de dejadas, un pelotazo y un saque para voltear el marcador: 5-4. Latía el duelo a mil por hora, con un combate aéreo como método de presionar al rival. En las alturas se impuso la propulsión de la brazada de Ezkurdia, magnífico con la volea en tareas defensivas y ofensivas. Mordía con los incisivos el corpulento navarro, tremendamente ágil para su aparatosa estructura. Incluso en los cuadros alegres supo moverse sin trompicones y complico la existencia de Jauregi que tuvo que realizar otro sobreesfuerzo para frenar el estirón de Ezkurdia que se había ido al 5-8. Reparó la vía de agua el zarautztarra con el saque, un arma que posee el filo suficiente para incidir en el destino de las luchas individuales, incluso para abrirlas en canal. No fue el caso porque Ezkurdia mantuvo la calma y se descolgó seguidamente con una dejada que deshacía el empate a ocho. Vuelta a empezar.

Cerca, pero no lo suficiente Y como al amanecer de la final, a Iban le faltó aire en el starter para arrancar de forma eficiente, con cierto repriss para sobrepasar a su oponente, un cuestión vital para dar de comer a la moral y la confianza. Cerca, pero no lo demasiado, a Jauregi le faltaba el impulso definitivo, el que cambiara la dinámica del partido que viajaba al son que marcaba la velocidad de crucero de Ezkurdia, que gozo de pelota tanto a bote como de aire, alcanzado el entreacto. Miraba por el retrovisor el de Arbizu y asomaba por Jauregi, a dos palmos: 9-11. Logró empatar Jauregi cuando los errores tenían más presencia debido a la dureza de la refriega en la que nadie cedía. Entró la final en su fase resolutiva en la que cada tanto era oro molido por lo dificultoso de su obtención y por su enorme valor. Un dos paredes y un exuberante gancho le dieron a Jauregi la posibilidad de adelantarse 16-15 y 17-16. Ocurrió que Ezkurdia resolvió el amotinamiento gracias al poder de su veta atacante. El zarautztarra se exponía continuamente al riesgo para tratar de voltear la solidez del navarro, consistente bajo cualquier perspectiva. A Jauregi no le quedaba otra que la heroica.