En martes como éstos, en los que los sentimientos se apoderan de la palabra, conviene templar los ánimos antes de escribir. De haber tenido que hincarle el diente a esta sección el domingo, seguramente habría plagado la página de expresiones cuya inclusión en un periódico tienen difícil justificación. En cualquier caso, y con el poso que dejan veinticuatro horas de barbecho, lo cierto es que pocas luces puedo arrojar en este análisis sobre la descomposición deportiva y mental que sufrió anteayer el Deportivo Alavés, durante unos minutos de bochorno que podrían tener mucha mayor relevancia en la historia del club de lo que recogerán los libros.

El clima de desesperación con el que la gran mayoría de los aficionados abandonó Mendizorroza me preocupa, sobre todo, por el efecto que la lamentable imagen que ofrecieron los jugadores sobre el césped pueda tener en el desarrollo de la necesaria ampliación del capital en la que se ha metido el club. Me da pena, por no decir otra cosa, tener que escuchar a varios compañeros que algunos de los jugadores del equipo albiazul ni siquiera se prestaron a hacer declaraciones al término del partido. Decían estar muy enfadados con lo que había sucedido en el campo. ¿Y cómo estaba la afición, que no tuvo culpa alguna, o los propios periodistas que trataban de hacer su trabajo, que sienten los colores del club y en algunos casos incluso dependen laboralmente de un equipo que además aman desde que muchos de los miembros del vestuario ni siquiera conocían los colores de la camiseta del Glorioso?

El ego de un grupo de jugadores de Segunda B crecidos por no sé qué es uno de los principales problemas que han arrastrado al Alavés adonde está, un laberinto de indefinición. De nada vale que la directiva se esmere en diseñar salidas a la penosa situación económica que legó Piterman. Si todo el plan de viabilidad -la salvación de la entidad- depende de unos jugadores que hacen el ridículo y luego son incapaces de dar la cara, podemos echarnos a temblar.

Tenemos al Raúl de Segunda B, al Cristiano de Segunda B y al Ramos de Segunda B, en cuanto a estética y a humos, que no en juego. Quizá algunos de los que siguen defendiendo en las ondas que el Alavés es un grande de la categoría deberían revisar los vídeos de los partidos y entender que somos -si se me permite incluirme- un equipo de la tercera categoría del fútbol español, ni más ni menos. Hasta el momento, ninguno de los jugadores supuestamente tan dotados técnicamente ha mostrado la superioridad que algunos les presuponen sobre el césped. Es más, los que han destacado, que son Igor (de la casa) y pocos más, lo han hecho por la entrega como bandera. Porque eso es lo que se pide en Segunda B, donde en muchos de los equipos rivales hay hombres que dedican ocho horas diarias a otras labores y luego, por las tardes, si les cuadra el turno, acuden a los entrenamientos.

Aun así, muchos de ellos demuestran ser más profesionales que los pupilos de Javier Pereira, al que habría que exigirle que se deje de pizarras y empiece a imprimir mano dura al vestuario. Seguramente, con el agravante de la ristra de lesionados que se agolpan en la enfermería, pocos equipos de este grupo perderían el norte como el domingo lo perdió el Alavés. Más allá de la estupidez de quien vino a hacerse protagonista a un partido en el que no hubo ni patadas y acabó con 17 futbolistas sobre el verde, saber leer situaciones como la del domingo supone también ser un buen jugador de fútbol.

Todo estaba de cara, todo, para lograr la tercera victoria consecutiva y meterle un bocado a la segunda plaza de la clasificación. Y se esfumó, como ha sucedido otras veces cuando el equipo ha mostrado una manifiesta incapacidad para manejar el resultado.

No sé si los jugadores leerán estas líneas, ni siquiera si les importará lo que puedo pensar. Espero que no les hagan falta para darse cuenta -y bastaba salir ayer a la calle para percibirlo- de que el golpe que le asestaron a la moral de la afición puede suponer un mazazo para el futuro económico del club. Más allá de que el Alavés esté obligado a ascender en dos años, situación que me parece accesible si se reconducen las cosas y se trabaja con más seriedad y menos halagos, debe entender la plantilla que juega para una afición que ha sufrido mucho los últimos años. No estaría mal que aceptaran una penitencia y se animaran a vender las acciones, que son aliento y pulso para la entidad. Con ganar los partidos y mostrar otra imagen lo lograrán.