ANTES incluso del encuentro de ayer en Mendizorroza entre el Deportivo Alavés y el Mirandés, ya apareció la primera nota discordante entre ambos clubes ya que la entidad burgalesa había hecho saber a su homóloga alavesista su disconformidad sobre el trato que según ellos les dispensaron tanto a la directiva como a sus seguidores con el tema de las entradas y del horario del encuentro de por medio. Se obstinaron en mantenerse en sus trece en algo en lo que estaban equivocados y lo único que consiguieron fue enrarecer el ambiente entre dos aficiones que siempre se han llevado admirablemente (principalmente porque ya hace muchos años que ambos clubes no compiten de manera oficial) y enfriar los deseos de algún seguidor a desplazarse a la capital vitoriana y seguir el encuentro desde una jaula. No sé si era éste su objetivo.
La afición mirandesa, pese a desenvolverse últimamente en las bajas categorías del fútbol nacional, o quizás por ese motivo, por la relativa cercanía de sus destinos, será la que más gente desplaza. Ayer lo demostró con creces con la asistencia al encuentro de alrededor de dos mil personas, que le dieron una nota de color rojillo a las gradas y con sus cánticos rivalizaron con la afición local en quiénes eran más efectivas o más gritonas en el día de Santa Cecilia, patrona de la música. En las gradas, la afición ganadora fue la local, o por lo menos la menos deportiva. Con insultos al rival no se anima a tu propio equipo.
En el terreno de juego tampoco hubo color. Mejor dicho, solo hubo uno: el rojo. Porque la derrota alavesista, segunda de la temporada en Mendizorroza, deja un cúmulo de sensaciones difíciles de expresar. Desagrado, por los tres puntos que han volado por la incapacidad de un equipo ansioso, frágil de moral y por su ridículo comportamiento en los últimos minutos. No puede dar la imagen que ha dado acabando el encuentro con siete jugadores. Preocupación, pues aumenta la certidumbre y el convencimiento de que algo sigue sin funcionar en este equipo. Y que lejos de aliviarse se agranda cada vez más después del bochornoso espectáculo que nos ofrecieron en el encuentro de ayer con consecuencias nefastas para el próximo. Poca credibilidad en la plantilla, porque cuando mejor se le pusieron las cosas (ir por delante en el marcador y el rival con diez) no supo manejar el choque y el Mirandés le dio la vuelta al marcador, con el agravante de que no es la primera vez que en estas circunstancias el rival es superior. Desconfianza en el entrenador, que tampoco sabe qué estilo seguir en ningún momento. Se vio cómo y a qué jugó el Mirandés; del Alavés tengo dudas. Un entrenador de la casa, Bañuelos, le dio un baño ayer estratégica y tácticamente con una plantilla de perfil bajo, pero que se entregó de principio a fin, cosa que no podemos decir de algún jugador del bando local.
Además, el colegiado de turno nos regaló un auténtico concierto de pito. Señaló dos penaltis, uno a cada bando, y expulsó a un jugador rojillo y a cuatro albiazules. A esto hay que añadir una infinidad de tarjetas, pues cada falta señalada suponía una amarilla para el infractor. Un espectáculo lamentable, propiciado también por la actitud de los jugadores alavesistas. Si le achacamos todas las culpas al árbitro nos estaremos engañando a nosotros mismos. Y, entonces, haremos el ridículo doblemente.