veces oscura y maléfica, la vida prosigue tras el virus y la pandemia. Y los canadienses Arcade Fire, como cualquier otro ser humano, se han conjurado para celebrarla y, de paso, recordar a quienes perdimos en el camino. Así lo muestra We (Columbia), su nuevo y catártico disco, preñado de emociones, grandes estribillos y melodías coronados por electrónica, pop, psicodelia folk y rock de estadio con tributos implícitos a Bowie y uno explícito a Peter Gabriel. “¿Qué es We, nosotros? Los hipsters lo llamaron jazz y los hippies, amor”, explican.

Un lustro después del denostado -por irregular y ecléctico- Everything now, que escondía dos maravillas, la titular y We don’t deserved love, Arcade Fire publican un sexto disco que documenta el dolor, el hastío, el escepticismo y las sesiones de psicoanálisis vividas por todos en los últimos años, así como el deseo de levantar el vuelo. Grabado en El Paso, Mount Desert Island y Nueva Orleans, donde residen sus líderes, la pareja formada por Win Butler y Régine Chassagne, ambos ayudaron en la producción a Nigel Godrich, el 6º miembro en la sombra de Radiohead y miembro de su proyecto paralelo, The Smile.

Arcade Fire, que tocaron en la toma de posesión de Obama y son conocidos por sus proyectos benéficos, incluido un reciente fondo de ayuda a Ucrania, son ahora un quinteto tras la marcha de Will, hermano del líder y, en cierto sentido, regresan a sus inicios con singles efervescentes y eufóricos de un pop preñado de emociones -sensiblería para sus muchos detractores- que nos sitúa en nuestro presente e impele a mirar obligatoriamente al futuro sin renegar del dolor vivido recientemente.

We es fruto de la pandemia. Curiosamente, el sufrimiento, acompañado de un confinamiento que obligó a la pareja a compartir “el mayor tiempo que hemos pasado escribiendo, sin interrupción, probablemente nunca”, confiesan, devuelve al grupo a sus mejores tiempos con un disco conciso, de 40 minutos, que habla “tanto sobre las fuerzas que amenazan con alejarnos de las personas que amamos, como de la urgente necesidad de superarlas”.

Disco catártico y de contrastes, se estructura en dos partes y propone un viaje que parte de la oscuridad en una singladura hacia la luz, del pasado doloroso al futuro esperanzado. Del yo al nosotros, de la individualidad a la comunidad y a la reconexión entre los seres humanos. Y lo hace con canciones efectivas y dispares en ritmos aunque domina la electrónica y el pop de sintetizadores en una banda de rock de estadio con ínfulas indies y humanistas.

Win encontró su génesis en un libro que le leía su abuela y portaba la palabra We en su cubierta. Y ahora vuelve a cuestionarse “quiénes somos nosotros” entre referencias a Carl Jung, Marley, Buda, Lincoln y Luther King. Amar para ganar, ese es el camino propuesto por estas bellas canciones que inician el antes prepandémico con Age of anxiety I y II, dos baladas oscuras coloreadas con delicadas teclas hasta que vencen el ritmo y los sintetizadores que abrazaron en Reflektor. En ellas le cantan a “la edad de la ansiedad y de la duda”, a personas pegadas a la televisión, desconsoladas e insomnes a pesar de las pastillas ingeridas.

Tras referirse a un padre fallecido y “la frialdad del cielo, al que no quiero ir”, llega la posible cumbre del álbum, End of empire I-IV, que se refiere a la América de Trump, el fin de un imperio marcado por las plataformas, la publicidad y los algoritmos. “Me doy de baja, esto no es forma de vivir”, canta Win, mejor que nunca, en 9 minutos preciosistas y atmosféricos, repletos de detalles oníricos en las voces, las cuerdas, un saxo y una producción que se acerca a las de Dave Friedman para Mercury Rev, entre la psicodelia y el dream pop, y que deviene en himno rock clasicista y con regusto glam pero repleto de emoción.

Ese regusto glam es el primer tributo implícito a su admirado Bowie, con quien colaboraron en Reflektor. Otro es su portada, con un uso del aerógrafo de Terry Pastor similar al usado en Hunky Dory y Ziggy Stardust, y el definitivo lo marca la épica The Lightning I y II, con la que llega “el nuevo alumbramiento” tras un paisaje de “neumáticos ardiendo”. “Rotos y derrotados”, canta la pareja, aún todavía podemos seguir adelante. “El cielo se está abriendo, seguimos esperando, en la distancia veremos un resplandor/podemos lograrlo si no me abandonas, no renunciaré a ti”, comparte la pareja.

“Te doy mi corazón y mi precioso tiempo”, se oye en Unconditional I (Lookout kid), en la que despliegan su faz más folk, dulce y orquestal, con violines y guitarras acústicas. Todo un ejercicio de positivismo y buen rollo entre consejos a las generaciones jóvenes. El futuro es suyo aunque les advierten de que llegarán los errores y las rupturas porque “nadie es perfecto”. En su segunda parte, con coros de Gabriel y un ritmo tribal liderado por la voz infantil de Régine, se apuesta por el amor, la alegría y la unión por encima de la religión y la raza, a ritmo de electrónica de los 80 antes del agur con la balada acústica que titula el álbum, que plantea saltar del yo al nosotros. Lo han vuelto a conseguir; cosa seria de verdad. l