- Gervasio Sánchez define su oficio como "el que hace clic a la muerte". No obstante, a lo largo de cuatro décadas recorriendo los principales conflictos armados del mundo, el fotoperiodista ha tratado de fijarse en las personas que "en las peores situaciones que pueden vivirse en una guerra actúan de manera digna". Algo para lo que, en tiempos de fake news y "reporteros de ventana", asegura, es más necesario que nunca reivindicar estar presente en el epicentro del conflicto.

La exposición ha tomado un cariz diferente con motivo de la guerra en Ucrania.

-No lo creo. El comisario Gervasio Mosquera me planteó hacer una exposición con fotografías inéditas mías que, de alguna forma, rompieran con lo que a priori es mi trabajo. Yo soy un fotógrafo de guerra, esto es, el que hace clic a la muerte. Él fue el que preseleccionó el material mezclando todo, sin ningún tipo de temática concreta, y fijándose solo en aquellas fotos en las que se veía la fuerza de la vida. Incluso en las peores situaciones que pueden vivirse en una guerra, hay personas que actúan de manera digna.

La muestra habla de que usted es más un reportero de vida que de muerte.

-En las guerras hay que cubrir la violencia mortífera. Yo no estoy de acuerdo con aquellos que dicen que no hay que mostrar a los muertos por el derecho a la intimidad. No conozco a ninguna familia de una víctima que me haya planteado ese derecho. Si han matado a alguien, al menos que pueda denunciarse. Es inútil luchar por sus derechos cuando han sido pisoteados con la muerte. No obstante, por otra parte, también he intentado mostrar siempre el mundo de otra manera. Los muertos y los heridos son lo más evidente de la guerra, pero también está la vida cotidiana, la gente sobreviviendo, los niños en la escuela, la gente que se casa, que sale a la calle a pasear... Se intenta vivir la cotidianidad de la guerra y sobrevivir a ella. Ya en mi primer libro únicamente aparecían dos muertos. Creo que fue una decisión inteligente porque esas fotos de vivos con el tiempo han tenido mucha más trascedencia que si hubieran sido de muertos.

Ha comentado el componente de denuncia. ¿Cree que es más necesario que nunca, entre tantas 'fake news', el testimonio de los reporteros de guerra desde el lugar de los hechos?

-Es evidente, pero da igual que sea con una guerra o con una pandemia. Durante dos años los periodistas han estado hablando de lo que pasaba en los hospitales, en los tanatorios y en las morgues desde casa. Eso es periodismo de ventana. Evidentemente, algunos lo han hecho en contra de su voluntad porque las autoridades políticas han impedido que los ciudadanos supiesen qué es lo que estaba pasando. Es un ejemplo de mala praxis periodística. Si las autoridades hubieran sido menos reacias a cerrar las puertas a los periodistas, seguramente hubiera habido menos negacionistas de los que ha habido.

Da la sensación de que cada vez estamos más deshumanizados. ¿Cómo convive la denuncia con ello?

-Yo no voy a los conflictos para cambiar nada. Si lo hice alguna vez fue cuando era muy joven. Con el paso de los años he acumulado tantas historias y desilusiones que no creo que mi trabajo vaya a cambiar algo. Esto, sin embargo, no quiere decir que cuando presento algo lo haga con toda la desnudez posible. Es muy importante mostrar los trabajos contundentemente y, si sirve para cambiar algo, me alegro. Lo que me sigue sorprendiendo es que desde Occidente, desde la comunidad europea principalmente, sigamos siendo tan ombliguistas. Seguimos pensando que lo único que importa es lo que nos pasa a nosotros, cuando el mundo está tan interconectado que, como hemos visto claramente con Ucrania, una guerra allí hace que la inflación se vaya a las nubes. Hoy en día es inaceptable pensar que lo pasa en otro lugar no nos interesa. Los conflictos en Oriente Medio y en África han generado, por ejemplo, oleadas de inmigrantes que huían a un lugar seguro.

En la exposición quedan reflejadas esas migraciones que no han recibido el trato que sí han tenido los refugiados ucranianos.

-Es muy vergonzoso encontrarse con ciudadanos que abren las puertas a los ucranianos y hace unos meses estaban apaleando a los sirios y afganos. También lo es ver cómo se apoya a ucranianos, muchos de ellos que han huido de ciudades en las que no ha pasado nada, y se cierra las puertas a once millones de sirios que han tenido que dejar atrás su país. Cuando veo este tipo de desajuste entre un sufrimiento y otro, solamente me lleva a un camino extremadamente peligroso como es el del racismo. No es ninguna novedad, es algo que hemos vivido aquí mismo. En Andalucía siempre han sido más aceptadas las personas del Este de Europa que venían a recoger los campos que las del Magreb. Es algo que nos tenemos que plantear como ciudadanos.

En lo que se refiere a los conflictos, ¿realmente hay diferencias?

-Todos los conflictos tienen unas causas y compararlos es peligroso. No puedes comparar Afganistán, que lleva 42 años en guerra con Ucrania, que está vinculado a tensiones desde la caída del Imperio Austrohúngaro. Las causas son distintas, pero siempre hay un grupo de personas, que son las víctimas civiles, que acaban pagando las consecuencias. En la mayor parte de los conflictos armados se matan civiles. De hecho, cada vez se mata a menos militares. Ser militar parece ser la solución para que no te maten en la siguiente guerra. Llevo 40 años preguntando a gente por qué está su país en guerra y me encuentro a un montón de personas que no tienen ni idea. Lo único que saben es que están cayendo bombas y que están muriendo sus vecinos.

¿Ha cambiado en estos 40 años el papel del reportero de guerra?

-Las nuevas tecnologías te benefician muchísimo porque puedes trabajar con mucha más comodidad. En Ucrania no se ha caído Internet. Amigos míos me decían incluso que podían transmitir más rápidamente desde Kiev que desde Barcelona. La guerra es más fácil y más barata de mostrar que nunca. A mí personalmente me encanta que nos podamos beneficiar de ellas para que no se convierta en una anomalía tener que transmitir, como me pasó en la guerra de los Balcanes, pero también es verdad que las nuevas tecnologías han hecho que muchos periodistas estén obsesionados con contar las historias descontextualizadas antes en Internet. Algunos son tan tontos que incluso cuentan buenas ideas para que se las pirateé un compañero. Además, para contar las historias hay que ir y hay que estar en los sitios. Ucrania no se puede cubrir desde Leópolis y la guerra en Kiev no se puede cubrir desde un hotel y hacer creer que están cayendo bombas sobre tu cabeza cuando están cayendo a 40 kilómetros. Intentar hacer creer al ciudadano que estás en un sitio en conflicto porque atraviesas unos cristales rotos por una bomba que cayó hace dos semanas es parafernalia. La competencia ha hecho que muchas historias hayan perdido el rigor de otros tiempos.

En este contexto, ¿qué importancia le da a la estética y al cuidado de la imagen?

-Cuando hago una fotografía y veo que uno de los lados no está encuadrado, me da vergüenza. Soy cuidadoso con todo ello. Si coincide que tienes una luz fantástica se debe a que estás ahí en el momento oportuno. La labor debe ser la de perpetuar unos segundos de la historia y para eso es fundamental buscar el momento.