El trayecto a pie le pareció muy corto. Quizá todos los trayectos le parecerían cortos ahora, después de haber pasado meses en altamar para cruzar de un continente a otro. Se preguntó cómo habría sido el desconcierto de la gente que viajaba por avión y que, en unas pocas horas, ya estaba inmersa en un paisaje, lengua, vegetación y costumbres distintas. ¿Cómo diablos hacían para acostumbrar su cuerpo tan rápido al cambio de ubicación? Pensó que le preguntaría a alguien que lo hubiera hecho, pero repasando su lista de amistades, concluyó que no tenía a quién. Los vuelos eran escasos y estaban reservados a causas urgentes.

Cuando llegó a la casa común no tuvo que tocar: las puertas estaban abiertas de par en par. De tanta gente que había, el patio central parecía un tianguis (mercadillo era la palabra equivalente en castellano, azoka txiki, en euskera, según indicó el zalet). En la parte soleada, había personas mayores que parecían muy entretenidas jugando con una baraja; en la parte sombreada, un grupo de estudiantes leía libros de papel sobre las mullidas colchonetas y cojines coloridos como si tuvieran el propósito de mostrar las diversas posturas que un cuerpo humano puede adoptar durante la lectura.

Yunuen usó el zalet de nuevo para avisar al comité anfitrión que ya había llegado y se sentó a esperar en un banco, bajo la sombra de un frondoso tilo. La arquitectura conventual de la casa común era tan similar a la que conocía. Podría estar en alguno de los exconventos del otro lado del charco de no ser por las voces en euskera, francés y castellano que reverberaban entre las paredes y el olor de los guisos, a mantequilla y puerro, salido de una cocina que no debía estar muy lejos. Luego reconoció la sonrisa de Alai al verle bajar las escaleras centrales. Se saludaron con la combinación de gestos que caracterizaba a los Territorios Entrelazados: las manos cruzadas sobre el pecho y luego un apretado abrazo.

-¿Qué tal el viaje?- preguntó Alai, ajustándose los lentes detrás de las orejas.

-¡Ya es un recuerdo!- respondió Yunuen. -¿Qué tal están ustedes?

-Míralo tú y nos cuentas. Hay un grupo de Desaprendizaje sesionando ahora mismo, ¿te gustaría verlo?

Yunuen asintió. Subieron las viejas escaleras de piedra, cuyos barandales estaban recamados de enredaderas y florecillas que quiso conocer usando el zalet, pero Alai caminaba rápido. Las paredes tenían una gran cantidad de frases y dibujos de la gente que ahí vivía o había vivido, desde la silueta de un perrito trazada con crayolas hasta una cuidada caligrafía con palabrotas en varias lenguas. Yunuen vio subir al elevador de cristal (ascensor, igogailu, le informó el zalet) y rebasarlas para detenerse hasta el cuarto y último piso.

-Nuestros comités no se reunirán hasta la noche, así que, si el tuyo no se nos une, a lo largo del día seremos tú y yo nada más- informó Yunuen a Alai.

-Eso pensé, porque me dará oportunidad de hacerte un montón de preguntas. Me temo que te voy a fastidiar- bromeó Alai.

-Y yo a ti. Es más, de una vez empiezo: ¿la congregación de religiosas cedió este espacio?

-Sí, en el territorio común ocurrió igual que en Latinoamérica y África con la Declaración de Congruencia. Varias hermanas ancianas siguen viviendo aquí. Se lo pasan pipa porque día a día ven los frutos de lo que iniciaron. Ya quedan muy pocas órdenes que no hayan abierto aún sus residencias.

-¿Se han sumado otras instancias?- preguntó Yunuen.

-Sí, instituciones bancarias, sobre todo. Aunque no les supuso mucha pérdida: tenían una sobreabundancia de sucursales en edificios históricos- respondió Alai con escepticismo.

-Allá muchas construcciones coloniales que ya no pertenecían a instituciones religiosas, sino a cadenas de hoteles, tuvieron que cederse como viviendas comunitarias cuando se regularon las adquisiciones bajo los criterios de la Declaración, priorizando la resignificación de esos espacios arquitectónicos al ocuparlos solo con proyectos que revirtieran o subsanaran su intención primaria.

-Es aquí- Alai abrió con cautela una puerta corrediza por la que se filtraba el sonido de las olas.

***

Después de las pandemias de los dos mil veinte, los gobiernos del norte global se percataron de que quienes sostuvieron a las sociedades durante esos años críticos fueron, precisamente, los sectores en los que más participaba la población migrante: el campo, los servicios de salud, de mensajería y transporte, las labores domésticas y de cuidados. Sin embargo, no hicieron nada por mejorar sus condiciones de vida. Lo que sí hicieron fue regularizar con presteza a las personas migrantes del este que, al igual que las miles de personas que se agolpaban en las oficinas españolas de regularización o en los CIE, llegaron huyendo de conflictos armados, poblaciones enteras desplazadas que necesitaban con urgencia un refugio de la guerra, el hambre y la violencia, pero cuyos ojos azules y piel blanca los hacía ser ese prójimo (láak, ‘que acompaña’, ‘pariente’, en maya; lagun, ‘una amistad’, ‘acompañante’, en euskera) al que sí se debe tender la mano.

Para los años dos mil treinta, la situación migratoria era grave y rebasaba la capacidad de acción de los estados europeos. En Latinoamérica, los migrantes sobrevivían en la ruta hacia Estados Unidos gracias a que la gente estaba acostumbrada a ser ignorada por la clase gobernante y, por ende, a tomar los asuntos de urgente resolución en sus propias manos: brigadas ciudadanas de rescate en zonas de desastre, búsqueda de familiares desaparecidos, detección de criminales para ponerlos en manos de la justicia... Las estructuras, tejidas con el hilo resistente del apoyo mutuo y el afecto, funcionaban y eran replicables en otras geografías, como demostraron las personas que cruzaron el Atlántico para trabajar como mano de obra barata, limpiar las casas, cuidar a las infancias y a las personas mayores de las familias europeas. Estos otros modos de organización, que se habían enraizado incluso en las poblaciones urbanas más ajenas a esas prácticas a partir de los efectos devastadores de la crisis climática, fueron adquiriendo consistencia en el viejo continente, reforzadas por las iniciativas ciudadanas aldeanas, barriales, pequeñas, pero potentes, que habían existido desde siempre.

***

En la oscuridad de la sala de proyecciones, el mar rugía con su voz de trueno y espuma. Sus matices verdeazulados contrastaban con la arena dorada de la playa. La paz que provocaba la vista del oleaje se interrumpía con la voz del narrador, que terminaba el documental sobre historia de la navegación con una de esas frases épicas bastante trilladas. La grabación se detuvo y las cortinas se abrieron, dejando entrar la luz. Quienes estaban en la sala carraspearon, se frotaron los ojos, se movieron en sus asientos.

-Les doy algunos datos- anunció Laura, la convidadora, al grupo de asistentes al Desaprendizaje-. El documental es de producción local, fue financiado por el estado y se filmó en el 2037. Como saben, ya estaba en vigor la restricción de combustibles fósiles. Los viajes en navío con pasajeros provenientes de todo el globo empezaban a ser más numerosos, aunque las leyes migratorias eran bastante rígidas aún. ¡Suficiente contexto! Ahora, platiquemos.

-Me parece que da mucha información para comprender el paso que dimos hacia la navegación. Además, son muy lindos los paisajes- respondió Itxaso, una jubilada nacida en Irún a la que le gustaba experimentar con las tinturas vegetales para el cabello hechas en el laboratorio infantil-. Pero debo decir que yo me mareo en cualquier embarcación. ¡Me fastidia tener que tomar la txalupa para visitar a mi hermana! Prefiero irme en tren que desplazarme sobre el río. Es que no me acostumbro.

-A mí me impresionó que fuera tan difícil navegar en tiempos remotos- dijo Bikendi, nacido en Álava y trabajador del Hospital Universitario-. Imagínate lo rudos que eran los tíos que aguantaron los primeros viajes trasatlánticos. No en balde los nativos de América los creyeron dioses.

Yunuen y Alai compartieron una mirada cómplice y luego miraron a la convidadora, expectantes.

-¡Ah! Interesante. Pero ¿esa idea apareció en el documental?- Laura hizo la pregunta al grupo, no a Bikendi. Yunuen notó el cuidado con que la convidadora la había formulado, pues es la calidad de las ideas, no de las personas, lo que está a debate en cada Desaprendizaje.

-No - replicó Sedán, que disfrutaba leer historia y había nacido en Senegal-. Y es una idea muy debatida, porque al parecer es un mito. Por ejemplo, los mayas llamaron a los españoles desde el principio “extranjeros”.

(Dzules: primero, “extranjeros”. Luego, “opresores”. Las palabras cambian su significado con el tiempo), dijo Yunuen para sí.

-De hecho, a mí esa parte fue justo la que menos me gustó- dijo Soraya, una estudiante ecuatoriana de mirada curiosa-. Mencionan los viajes de Colón como algo muy guay. Aquí, en este fragmento- dijo, deslizando el dedo sobre el zalet para localizar y reproducir la porción del documental que, por lo visto, iniciaría el Desaprendizaje del día.

La pantalla se encendió de nuevo, sus colores y brillo atenuados por la luz exterior. El locutor, con la voz engolada característica de los documentales de la época, enunció: “A pesar de los cambios producidos por el deshielo a escala global, este es el mismo mar que vio a nuestros ancestros, aventureros sin límites, lanzarse en busca de otros horizontes, de riquezas, fama y gloria”. La pantalla enmudeció de nuevo.

-“Lanzarse en busca de otros horizontes”- repitió Soraya, arremedando la voz del locutor-. Es paradójico que digan eso. Si no me equivoco, el 2037 fue el mismo año en que más migrantes murieron en los botes tratando de llegar a tierra firme. No recuerdo la cifra exacta, pero creo que fueron alrededor de seis mil personas en menos de doce meses.

Laura echó un vistazo a Bikendi, calculando su reacción hacia la crítica.

-Pero no entiendo qué tiene que ver una cosa con la otra- dijo Bikendi-. El arrojo de lanzarse al mar para fundar un nuevo país tiene su mérito, ¿o no?

-Concuerdo con esa idea: migrar es un deseo que no solo se activa en condiciones adversas- dijo Tefan, viudo y cinéfilo empedernido originario de Rumania.

-Me refiero a que es paradójico que, en esa misma época, un documental dijera que es admirable ir en busca de otros horizontes, cuando en la realidad una cantidad brutal de migrantes murieron mientras estaban en esa búsqueda, precisamente- explicó Soraya.

-Y no buscando riquezas ni fama ni gloria, sino solo otros horizontes para sobrevivir apuntó Dalbi, que había llegado de Perú diecisiete años atrás-. Me llamó la atención cómo mencionaron con tanta ligereza el afán de “riquezas y fama” de los colonizadores, sin el matiz de lo que significó aquello para los pueblos originarios. Esperaría algo así del 2020, pero no del 2037.

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