- El grupo presentará su antología Viejos hazmerreíres los días 11, 12 y 13 de marzo en Vitoria. “La vida mata y el humor ayuda a curar el alma. Por eso, el público necesita hoy reírse más que nunca”, explica uno de sus integrantes, Martin O´Connor, en esta entrevista.

La pandemia ha sido devastadora con la salud, pero también con la cultura.

-La cultura y el turismo han sido los sectores más afectados porque lo relacionado con el esparcimiento y el ocio fue lo primero que se cortó, y lo último en regresar. El hecho de volver a las pistas es un placer muy grande, pero no hay que olvidar el coletazo muy bravo dado a la salud de la gente, incluida el mental. El humor ayuda a curar el alma también.

¿Han tenido tiempo para crear algún número nuevo o el aislamiento impidió la interacción entre ustedes?

-Nos veíamos la cara por Zoom durante los dos años de pandemia y recién, en diciembre del año pasado, nos reencontramos para iniciar los ensayos de esta gira y los del próximo espectáculo, que se llamará Más tropiezos de Mastropiero, y que estrenaremos en Argentina a finales de este año y tardará casi tres años en girar por aquí. El 70% del contenido será nuevo. Antes llegará Gran reserva, otra antología.

Veremos ‘Viejos hazmerreíres’, la gira truncada.

-Exacto. Es un show muy divertido con gran cantidad de géneros e instrumentos musicales llevados por un hilo conductor, una radio tertulia que llevan dos conductores, Roberto Antier (el último miembro en unirse al grupo) y yo. Actuamos como esa gente que se pone delante de un micrófono y hablan de lo que no saben como si supieran. Y de esa radio surgen los números musicales.

¿Incorporan algún instrumento propio nuevo?

-Sí, lo creamos para un número nuevo llamado Receta postrera. Lo protagonizan dos ancianitas, Clarita y Rosarito, que dan una receta de crepes con un instrumento llamado Batería de cocina compuesto de sartenes, ollas y cucharas de madera. Pero no es percusión, es de cuerda. Es muy divertido. Añadir algún instrumento exótico es uno de los sellos del grupo. Muchos de ellos, como algunos números, se quedan en el camino y no funcionan. La zaranda, que decimos en Argentina, es un filtro; ahí se quedan muchas ideas. Es algo que pasa mucho en la creatividad.

Por cierto, la propia palabra hazmerreír tiene ya su coña ¿no cree?

-Totalmente, es algo hecho adrede. Y lo de viejos... ¿Qué puedo decir? (risas).

¿Siempre hay espacio para Mastropiero en sus maletas?

-Siempre. Es nuestro compositor de cabecera, el que nos guía, aunque decimos que es el peor de todos. Reivindicamos su calidad escasa (risas).

En ‘Bolero de Mastropiero’, él tuvo una repentina ausencia de inspiración. ¿Les ha pasado alguna vez?

-Creo que no. Sí hay mejores y peores momentos, pero inspiración nula no. Además, al ser un grupo siempre hay alguno más despierto y tiene alguna propuesta. Es más difícil si el proyecto es individual. En nuestro caso, los veteranos del grupo, Jorge Maronna y Carlos López Puccio están muy encendidos y creativos. Ellos y el resto siempre estamos dispuestos a mejorar los números y a darles una vuelta de tuerca a los chistes porque algunos pasan de moda y dejan de tener gracia.

Sus espectáculos están muy medidos. ¿Dejan algún lugar para la improvisación?

-Cero. Bueno, no voy a exagerar: 0,1. En escenas con diálogos largos, como Radio Tertulia o La comisión del chiste de los políticos, siempre hay alguna improvisación y juego de palabras. Nos reímos incluso de nosotros mismos. Pero el espacio es mínimo, está todo muy cronometrado.

Lamentablemente, han fallecido dos de sus miembros, pero el grupo parece incombustible.

-Las de Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich han sido dos pérdidas muy difíciles de suplir. No voy a decir los pilares, pero sí que fueron partes fundamentales de Les Luthiers y quienes hacían las payasadas más grandes. Los extrañamos mucho, pero más como personas, amigos y familia que como artistas, que lo fueron y muy grandes.

¿Qué hace que la propuesta de Les Luthiers perviva a las modas y enamore a varias generaciones?

-Una virtud o secreto, diría que inconsciente, es no haber sucumbido a la tentación de modificar el estilo. El humor ha ido mutando y se ha vuelto más fácil y vulgar. Nosotros mantenemos la cuota de inteligencia o picardía que hace que haya que pensar algo más o adivinar un juego de palabras. No debe olvidarse que jugamos mucho con el lenguaje; de ahí premios que hemos recibido como el Princesa de Asturias.

Se habla de ustedes como humor abstracto e inteligente... ¿Con qué definición se queda?

-Yo prefiero ingenioso, es que inteligente puede sonar soberbio. Otra de nuestras virtudes es que nuestro humor tiene diferentes capas, que vamos de lo sutil y culto al chiste fácil que agarra hasta un niño. Y todo en el mismo chiste; ahí se ríen varios tipos de personas y puede que hasta por diferentes cosas.

¿Y lo de humor abstracto?

-Es que nos abstraemos de la cotidianidad y no usamos personajes de moda ni prototipos de políticos o personajes del momento. Por ejemplo, hoy no haríamos humor con el covid, que se podría hacer sin que fuera agresivo. A veces, sucede al revés y la realidad se adapta a Les Luthiers. Nos pasó con La comisión... Cuando quieren modificar el himno de un país. Eso ha pasado después.

Vals, tango, clásico, bolero, bossa, gregoriano, folk, jazz... Si se atreven hasta con el rap, ¿para cuándo algo de reggetón?

-Como decimos en Argentina, no le hacemos ascos a nada (risas). Tocamos todo tipo de géneros, siempre desde el respeto y dándolos un toque original. La variedad musical es importante, sí. Y lo del reggetón... está planificado, en algún momento va a pasar. Yo lo escucho poco, cuando lo oyen mis hijas.