ebrero arranca con la publicación de uno de los discos más esperados de 2022, el regreso del grupo estadounidense de pop indie Animal Collective, titulado Time skiffs (Domino. Pias) y su primer álbum de estudio en más de media década. El deseado retorno del cuarteto de Baltimore, que participará en el Mad Cool de Madrid este verano, el 9 de julio, y al que versionan hasta figuras estratosféricas del pop como Beyoncé, suena menos complejo, electrónico y poliédrico en sus estructuras, pero tan subyugante y psicodélico como siempre.
A punto de cumplir dos décadas desde su formación, vanguardia, heterodoxia y valentía son calificativos que suelen acompañar a cada mención de Animal Collective, el grupo formado por Avey Tare, Deakin, Geologist y Panda Bear. Y se los han ganado a pulso con una discografía poliédrica y refractaria a las catalogaciones, de culto, solo disfrutable para connaisseurs musicales aunque dos de sus discos, Strawberry Jam y Merriweather Post Pavilion, hicieron menos esquiva su fórmula y hasta Beyoncé le hizo un guiño en Limonade.
Casi seis años después de su último álbum, Painting with, tiempo en el que sus miembros han editado varios discos en solitario, trabajado en bandas sonoras como la de la película Crestone y música para una instalación en el Guggenheim de Nueva York, Animal Collective editó el viernes Time skiffs, el disco del reencuentro de cuatro viejos amigos cuyo lenguaje nos suena y sus letras reflejan lo difícil de las relaciones o la paternidad, reflejos de la edad adulta, y, sobre todo, el paso del tiempo. “¿Por qué tenemos tanta prisa?/Corto mi ritmo, no más impulsos y carreras”, se escucha en el tema Car keys.
Musicalmente, el cuarteto confirma que deja su música más heterodoxa y compleja para sus proyectos en solitario, y que la concreción estilística de su fórmula -¿Cierto dominio del caos?- se ha consolidado en la última década y media. Resumiendo, Animal Collective suenan menos esquivos, más concretos y accesibles y orgánicos que nunca... pero sin renunciar a esa fórmula que les aupó: la colisión de estilos, la deriva psicodélica y espacial, el juego con las estructuras y ritmos de la canción y unas armonías que son pura ambrosía.
Su decimotercer disco suena colorista como siempre, sí, y con rupturas de las estructuras convencionales de la canción típica, pero más pop que nunca. Aunque sea un pop exótico, como en Dragon slayer, en Car keys, con su potente base rítmica y riff y notas discordantes, y en el single Prester John, de sinuoso bajo y melodía y armonías vocales mágicas. En Strung with everything mezclan una deriva psicotrópica inicial con unos ritmos y fraseos caribeños que le siguen el rastro al inquieto David Byrne, y en Walker dicen homenajear a Scott Walker, pero les ha salido un tributo al Brian Wilson juguetón de Smile. En la segunda parte destacan Cherokee, que tiene trazos de hip hop lisérgico, los ruidos y efectos caóticos y espaciales de Passer-by, y, especialmente, la despedida con la perezosa pero embriagadora Royal and desire, que arranca casi new age, pero muta en la delicia del disco, puro masaje pop con una estructura que es lo más convencional que Animal Collective pueden firmar, acercándose a Tame Impala y The Flaming Lips.