De noche. Junto al fuego o bajo la luz directa de un flexo. "Siempre escribo así, creo que es producto de haber estado ocho años en el Seminario", dice con una sonrisa Jesús María Pérez García, al tiempo que recuerda aquellos años en los que tuvo como profesor al sacerdote, escritor, crítico y antropólogo Antonio Ortiz de Urbina, quien le inculcó la pasión por la literatura, sobre todo a través de la obra de Unamuno. Hasta ahora, al margen de su dedicación profesional a la enseñanza, su faz de escritor se ha traducido en no pocos premios y en la publicación de libros como Hola. Vitoria-Kaixo, Gasteiz. "Todo ha sido prosa", aunque en este momento es la poesía la que pide paso con la publicación, hace pocos días, de Las cicatrices del tiempo.

"No me considero un poeta", pero llevaba tiempo con la idea de dar este paso, de compartir un libro en el que el amor se convierte en un eje pero no es el único. Porque se habla también del olvido, del transcurrir del tiempo, la muerte, la trascendencia o la nostalgia. Textos que "son producto de conversaciones conmigo mismo sobre los temas más importantes e inquietantes en nosotros. Son las inquietudes viscerales del ser humano, los interrogantes básicos que alguien se puede hacer a sí mismo".

A partir de este momento en el que su creación ya camina sola, serán muchos los ojos anónimos que se asomen a las páginas de Las cicatrices del tiempo y aunque sea imposible causar en todas las personas los mismos ecos, el autor -que también firma como Atxalde-, busca dirigirse con sus palabras a "ese duende que todo tenemos dentro. Quiero despertarlo para que te haga pensar, emocionarte, incluso llorar. ¿Quién no ha pensado alguna vez en el amor? ¿O en la muerte? El objetivo es poder transmitir a la gente la inquietud de despertarse a sí misma, de mirarse y de avivar emociones". Eso sí, en el caso de poder hablar a cada uno de los lectores y lectoras, el escritor solo pide tiempo. "Quiero que lea dos poemas y los deje reposar. Hay que madurar y reflexionar. Hay que leer despacio", aunque parezca imposible pedir algo así en estos tiempos en los que parece que siempre hay prisa para todo.

Esa pausa se la aplica también él a la hora de escribir. "Hay que dejar que las palabras reposen", afirma quien se confiesa amante de la metáfora, la hipérbole, la sinécdoque, el sinónimo. "Cuando considero que algo es legible y que a mí me gusta, lo publico siempre que entienda que va a ser capaz de despertar en los lectores una sensación, una emoción, algo. Que no sea una lectura sin más, si no que le llegue al alma. Es mi válvula de escape, el analgésico de mi alma. Necesito escribir. He leído mucho, soy un lector empedernido. Leyendo se aprende y escribiendo poesía, uno se confiesa. Y yo me confieso en estos poemas", en un libro en el que también tiene un espacio especial su padre o Labastida, cuya imagen sirve como portada, "porque la tierra en la que uno entierra sus primeras raíces, marca un carácter que ni el tiempo ni la lejanía pueden borrar". Él, aunque nació en Vitoria, vivió en la localidad de Rioja Alavesa durante muchos años.

Sobre estas bases se construye un proyecto literario que empezó a tomar forma definitiva hace seis años, cuando "me jubilaron". Fue el momento en el que se dijo que tenía que calmar sus inquietudes a través de los versos, de aquellos a los que no había vuelto desde que escribió sus primeros poemas cuando conoció a la que hoy es su mujer. "No tenía prisa en publicar pero sí sabía que quería hacerlo. Esperé a considerar que el resultado final tenía la forma adecuada". Fue cuando se decidió. Buscó editorial, pero la respuesta llegó demasiado tarde -ahora prepara un segundo poemario para ellos-. Apostó, por tanto, por la autoedición de una obra que ya está disponible. "No es un libro para cualquiera. Hay que pensarlo", dice quien hace no mucho sumó su enésimo premio literario, aunque como en otros la parte en metálico no fue la prometida, sino el 21% de IVA menos. "Así se trata a la cultura".

"El objetivo es poder transmitir a la gente la inquietud de despertarse a sí misma, de mirarse y de avivar emociones"

"Necesito escribir. He leído mucho, soy un lector empedernido. Leyendo se aprende y escribiendo poesía, uno se confiesa"