- Las y los responsables de prensa de nada menos que diez grupos políticos del Congreso de los Diputados han pedido a la presidenta de la cámara que busque el modo de evitar las zapatiestas que se lían cada dos por tres en las comparecencias informativas de diversos portavoces. No es que sea algo estrictamente nuevo, pero sí cada vez más frecuente y con tintes más desagradables. Si entre los acreditados por los medios siempre ha habido francotiradores o directamente latigadores, últimamente la cosa ha devenido en plaga. No hablamos, ni de lejos, de plumillas de incisivo afilado que con toda legitimidad hacen sudar tinta china a los comparecientes a base de preguntas a la yugular, qué más quisiéramos. Se trata de ventajistas sin escrúpulos que no buscan respuestas, sino entrar en un cuerpo a cuerpo con los representantes políticos -especialmente, con algunos- con el fin de sacarlos de sus casillas y convertir en noticia su reacción airada o su negativa a entrar al trapo.

- Conforme a lo previsto, la reacción del ultramonte mediático ha sido darse por aludido y clamar que se pretende establecer intolerables mecanismos de censura para cercenar los sacrosantos derechos a la libertad de expresión e información. La verdad es que si nos quedamos en la superficie, podría dar tal impresión y hasta colaría. Pero los que llevamos unos cuantos quinquenios en la cosa esta de trasegar con noticias no nos dejamos engañar tan fácilmente (o no deberíamos) con las matracas sobre los principios irrenunciables. De sobra sabemos que las tales libertades de expresión e información son siempre a favor de obra. Apelamos a ellas y las bendecimos únicamente cuando se ajustan a nuestros objetivos, a nuestra ideología, o más crudamente todavía, a nuestros intereses.

- Y ojo, que lo anterior vale para tirios y troyanos, porque los papeles del caso que explico podrían estar perfectamente cambiados. De hecho suelen estarlo. Ese pretendido periodista marrullero que va al tobillo del interlocutor con el titular ya hecho de antemano no es exclusivo de cabeceras o cabeceruelas de la derecha o la extrema derecha. Hay también muchos aguerridos partisanos del otro lado de la línea imaginaria que la emprenden a mamporros con portavoces de la acera ideológica de enfrente y lo hacen por los mismos motivos. Un mínimo (pero muy mínimo) de honradez nos llevaría a reprobar con idéntica contundencia tales comportamientos vengan de la bandería que vengan. Incluso de la nuestra.