Dirección: Daniel Brühl. Guion: Daniel Kehlmann. Intérpretes: Daniel Brühl, Peter Kurth, Aenne Schwarz, Rike Eckermann, Gode Benedix, Vicky Krieps y Mex Schlüpfer. País: Alemania. 2021. Duración: 92 minutos.

aniel Brühl, como Javier Bardem o Gael García Bernal, se ha convertido en uno de esos actores emblemáticos de su país de origen al que siempre que se proyecta una superproducción con un reparto coral tipo UNESCO, se les incluye en el reparto. Inevitablemente se cuenta con el(los) para sostener esos desvaríos con sed de globalidad y avidez de ingresos multimillonarios. Se diría que sus rostros devienen en franquicias, en reclamos bien pagados que, por ese mismo privilegio, asumen participar en títulos insustanciales. Se convierten en carne de mainstream sin reparar en que se condenan a ser polvo del olvido.

De vez en cuando estos actores -que no son ni malos ni tontos-, deciden impulsar proyectos que les rediman de tanta interpretación mercenaria. En esos casos, como éste, hacen de todo. Brühl, sí, el protagonista de Goodbye Lenin, dirige, protagoniza e impulsa esta obra de estructura teatral y espacios cerrados. Todo acontece en un bar, en una conversación entre dos vecinos. Uno, proyección del propio Brühl, se presenta como un actor de éxito. Le vemos preparándose para convertirse en uno de esos personajes Marvel, cada vez más estereotipados, cada día más anodinos. Su vecino, una presencia gris en la que nadie repara, se descubre como ese ojo omnipresente que todo lo ve, que lo sabe todo. Poco a poco le desvela un espejo insufrible donde la verdad del cretino en el que se ha convertido ese actor famoso, amenaza con desnudar al mono patético en el que parece haberse convertido.

Su arrogancia puesta de manifiesto con sus espléndidas propinas, toda consumición la paga con billetes sin vuelta de 20 euros, se pondrá a prueba ante ese discreto y mediocre vecino cuyo control de su vida nos lleva a evocar al oscuro agente de la Stasi de La vida de los otros. De ahí, de esa angustia tan existencial como germana, emana una sensación de vulnerabilidad ante quien ve violada su intimidad. Brühl se enfrenta a su primera película como director, con un filme íntimo, pequeño, de pocas mimbres pero dispuesto a ser riguroso. Se reivindica como realizador, pero fuerza el histrionismo del actor. Eso hace del filme una extraña, sugerente e irregular parodia sobre la fama pública, la soledad interior y el fracaso íntimo.