Ni se conocen, ni están cerca. Él escribe la primera carta. Un compañero se lo ha indicado. Ella contesta unos quince días después. Es primavera de 1944 y la II Guerra Mundial no conoce descanso. Él está en el frente. Ella en una zona de Alemania donde los bombardeos constantes no han dejado casi nada en pie. Durante unos cinco años, palabra a palabra, se va construyendo una relación que, por suerte, termina con los dos encontrándose cara a cara. No son personajes inventados. Su historia no es producto de la imaginación. Son los abuelos de Laura Alzola Kirschgens, que como ella misma se define en No os recuerdo, es la hija de la hija del veterinario.

Este jueves 25, la librería Mara-Mara acoge a partir de las 18.30 horas la presentación oficial del primer libro de la periodista y escritora, toda una invitación a hacerse preguntas sobre las historias que configuran cada familia, “aquellas dudas que quizá te han rondado alguna vez la cabeza pero que nunca se han llegado a formular porque son cosas que se van dejando, porque quizá sospechas que pueden ser incómodas, porque a veces son cuestiones sobre temas difíciles”, describe. Por eso, “me gustaría que quien lea este libro tenga el impulso para preguntar y buscar”.

Los recuerdos. Cómo se generan y se guardan. Cuándo se les vuelve a dar vida. Quién los comparte. Quién los olvida. Ella también deja sobre la mesa otras cuestiones relacionadas. Todo ello a partir de la investigación sobre su propia familia en torno a aquellos abuelos que nunca conoció. Gracias a esta obra “he hablado con mi madre, con mis tíos y con mi hermano sobre cosas que no eran tabú pero en las que nunca habíamos profundizado”. Por eso, todo el proceso se ha hecho desde el respeto más escrupuloso a los suyos, sobre todo a los dos protagonistas a los que no puede ya pedir permiso para contar su historia.

Testimonios del pasado

La chispa estuvo en unos documentos que encontró por casualidad. “Mi tío me invitó a leer las cartas”, esa relación por correspondencia que sirve como elemento articulador de toda la obra. Ella quería conocer y también preservar esas misivas, esos testimonios de un pasado sin el que sería posible el actual presente. “Primero fue un proyecto solo para consumo interno” pero su madre y su hermano vieron en ese primer esbozo el libro que hoy es realidad. “A eso le añadí contexto y mi mirada personal, mis reflexiones contenidas sobre lo que leía en las cartas. Y empecé a entender que podía ser una historia que tenía la capacidad de trascender a mi interés personal” para poder atrapar a cualquiera. De lo íntimo, de lo cercano, de lo propio, a los temas compartidos, a los intereses comunes, a las preocupaciones universales.

En lo formal, el libro tiene como eje cronológico ese intercambio de cartas -no están todas, ni mucho menos- escritas cuando él estaba en el frente y ella en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial y hasta que él vuelve de la detención en Rusia en el 49. A partir de ahí, la autora va sumando sus propias palabras, sus memorias, sus lugares, como la casa de Murgia con vistas al antiguo convento de los Paules, que fue un campo de detención durante la Guerra Civil española. “Miro dentro de mí misma para ver cómo recuerdo yo, cómo va a recordar mi hijo, que ha nacido durante el proceso del libro”. Él también está presente. Él y las actuales generaciones de este mundo en el que las cartas no existen, las fotos desaparecen casi al mismo tiempo que se toman, en el que todo ha cambiado tanto, aunque no en lo que se refiere a las guerras, las separaciones.

“También hablo de los silencios. La generación de mis abuelos, después de vivir un periodo traumático, después de que les robaran la juventud, de vivir una guerra, de ser los perdedores y de tener que volver a comenzar, guardaron silencio el resto de su vida sobre aquello. Y eso me recuerda también a cosas que han ocurrido cerca de mí como la Guerra Civil o ETA. Hay conflictos, dolor y violencia sobre los que no se quiere mirar atrás toda vez que se ha conseguido la paz de la que hablan mis abuelos. Hay que mirar hacia delante y hay que sobrevivir, hay que seguir. Pero ese seguir, es lo que nos lleva a no ser capaces de hacernos preguntas por mucho que duelan”.

De todas formas, a partir de aquí es el turno de quienes se asomen al libro, una obra con la que se siente cómoda porque está hecha desde la honestidad y el respeto. Ahora que la publicación ya está en la calle, “es muy interesante encontrarse con gente que ya ha leído el libro y te cuenta qué le ha despertado, qué preguntas se ha hecho”. Algún día, dentro de unos años, tendrá otra opinión seguramente muy importante, la del hijo de la hija de la hija del veterinario.

“Hay que mirar hacia delante y sobrevivir. Pero ese seguir nos lleva a no ser capaces de hacernos preguntas por mucho que duelan”

“Me gustaría que quien lea este libro tenga el impulso para preguntar y buscar en torno a las historias de su propia familia”