l programa más corrosivo de la intimidad no es Sálvame ni cualquiera de los realitys y subproductos de la telebasura. Es First Dates, espacio de citas amorosas que triunfa en Cuatro desde hace cinco años con más de un millón de seguidores diarios y presentado por Carlos Sobera en su impropio papel de alcahuete.

Allí acuden jóvenes y maduros, heteros y bisexuales, gays y lesbianas, nacionales y foráneos, feos y guapos, de izquierda y derecha a la búsqueda de pareja, como quien va al supermercado a por sustento o a la botica a poner remedio a sus emergencias afectivas y carnales. Es pornografía emocional, pero fuente de información sociológica para retratar los modos actuales de seducción y las prioridades en las relaciones humanas. Es lo que faltaba en este país reprimido y anti romántico que desprecia los corazones fértiles.

First Dates se concibe como alternativa al emparejamiento común, las agencias matrimoniales y las nuevas redes de contacto, pero el precio a pagar implica ser parte de una patología del amor y hacer el más espantoso de los ridículos. Las parejas que ligan sin secretos ante el espectador reciben una dieta de cien euros y los billetes de ida y vuelta. ¿Es gente rara o, simplemente, desesperada? Hace unos días un señor solicitó una novia como Isabel Díaz Ayuso, mientras otros hablaban de sus fantasías de apareamiento y una chica dijo soñar con un empotrador. Se da por cierto que algunos se apuntan para cumplir una apuesta, por una broma entre amigos, una noche de estúpida notoriedad o a hacer prácticas de actor para las clases de teatro. En suma, un circo.

Puedo imaginar el drama del niño al saber que sus padres se conocieron en un casposo cenáculo de citas de la tele. ¡Ay, amigos!, primero se cede la sagrada intimidad y después la libertad entera. Es la secuencia de la tiranía consentida.