Del 12 al 15, el Festival de Teatro de Humor de Araia vuelve a encontrarse con el público. Lo hace, al igual que el año pasado, con todas las precauciones que vienen marcadas por la presencia de la pandemia, pero también con las ganas y la certeza de poder ir más allá, de ser capaces de compartir con intérpretes y espectadores risas, emociones, reflexiones y momentos irrepetibles. Todo ello sin olvidar que desde el pasado viernes está en marcha la programación paralela por diferentes localidades de Álava, un cartel que se alargará hasta final de mes.

¿Cada vez que hay reunión del LABI le da un mal o cómo lo lleva?

-No, porque no sobreviviría (risas). Uno va aprendiendo a contemporizar. Eso es algo que en su día me enseñaron el festival y la climatología. Para cuando nos llovió la primera vez y nos hizo suspender una función de calle en Araia habían pasado ya varias ediciones. Y el día en concreto, estaba todo el mundo como alicaído. Pero es que nadie podía hacer nada. ¿Es que alguien tenía la posibilidad de parar la lluvia? Ya está, pasa y punto. También te digo que en 28 ediciones no hemos tenido que suspender muchas cosas. Pues con el LABI pasa igual. Hombre, sí da rabia porque, sobre todo económicamente, afecta. Y luego hay cosas que cuesta entender. ¿Por qué el aforo al 35%? Pues no lo sé. Pero como también asumes que alguien tiene que marcar una serie de pautas para ir capeando el temporal, pues ya está. Es lo que hay. No me estreso demasiado, aunque obviamente sí me preocupa.

Después de sobrevivir a 2020, parece que ahora debería ser un poco más sencillo.

-Tampoco tengo tan claro que las circunstancias sean mucho mejores en cuanto a los condicionantes de trabajo se refiere. Es verdad que hay cuestiones de limitaciones de movilidad que el año pasado tenían un peso específico, mientras que este año parece que se han aliviado un poco con respecto a las compañías del Estado. Pero con los grupos extranjeros sigues teniendo un riesgo tremendo si intentas traerlos. Lo que nos pasa en este 2021 con respecto a 2020 es que ahora somos conscientes de que somos capaces de hacerlo. El año pasado teníamos el susto en el cuerpo en este sentido. Estábamos diciendo: ¿pero a dónde vamos?. Se hizo todo con un cuidado extremo de todos los detalles, además con la idea de trasladar a la gente la sensación de seguridad. Es decir, queríamos mostrar que no estábamos dejando absolutamente nada en el aire, más allá de que siempre puedes cometer un error. En nuestro caso, si lo cometimos, fue más por exceso que por defecto. Y queríamos que el público viese a las claras que había gente de la organización suficiente como para atender cualquier cosa que pudiera pasar y que ese personal estaba perfectamente identificado. Es más, otros años, los de la organización solemos llevar una txartela pequeña para identificarnos. Yo, de hecho, ni me la suelo poner. Pero en 2020 las hicimos grandes y además cada uno íbamos también con un chaleco amarillo. Se tenía que saber y visualizar que no estábamos haciendo las cosas descuidadamente o sin responsabilidad, sino todo lo contrario. Eso lo aprendimos el año pasado, vimos que éramos capaces de hacerlo y en este 2021, por supuesto, hay que seguir la misma senda.

¿Nos hemos acostumbrado a ser público de esta manera?

-No lo sé. De hecho, espero que no. Hombre, es mejor ser público así que no poder serlo de ninguna de las maneras. Eso lo notamos mucho el año pasado. Veías cómo se acercaba la gente y nos daba las gracias. Vivimos momentos muy emocionantes en este sentido. A toro pasado, te puedo decir que la experiencia de 2020 fue brutal y muy emocionante.

La estructura va a ser parecida, con los espectáculos de calle celebrándose todos en el mismo lugar y con aforo acotado, y con los montajes del polideportivo también con reducción de asistencia. ¿Cómo se hace para mantener el equilibrio en las cuentas y para que el público salga con una buena experiencia?

-La parte de ingresos que viene de la taquilla puede rondar, en el mejor de los casos, el 25 o el 30%. El resto es compromiso institucional, por parte tanto de Diputación y Gobierno Vasco como del Ayuntamiento de Asparrena. Y el Consistorio no solo hace el esfuerzo que hace, que es muy importante para un ayuntamiento como éste, sino que además asume el riesgo. El año pasado había un miedo añadido y es que no sabíamos si la gente iba a venir. Porque puedes tener solo 280 localidades en el Arrazpi Berri, pero ¿las voy a llenar, ya van venir espectadores? Con esa premisa también hemos trabajado este año. En ningún momento hemos pensado que íbamos a poder meter las 600 personas que hemos tenido otras veces en una función. En ese sentido, no hay una previsión excesivamente optimista en cuanto a los ingresos por taquilla. Ya contábamos con que el gasto se tenía que ajustar a ese condicionante.

Por lo menos el público está respondiendo, no solo al festival, que también, sino a los actos culturales en general.

-Está respondiendo muy bien.

No sé si es por necesidad, por militancia o cuáles son las razones. Aún así, ¿todo tiene un límite?

-No lo sé. Probablemente sí, todo tenga un límite. Pero has mencionado dos cosas importantes. Está bien que la gente tenga conscientemente adquirido ese compromiso militante, que exprese que la cultura es importante y que hay que apoyarla. ¿Necesidad? Por supuesto. Que la gente sea consciente de que necesita la cultura es maravilloso. Es lo mejor que nos puede pasar, que la gente sienta la cultura como algo necesario. Y en una circunstancia así, mucha gente lo está diciendo. Aunque empieza a ser un tópico, creo que algo hay de verdad. En este tiempo que llevamos, se ha sentido la necesidad de la literatura, de la música, del cine... La importancia de la cultura se ha hecho patente en esta pandemia. El año pasado, nosotros con algo que es muy puntual como este festival, percibimos esa sensación de que la gente necesitaba oxígeno.

Es de esperar que este sea el último año así.

-También decíamos eso en 2020 (risas).

Pero, ¿se imagina que se institucionalice, por así decirlo, el uso de la mascarilla, por ejemplo, en todos los espectáculos?

-No quiero imaginármelo. Pero no ya por lo que respecta a la organización de eventos culturales, sino por la vida en general. Me parece triste. ¿Vamos a tener que adquirir unos ciertos hábitos, unas ciertas costumbres, una cierta capacidad de autoprotección? Pues tal y como va el mundo, es probable. Pero de ahí a pensar que lo de la mascarilla ha venido para quedarse, que lo de no tocarse, no besarse, no abrazarse es algo que tenemos que asumir como ley de vida, me parece terrible.

¿Se imagina que con la entrada a una obra de teatro, tenga que pedir, por ejemplo, un pasaporte covid?

-No llego a imaginarme eso, pero tampoco llegaba a imaginarme la situación en la que estamos. No hay que descartarlo. Veremos también hasta dónde llega la resistencia de la gente. Yo espero que no. Aunque la situación está siendo difícil y dura, creo que algo hemos avanzado con respecto al año pasado, y que estamos más cerca de regresar a la normalidad normal.

Teatro En Vilo o Las Niñas de Cádiz, por citar dos ejemplos, suponen el poder regresar a la escena estatal a la hora de contratar. ¿Por ahí ha ido el principal criterio a la hora de diseñar el cartel?

-En buena parte sí porque queríamos intentar recuperar un poco del espacio perdido. El año pasado, casi de una manera testimonial, programamos tres funciones de interior y cuatro en la calle. Esta vez queríamos acercarnos un poquito a lo que sería un año normal, que por lo general suele contar con cinco funciones de interior. Siempre he pensado que la duración del festival en Araia está más en cuatro días que en cinco. ¿Qué nos ha llevado muchos años a tener esa quinta jornada? Pues el querer tener una función en euskera en el polideportivo. Eso, cuando hacías números, veíamos que con cuatro funciones se podía resentir. Este año lo vamos a hacer. A lo mejor también aprendemos algo.

En este formato acotado y con distancia, ¿pierden los espectáculos de calle?

-Si los espectáculos son interesantes, siguen siéndolo. Pero es verdad que ese público tan ordenado y separado, esa frialdad, obviamente afecta. El teatro de calle, por definición, es irrupción en el espacio público, en los lugares cotidianos de tránsito de la gente. Es llegar y romper la cotidianidad y más en un pueblo como Araia. Cuanto más acotado, ordenado y medido vaya todo, la situación juega en contra de los montajes. Bueno, y la mascarilla. Que no puedas ver si la gente se te está riendo es duro. Eso que en el interior es un condicionante, en la calle lo es todavía más.

Lo preguntaba también porque el circo, de una manera u otra, está presente en todas las producciones de calle de este año y no sé si es porque es un formato que se adapta mejor a esta situación.

-No. Es que hay más producción y hay mucha gente de circo que, por las razones que sean, han llevado sus líneas de trabajo hacia el ámbito teatral haciendo cosas que tienen un apoyo dramático. Hay más producción que de teatro de calle puro y duro. Además, no hay que perder de vista que el festival es de teatro de humor. En gran medida, que este certamen lleve 28 ediciones es por ser un festival de teatro de humor en verano. Pero, a veces, para el programador resulta bastante castrante porque programarías, tanto en el interior como en calle, cosas muy interesantes que a lo mejor no tienen nada que ver con el humor.

¿Igual hay que hacer otro festival?

-A veces ya he pensado en cambiarle el nombre y decir: festival de teatro de humor y otras cosas interesantes. Pero es un nombre muy largo, no tendríamos pancartas suficientes (risas).

En varios montajes de este año lo que también hay son distintos acercamientos a la relación entre la mujer y el hombre.

-Sí. Por ejemplo, la propuesta de Teatro en Vilo tiene un recado bestial. No da tregua. Las dos chicas son crueles con los cinco chicos que tienen en el escenario. Pero bueno, está bien. Igual hay gente que sale rebotada, como la última vez que vino la compañía, que alguien me preguntó si eso era humor. Bueno, una mayoría del público salió encantada. Se río más o menos, pero sobre todo vio algo interesante, comprometido y potente. Y está, por ejemplo, lo de Lysístrata, de Las Niñas de Cádiz, que es otro montaje cañero, cañero, cañero. Es verdad que hay en calle una compañía íntegramente compuesta por mujeres, como las hay solo formadas por hombres. ¿Qué pasa? ¿Que hay que destacarlo? Pues parece que todavía sí. Estoy contento de que haya una presencia femenina muy potente y con trabajos muy buenos y comprometidos.

Aunque quedará el resto de la programación por Álava, ¿qué tiene que haber pasado en Araia para que el lunes 16 de agosto, además de cansancio, tenga buenas sensaciones?

-Aunque podamos tener una mayor confianza de la podíamos tener el año pasado, quiero llegar al 16 viendo que hemos podido hacer todas las funciones y que hemos tenido cuanto más público, mejor. Que se haya hecho el festival y que la gente lo haya disfrutado, punto. Tampoco hay mucho más que pedir.