- Tampoco muchas pero todavía quedan entradas para el concierto que hoy a las 20.00 horas ofrecerán Derby Motoretas’s Burrito Kachimba en la capital alavesa.

¿Qué hace un grupo de rock trabajando un lunes?

-Tío... (risas), el rock de ahora no es el de antes. Los rockeros de antes eran los streamers que conocemos hoy. Pero los rockeros de ahora somos como el que tiene un huerto, que tiene que regarlo todos los días, quitarle los bichitos, mirarlo, darle cariño, cantarle a las plantas para que el huerto salga bonito. Los rockeros de ahora somos más bien hortelanos, obreros. Y hay que currar todos los días.

Tenían que haber actuado por primera vez en Vitoria en junio de 2020 dentro del Azkena Rock Festival. Pero como tantas otras fechas, aquello se fue al traste por la pandemia. Es verdad que los miembros del grupo vienen de otras formaciones, pero a esta banda justo le llegó el parón cuando estaba despuntando, justo cuando estaba al pil-pil. ¿Cómo lo vivieron?

-Nunca sabremos qué hubiera pasado con nuestras vidas en ese universo paralelo sin covid. Lo que sí es cierto es que hemos sabido levantarnos del golpe, de ese momento en el que, como decías, estábamos al pil-pil. Nos liamos la manta a la cabeza y nos dijimos: lo único que nos queda ahora es hacer un disco. Y aquí está Hilo negro. Hemos intentado sacarle todo el provecho posible a la situación dentro de la maldad.

Tras todas las expectativas que se generaron con su anterior trabajo, para quién todavía no se haya asomado a ‘Hilo negro’, ¿qué se va a encontrar?

-Quien haya escuchado el primer disco se va a encontrar con una nueva dimensión un poco más honda, como si el primero tuviera tres dimensiones, pues este segundo tiene cuatro (risas). Y el que nunca haya escuchado al grupo se va a encontrar a una banda de colgados haciendo locuras en el local que terminan siendo grabadas. Y aunque parezca imposible, hay gente a la que esas locuras le están gustando.

Bueno, a alguna gente no, a mucha. De hecho, con su anterior disco fueron muchos los que hablaban de la nueva promesa del rock estatal y todas estas cosas. ¿Pasan de eso o son frases que sirven para alimentar un poco el ego, que tampoco viene mal de vez en cuando?

-Nosotros no podemos llegar al local pensando en eso. De hecho, nos lo tomamos a broma. Hacemos mucha coña con esas cosas. En el momento en el que nosotros empecemos a mirar por encima del hombro al resto del mundo, habremos perdido el tren. Hombre, no me entiendas mal, hay cosas que te gusta ver o leer porque están reafirmando un trabajo que estás haciendo. Te hace ver que la música que propones no solo nos gusta a nosotros, sino que también llega a otra gente. E incluso personas que saben del tema, te están diciendo que tires para delante. Pero de ahí a inflarnos el pecho y perder el contacto con la realidad, no. Los pies tienen que estar tocando la tierra todo el rato. Si no, la caída es enorme.

Muchos espectadores habituales de conciertos ya se han acostumbrado a verlos sentados y en las actuales circunstancias. ¿Cómo se ven las cosas desde arriba?

-Es distinto, de eso no hay duda. De hecho, en nuestros conciertos suele haber un momento cumbre en el que nosotros estamos mirando al público y la gente nos está mirando a nosotros, todos muy fijamente, y es como cuando estás mirando a tu novia y ella te está mirando a ti, pero en medio hay una verja. Quieres tocarla, abrazarla, besarla y quitarle la ropa, pero no se puede. Es raro, difícil pero es mejor que nada. No queremos volver a ese páramo absoluto que fue cuando estuvimos confinados, que no podías hacer absolutamente nada. Así que ya te digo que es una sensación extraña. Hay instantes en los que la gente está en lo más alto y ves que se agarra a la silla para no levantarse. Pero también hay momentos en los que bajan las revoluciones del concierto y se produce una intimidad casi de salón. Hacemos un pasaje un poco más abajo, también para entrar en comunión con la gente desde una vibración un poco menos incendiaria, que es la que suele llevar nuestros bolos. Claro, nuestros conciertos suelen ser como el fin de traca de los fuegos artificiales de una feria. Ahora son conciertos raros y bonitos, esperando que vuelva la gente de pie, los refregones, el sudor y la sangre.

Aún con toda la situación, lo cierto es que ustedes han conseguido armar una agenda de conciertos más que interesante.

-Estamos teniendo mucha suerte, la verdad. La estima de la gente y la recepción del segundo disco están siendo muy importantes. Esperemos que no se caiga ningún concierto ahora, que ya no sé cuál es la ola en la que estamos. ¿La decimoquinta? Pero sí tenemos un veranito bastante cubierto y cositas que se están planificando para después de estos meses, con una gira por salas, en la que esperemos que no haya ya aforos reducidos y la gente esté de pie. Ojalá podamos volver a los conciertos de ese momento antes de que todo cambiara.

Cuando aparecieron se empezó a hablar del rock andaluz y de una serie de etiquetas zonales que a veces parece que terminan generando fronteras, es decir, que un grupo que hace un tipo de música con ese apellido local solo puede tocar en su tierra.

-El ser humano necesita clasificar las cosas para comunicarse. Así que a esto le vamos a llamar montaña y a eso lago. Es una premisa básica del ser humano. Por eso a nivel artístico nosotros hablamos de la kinkidelia, que es la etiqueta que nosotros creamos precisamente para hacer esa ruptura. La música no tiene fronteras, pero creamos ese nombre porque sabemos de qué va el juego. Es como cuando eras chico y tu madre te decía que te tenías que poner una ropa. Te la ponías porque era tu madre y punto. Pero por debajo llevabas la camiseta que te gustaba, que ahora para nosotros es la de kinkidelia.

Traigan chaquetita que las noches están de aquella manera.

-Nosotros decimos que vamos por fin al verano (risas).