Aunque a la cuadragésimo cuarta edición del Festival de Jazz de Vitoria todavía le queda una cita más este domingo en el Principal, el certamen se acaba de despedir de la que ha sido su sede temporal desde el pasado miércoles. El Iradier Arena ya es parte de la historia del evento y es de esperar que se quede ahí. Mendizorroza espera, y reclama, el regreso a casa.

Esta última doble sesión en el horario de tarde-noche ha contado con un numeroso público que, al igual que ha sucedido al mediodía, ha ayudado a conformar la mejor entrada de este 2021 en lo que al festival se refiere. Y como ha pasado antes, el calor ha sido asfixiante por momentos.

La primera en hacer acto de presencia ha sido Paceo, acompañada por Isabel Sörling (cantante), Christophe Panzani (saxo) y Tony Paeleman (teclados). Para dentro de no mucho se espera el lanzamiento de su nuevo disco, aunque en este caso ha llegado dentro de la gira que sigue desarrollando con su trabajo Circles, del que hace poco se editó un directo. Eso sí, no ha estado con la formación prevista en un principio, lo que, por otra parte, ha servido para encontrarse con una Sörling a la que no es nada sencillo disfrutar por aquí con sus proyectos.

Entre los cuatro han tomado, aunque con puntos de partida diferentes, el relevo que había dejado Lucía Martínez en el Principal. Desde la inquietud, la experimentación, las ganas de abrir sendas diferentes o cuando menos propias, y el interés por ir un poco más allá, se ha ido configurando una propuesta seria, mimada al detalle y muy cuidadosa incluso a pesar de algún problema que ha impedido en determinados momentos escuchar la batería como era previsible.

Técnica interpretativa y tecnología musical se han puesto al servicio de Paceo en su visita a la capital alavesa. Pero aunque esas dos cuestiones se dominen a la perfección, no hay nada sin emoción. Y eso es lo que ella ha primado, como suele hacer en sus discos. Primero es necesario tener algo que contar y transmitir, y luego servirse de todo lo que sea posible para hacerlo realidad. Así ha sido en esta ocasión. Ella además ha contribuido a que todo fluyera mucho mejor con una gran simpatía y el esfuerzo que ha hecho para hablar tanto en castellano como en euskera.

Tras ella, el turno ha sido para Sánchez, que en su regreso a la capital alavesa y al certamen ha contado con la presencia de Donny McCaslin (saxo), Miguel Zenón (saxo alto) y Scott Colley (contrabajo), con quienes ha estado girando estas últimas semanas de manera especial por Croacia, Italia y Polonia. Son los primeros conciertos que el intérprete está ofreciendo desde marzo de 2020. De hecho, ha hecho referencia a eso, a la necesidad de volver a encontrarse con la gente después de estar actuando tanto tiempo frente a pantallas, algo que el público ha aplaudido con entusiasmo.

De hecho, es la pandemia y sus efectos lo que le ha permitido reunir a este grupo de lujo, ya que cada uno tiene sus proyectos, ahora muchos de ellos parados a causa del covid. Sobre las composiciones de distintos discos del baterista, los cuatro han ido mostrando sus habilidades, pero sin entender el concierto como una simple puesta en común de las cualidades de cada instrumentista. Bien al contrario. Han sonado como si el proyecto llevase tiempo junto. Sánchez debería aprovechar la ocasión con estos compañeros de lujo e intentar convencerles para ir algo más allá.

El derroche de sonidos, aportes y solos ha sido tal que es casi imposible resumirlo en pocas palabras. Los cuatro han sudado la gota gorda, dejando que cada momento fuera importante para el cómputo global.