- Sería injusto reducir su camino a la inevitable referencia que todo el mundo hace a Quincy Jones cuando se habla de Alfredo Rodríguez. Pero la huella del conocido creador y productor norteamericano está ahí. Es indudable. Más allá de eso, lo cierto es que el nombre y la trayectoria del pianista y compositor cubano no para de crecer. Junto a Michael Olivera (batería) y Yarel Hernández Espinosa (bajo), será protagonista el próximo 6 de julio de la segunda jornada del Dazz Jazz, que este año se celebrará en el Conservatorio Jesús Guridi. La cita con el público será a partir de las 20.00 horas. Aunque no muchas, todavía quedan algunas entradas disponibles.

Durante gran parte del verano va a estar tocando con Richard Bona, aunque también con el trío que presenta en Vitoria, sin perder de vista otras propuestas, como el concierto a principios de agosto con Salvador Sobral en Italia. Los músicos están más que acostumbrados a esto, pero entenderá que al público le pueda parecer un poco esquizofrénico.

-(Risas) Igual sí parece un poco locura, pero te acostumbras. Es verdad que son formatos diferentes pero tampoco tanto. Con Richard, por ejemplo, voy a estar tocando algunos conciertos a trío y otras actuaciones con una banda nueva que tenemos. Y con ellos también hago música mía. Al final, trato que todos los proyectos que hago tengan, de alguna manera, relación para también yo sentirme cómodo.

En el caso de Vitoria, ¿qué van a ofrecer al público?

-Yarel y Michael son dos músicos con los que crecí. Estudiamos juntos en la escuela de música de La Habana. Conocí a Michael cuando tenía 15 años y llevamos tocando desde entonces. Así que el público se va a encontrar con eso, con un poco nuestra vida. Siempre digo que desde hace mucho tiempo yo no toco música, sino que trato de tocar mi vida a través de la música. Así que compartiremos con las personas que estén nuestra esencia, de dónde venimos, nuestras raíces, nuestra infancia, nuestros maestros, nuestros amigos, es decir, todas las experiencias que hemos tenido a través de los años. Ellos viven en España desde hace mucho tiempo. Yo llevo en Estados Unidos más de diez años. Ambas cosas nos afectan a la música que hacemos de una manera u otra. Es lo que tratamos de hacer cuando nos subimos al escenario, decir de manera honesta quiénes somos. Nuestro discurso siempre es un mensaje de unión. Somos migrantes en diferentes países y tratamos de buscar la unión a través de la música. La música, también siendo solo instrumental, puede conectar con las personas de una manera muy profunda. Es lo que tratamos de hacer. Eso y traer un poco de alegría en un tiempo tan crucial como éste que estamos viviendo. Nuestro mensaje es de unión, de paz, de armonía, de felicidad.

Ahora que habla de la pandemia, afronta un verano con conciertos en diferentes países. ¿Respeto, miedo, precaución, una locura organizar todo tal y como está la circulación entre estados o cómo lo vive?

-Si te soy sincero, vengo de un país en el que estamos lleno de líos (risas). Sigo la vida, como hasta ahora. Fui un muchacho que desde muy joven decidió irse a otro país sin saber el lenguaje ni conocer las costumbres de ese lugar. A lo largo de mi vida he sido una persona arriesgada en las decisiones que he tomado. Esta puede ser una situación arriesgada para muchas personas, pero, tal vez, una de las misiones que yo tenga en este mundo sea sentarme en mi piano y compartir experiencias positivas con el público. Me debo al público. Por supuesto, todos estamos tomando las medidas necesarias para que todo salga bien. Por ejemplo, yo me he vacunado en Estados Unidos. Pero siempre tratas de cuidarte, no solo por la pandemia. Cuando estás viajando de manera constante, aprendes que hay que cuidarse y que hay que tomar las decisiones correctas para que la vida sea duradera. A partir de ahí, solo puedo agradecer que, después de todo lo que hemos pasado, haya tanta gente que quiera seguir apoyando y compartiendo mi música.

Si la memoria no falla, su primera actuación aquí fue en el Teatro Principal en julio de 2011, en el Festival de Jazz de Vitoria. ¿Cómo ha cambiado diez años después o es el mismo?

-He cambiado en muchos aspectos, más allá de que mi esencia siempre es la misma. Y mis ganas de compartir, de tocar, son iguales. Sigo siendo un niño cuando me subo al escenario. Pero diez años cambian a las personas en todos los aspectos, no solo en el musical. Ahora ya soy hasta papá (risas). En mi humilde opinión, creo que mi vida ha ido haciéndose a través de cambios en positivo y espero que mi música lo refleje. Creo que cuando estuve en Vitoria aquella vez estaba haciendo mi primera o segunda gira por Europa. Y recuerdo un teatro precioso. Vuelvo con más ganas que nunca.

¿Y dónde se ve dentro de diez años?

-Me veo abuelo (risas). No, no, es broma. Mira, además esto me pasó con Michael. Éramos unos jóvenes de 16 o 17 años. Estábamos tocando en La Habana, en uno de los clubes más importantes de allí, La Zorra y El Cuervo. Esa noche solo había una persona en el público. Tocamos como si estuviéramos en un estadio lleno. Terminamos el concierto completamente sudados. Lo dimos todo. Unos meses después yo me quedé en Estados Unidos y mi primer concierto allí fue delante de 18.000 personas. Imagina. Pero en contra de lo que piensa mucha gente, que cree que tienes que tocar de manera especial si hay más público, yo te puedo decir que toqué igual delante de aquellos 18.000 que de la persona que nos vio en Cuba. A todos les das el 100%. Y en diez años me gustaría poder decirte que soy el mismo muchacho de La Zorra y El Cuervo, que sigo con las mismas ganas de crear música y de ser feliz a través de los sonidos.