Es 23 de junio de 2018. El Azkena Rock Festival vibra a lo grande. Joan Jett está sobre el escenario principal de Mendizabala. De repente, el pie de su micrófono empieza a bajarse sin razón aparente. Algo se ha aflojado. A todo meter, un técnico sale de un lateral para solucionar el problema, pero la cantante, sin parar de tocar la guitarra, le hace un gesto para que se detenga. Tras un pequeño escorzo, ella consigue recuperar la verticalidad y volver a colocar todo en su sitio. El concierto sigue con normalidad ante miles de personas. El técnico regresa a su sitio pero permanece atento, como desde el principio de la actuación, a cada detalle.

Puede que su trabajo pasase en aquel momento desapercibido para la casi totalidad de los espectadores. Pero tanto su labor como la de tantas otras personas en diferentes áreas es imprescindible. Sin ellos y ellas no habría ARF. Sería imposible. Y por eso es fundamental tener en cuenta que la decisión de que el certamen no se lleve a cabo por segundo año consecutivo tiene muchas más consecuencias que el hecho de que un aficionado no pueda ver a ese grupo que tenía marcado en rojo. Son muchos los puestos de trabajo que mueve un certamen de este tipo. De eso, muchas veces, se olvidan también quienes no acuden al evento y piensan que la cita consiste en que los hoteles y los taxis estén llenos mientras unos tocan y otros cambian la imagen de la ciudad durante unos pocos días al año.

Es verdad que este 2021 es un tanto diferente porque hay cierta actividad cultural que se está pudiendo llevar a cabo, aunque los datos, por ejemplo, de la situación laboral de los técnicos de espectáculos en vivo de Euskadi hablan por sí solos. Claro que peor estaban las cosas hace un año, con todo parado por completo. Por eso el ARF hizo una edición especial de una camiseta, cuya venta se dedicó tanto a ayudar a esas personas que hacen del festival lo que es como al Banco de Alimentos de Álava. Ojalá en 2022 la situación sea diferente por completo. Será la mejor noticia para todos.

Ya sea de dos o de tres días, el certamen organizado por la promotora Last Tour mueve en cada edición a centenares de trabajadores, empezando, claro está, por los propios músicos y sus crew, es decir, sus acompañantes bien sean técnicos, asistentes en gira u otros perfiles. En algunos casos, las labores que se desempeñan durante una edición cualquiera dependen de manera directa del festival. En otros, se generan de manera paralela a su celebración. En este último caso, por ejemplo, están los periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión. A grandes rasgos, para que cualquier día sea posible es necesaria la intervención de los regidores o stage managers, de quienes se mueven en el área de infraestructuras, de los montadores de escenarios, barras y baños, de la gente de limpieza, del personal técnico tanto de luces como de sonido y de quienes están en la coordinación técnica y de producción.

Junto a ellos y ellas están quienes se encargan de los transportes, de recibir y atender a los artistas, de llevar el catering del backstage, de proveer las pantallas y las imágenes que se proyectan tanto de los conciertos como de la publicidad que se emite entre actuaciones. Se encuentran además las personas que están en las taquillas tanto para la venta de entradas como para el canjeo por las pulseras, quienes atienden los puestos de comida, ropa y discos, incluyendo el stand de merchandising oficial, y ello sin olvidar a quienes recorren el recinto con las ya habituales mochilas de cerveza. Además, están quienes hacen posibles las actividades paralelas (como la lucha mexicana) y quienes gestionan los espacios que se ceden a los colaboradores del certamen para sus actividades promocionales.

La lista, de todas formas, no acaba ahí. Para empezar porque tanto todas estas personas como quienes asisten al certamen saben que en todo momento ahí están por si pasa cualquier cosa tanto Bomberos como el personal de atención sanitaria. A eso se une quienes se encargan de la seguridad, tanto de controlar los accesos como de los fosos de los escenarios durante los conciertos y otros espacios. Todo ello sin perder de vista a quienes conforman la propia plantilla de Last Tour.

Con todo, no hay que perder de vista algo importante. El trabajo de estas personas puede que se concentre en dos o tres días, pero es producto de una labor que no se detiene ni un momento en todo el año. De hecho, cada ARF se empieza a diseñar con mucho más tiempo de antelación. Eso hace posible, por ejemplo, que durante una edición se puedan anunciar las primeras bandas de la siguiente. Es de esperar que en 2022 suceda así y que la gran familia azkenera, también en lo laboral, se reencuentre.

Desde el personal de limpieza del recinto hasta el personal de taquilla, son cientos las personas que hacen posible el festival

Más allá de lo que sucede en Mendizabala, cada edición se trabaja con más de un año de antelación para poder ofrecer el mejor cartel