- Con 65 años de trayectoria, la actriz Gemma Cuervo se siente “feliz, respetada y muy querida” tras saber que recibirá el Max de Honor, un galardón que espera “con cosquillas en el estómago; estoy tan ilusionada como una niña cuando espera a los Reyes Magos”.

En una entrevista concedida tras saberse ganadora del Max de Honor, el galardón que distingue la trayectoria de una persona por su aportación, entrega y defensa de las Artes Escénicas, Gemma Cuervo (Barcelona, 1934) ha reconocido que le hace ilusión que le tengan tanto cariño y respeto como para darle este premio “tan extraordinario”. Pertenece a una generación de actrices duras, valientes, reivindicativas y feministas. “Ahora de feminismo vamos un poquito mejor, pero vamos muy mal”. No arremete contra los hombres, está a favor de que se les enseñe lo que no se debe hacer, que borren las barbaridades que hacen. “Normalmente las mujeres no arrastramos cadáveres en maletas. El machismo está rompiendo vidas”.

“Lo más gratificante de mi carrera ha sido hacer teatro”, explica la actriz quien reconoce que su profesión es muy especial, ya que los libros que no ha leído los ha interpretado.

El teatro es su vida, “un recreo del alma”. La interpretación “es un intercambio de almas realmente extraordinario”, añade esta actriz que cuenta con una fructífera carrera, más de cien montajes teatrales y compañía propia junto a su entonces marido, Fernando Guillén, fallecido en 2013.

“El teatro sirve para transformar las sociedades, para dar comunicación y para que la igualdad del ser humano se unifique a través de los grandes textos”. Por el momento, no quiere oír de hablar de jubilación -solo “para cobrarla”, cuenta entre risas- esta actriz que inició su carrera en Barcelona en el Teatro Español Universitario en 1956 con Amor de don Perliplín con Belisa en su jardín, de Lorca.

Debutó profesionalmente con Adolfo Marsillach con la obra Harvey en 1959. Luego, José Tamayo le lanzó la caña para que se incorporara a la Compañía Lope de Vega y al Teatro Español de Madrid, donde interpretó El avaro de Molière o La Orestiada de Esquilo, entre otras piezas.

No se ha dejado ninguna obra en el tintero. “Siempre me han dado textos y personajes muy buenos; no es que me hayan mimado, más bien es que me necesitaban y entonces y me he sentido mimada más que necesitada”.

Aunque su labor en el cine ha sido más reducida -ha intervenido, en más de una veintena de películas, entre las que destacan: La vida es maravillosa (1955), El escándalo (1963) o Los chicos del preu (1967)- su amor por la gran pantalla también ha sido apasionado aunque menos intenso.