- Un solo tema alumbrado en apenas una tarde y lanzado de manera independiente colocó a los murcianos Arde Bogotá en el retrovisor de multinacionales, festivales y público para editar un LP de guitarras raudas y norturnas en el que, paradójicamente, se preguntan: “¿Se ha muerto el rock ya o me lo tengo que cargar?”.

“El rock se murió hace mucho, pero no pasa nada; es motivo de celebración, porque el que no sea ya la música más mainstream hace de él un lugar para experimentar”, responde el compositor y vocalista de este grupo de Cartagena, Antonio García, con una seguridad y locuacidad que hacen dudar de que éste sea su álbum de debut.

De una conversación similar sobre géneros musicales (en concreto, de si existía como tal el rock en español), en 2017 surgió la simiente de Arde Bogotá en un bar en el que acababa de conocer al que es hoy su guitarrista, Dani Sánchez, quien ya tocaba en esos días con el bajista, Pepe Martínez, y el batería, José Ángel Mercader Jota. Reunidos y en poco más de una tarde, sobre un tema medio esbozado de García alumbraron Antiaéreo, que los catapultó a la fama. “Vimos que ahí pasaba algo extraño, que había entendimiento, nos quedamos con esa fórmula y empezamos a tocar sin parar”, rememora el cantante.

Lo confirmó en un viaje que este tuvo a la capital de Colombia. Según les contó después a sus compañeros, sus amigos de allí enloquecieron con las maquetas que les puso en el coche mientras cruzaban la ciudad de fiesta. “Ardía Bogotá”, apuntó alguien, y así quedó bautizada la banda.

“El batería dice que hicimos un pacto con el diablo y estoy esperando que venga a cobrarlo”, resume García en broma tras el éxito inesperado que les llevó primero a un festival a pie de calle en Murcia y, después, a fichar por la agencia Son Buenos y por Sony Music.

La música es aún un sueño compartido con trabajos paralelos, pero ya ha dado de sí un EP, El tiempo y la actitud (2020), y ahora La noche, que bebe mucho del síndrome de abstinencia de fiesta que sufren los veinteañeros a causa de la pandemia. “Lo que más echábamos de menos era salir y entrar a un garito con la música a tope”, reconoce García.

Sus canciones se mueven entre dos grandes ejes: “El futuro y el amor” y, con él, el sexo. “Con nuestra vida laboral medio precaria, lo que más nos preocupa al llegar a casa y mirar el techo son las relaciones sentimentales; ahí entra el sexo como forma de conocer y dejarte conocer, de desinhibición, de tabúes”, explica.

De ello dan cuenta temas como Cariño y un verso (Ven a bailar una canción de mierda) que da también la medida de su idiosincrasia musical. “Si en nuestras canciones hay algo de ambición intelectual ha sido sin querer, porque lo que nos gusta es ser reales”, sentencia sobre su propósito de abundar en la experimentación, pero “no regodearse” en ella.

“Las canciones de mierda son las que te salvan y pasa con el arte en general. Puedes hablar de lo guay que es un artista, que llega un capítulo de Los Simpsons y por cualquier tontería es lo que te conecta. Esa magia es a la que hay que aspirar”, opina.

Así reconocen por igual la influencia en sus guitarreos ágiles de grupos como Arctic Monkeys, Foo Fighters o de sus paisanos de Viva Suecia y Second (“Sean Frutos es para mí el mejor cantante de música en castellano desde Bunbury”, afirma), pero también la de Dua Lipa y los sintetizadores de Future Nostalgia o los patrones rítmicos del My Beautiful Dark Twisted Fantasy de Kanye West.

Felices en la dicotomía, incluso en la contradicción, al final no reniegan ni de su cualidad de “banda de rock” si eso sirve para anticipar lo que podrán escuchar quienes se asomen a su música: “Cantar, saltar, un show enérgico, guitarras, solos... el gusto por la música en directo”.