- El escritor José Ignacio Carnero (Portugalete, 1986) debutó con Ama, una novela en la que relataba la enfermedad terminal de su madre, con la inocencia de quien cree que le leerán “cuatro amigos”. Cinco ediciones después, este abogado afincado en Barcelona da el salto a la editorial Random House Mondadori. Esta vez con la certeza que la cosa se pone seria. Desdibujando la delgada línea que separa la realidad de la ficción, en una nebulosa llena de engaños para el lector, ahonda en temas tan actuales como la soledad de nuestros tiempos, la insatisfacción continua de una generación o la obsolescencia de la vieja masculinidad. Todo ello con una voz auténtica en la que no se limita a la escritura confesional.

Publicar un libro sobre la fragilidad humana en medio de una pandemia tiene algo de oportuno.

—El libro está escrito mucho antes de la pandemia, pero ahora tiene una lectura añadida. No crea nada nuevo, sino que subraya cosas que ya estaban ahí. Quizás se vean de forma más clara los problemas de salud mental, la fragilidad… problemas que a raíz de la situación se han acentuado.

Tras su ópera prima, de la que ya se han publicado cinco ediciones, ha conseguido dar el salto al sello mayor de la editorial.

—Es una alegría y una satisfacción estar en un catálogo tan prestigioso. La primera novela, Ama, la publique con bastante ingenuidad. No sabía muy bien lo que me esperaba, pero tenía la conciencia de que la mayor parte de los libros los leen muy pocas personas. Luego lo ha leído mucha gente y ha funcionado muy bien. Pero pensaba que lo iban a leer cuatro amigos. Con esta segunda novela sabía que iba a ser algo más serio.

Retoma la misma voz que en la novela ‘Ama’.

—Sí, cuando me puse a escribir este libro no tenía nada claro qué es lo que iba a hacer. Fue un descubrimiento entender que podía utilizar la misma voz que en Ama para contar otras cosas e incluso para llevarla al terreno de la ficción. A partir de ahí la historia fluyó más o menos sola. Es de las cosas más importantes: tener una mirada, una voz. Lo que cuentes no es que sea secundario pero facilita mucho las cosas tener un modo.

En lo que cuenta, precisamente, hay alguna diferencia con respecto a la novela anterior, en el sentido de que ahora no se ciñe a la realidad.

—En esta ocasión, el material del que me he nutrido es muy diferente. En Ama era un retrato de mi madre, el material era la realidad pura. A medida que escribes ensucias la realidad necesariamente. En esta novela hay una parte muy importante de material biográfico y hay otra parte que no lo es.

Se maneja bien en esa ambivalencia en la que el lector debe decidir qué es verdad y qué es literatura.

—La literatura necesariamente es ambivalente. Incluso en una novela como en la anterior, en la que el material era la realidad, también mientes ahí. No hay dos mundos absolutamente desconectados, el de la ficción y el de la no ficción. Desde el momento en el que empiezas a escribir empañas la realidad, que es una: la vivida. El resto es humo. Cuando el material es la ficción, incluso depende de cómo lo hagas, igual estás contando más verdad que cuando es no ficción.

¿Entonces no hay forma de contar la verdad?

—El que escribe está mintiendo, fingiendo, deconstruyendo un mundo. Y lo hace con diversos materiales. Creer o entender que el material único es lo biográfico, que es verdad, y por lo tanto las herramientas del escritor son otras distintas… Eso no es así. Al hacer literatura, si te dejas llevar, tienes que ser ambivalente por necesidad.

¿Siente que ha evolucionado de una novela a otra?

—No he notado que haya cambiado como escritor. Son materiales distintos pero a la hora de llevarlos a papel es lo mismo.

“Escribir es eso: engañar a los demás, fingir ser otro siendo el mismo, pasearse disfrazado por la ficción. Lo único distinto es que escribiendo, a diferencia de lo que ocurre en la vida real, uno no se siente culpable de toda esa mentira; es más, sucede al revés: que siente cierta satisfacción”, escribe. ¿Se identifica con esa satisfacción?

—Sí, lo que se hace con la literatura, al menos lo que yo hago, es tratar de ajustar la realidad. En un libro las cosas están quietas y son del modo en el que uno las escribe. En la vida no, pasa casi volando. Está el azar, una enfermedad, una conversación, una decisión… La vida es azarosa, volátil, no se puede captar, aprehender. Los libros tienen todo el tiempo del mundo para engañar, disfrazarse, ajustar.

¿Ofrece más libertad salirse de los límites de la realidad?

—Lo que hacen muchos escritores, y yo voy por ahí, es tratar de ajustar una realidad propia que no termina de gustarnos y que en el libro está ajustada. Esa es la forma que yo sospecho que he tenido para explicarme cosas que de otra forma no sería capaz de hacer y para equilibrar aquello que en la vida está forzosamente desequilibrado.

En ‘Hombres que caminan solos’ habla de gente que espera ser encontrada al citar ‘Lost in Translation’: “Como Bill Murray, esperamos no se sabe qué en la barra del inmenso bar que es Tinder”.

—Es una película que me ha gustado siempre muchísimo. Creo que el estado mental que se encuentra el narrador de la novela es muy parecido al de Bill Murray en Tokio. El viaje que hace a Buenos Aires el protagonista es un paréntesis en la vida de una persona que está desorientada, no sabe a qué aferrarse y decide huir de sí mismo, a ver qué sucede. Esa desorientación, esa dislocación de la realidad, está en la novela. Me influyó mucho la película. Bill Murray está en la barra de un hotel y el narrador de la novela en Tinder. Han pasado 20 años desde la película y hay muchos Bill Murray por ahí.

Una de las aportaciones que realiza su novela es la de hablar de la depresión masculina sin tapujos.

—La gestión de las emociones en las mujeres es mucho más hábil que en los hombres. Hemos tenido encomendado en nuestra vida el lado de la acción y continuamente arrastramos ese comportamiento, comportándonos sin mostrar aquellos puntos en los que somos más vulnerables. Cualquiera que mire a su entorno verá que las mujeres están mucho más dispuestas a pedir ayuda y gestionan sus emociones con mucha más inteligencia que los hombres. Lo estamos haciendo cada vez mejor, pero todavía nos queda mucho por delante.

“Lo que hacen muchos escritores, y yo voy por ahí, es tratar de ajustar una realidad propia que no termina de gustarnos”

“La vida es azarosa, volátil, no se puede captar, aprehender. Los libros tienen todo el tiempo del mundo para engañar, disfrazarse”

“Las mujeres están mucho más dispuestas a pedir ayuda y gestionan sus emociones con mucha más inteligencia que los hombres”