Este es, reza la contraportada, un libro "escrito desde el desgarro, la exploración de los recuerdos de infancia y la intención de reconciliarse con el pasado". Se trata, en definitiva, de "un diario íntimo", y, a la vez, de "un ejercicio de sanación colectiva". Todo, por supuesto, pasado por el estilo iconoclasta de Itziar Ziga.
El exhibicionismo nunca le ha asustado, pero en este libro se desnuda de otra manera, íntima, dolorosa, sanadora... ¿Cómo definiría el ejercicio que hace con esta publicación?
-Este es el libro que tenía que escribir, mi libro más importante, más ineludible. Cómo dices, tiendo a largarlo todo: porque lo personal es político, y por deshacer la vergüenza aprendida. Esa vergüenza no es nuestra, es impuesta, nos daña, tenemos que quitárnosla. Contar que mi padre maltrató brutalmente a mi madre ha sido más duro que contar que me encantan las orgías, claro. Hablo de dos tabúes: el sexo y la violencia. De dos estigmas: puta y maltratada. Puta y víctima solo pueden decirse en femenino, es fortísima la misoginia que nos atraviesa. Puta te envilece; víctima, te degrada. Una de las motivaciones más fuertes para abrirme en canal en este libro era levantar la losa trágica arrojada sobre la historia de mi madre, de mi hermana y mía por haber sido víctimas de violencia machista. Por eso ha sido tan liberador y también sanador compartir no solo mi historia de violencia sufrida, sobre todo mi historia de recuperación a través del feminismo, que me ha dado respuestas, comunidad y terapia. Y, ahora, en los últimos años, de nuevo revolución.
¿Qué ha dicho su familia del libro y que cree que diría su madre?
-Para escribir este libro he tenido que darme permiso a mí misma en cada párrafo, ¡aunque fuera mi propia vida! Pero claro, de la violencia de los machos no se habla, a los machos se los protege, y eso que soy feminista desde hace décadas. Pero así crecimos todas. Mi ama murió en 2014, a ella no he tenido que pedirle permiso en cada párrafo, pero sabía que escribiría este libro. Nosotras hablábamos de la violencia de mi aita, la vivimos juntas, y siempre nos apoyamos. Ya en mi primer libro, Devenir Perra, en 2009, contaba cómo reanimé a mi amatxo cuando mi aita la desplomó contra el suelo de nuestra cocina siendo yo una niña. Y ella lo leyó, por supuesto. Pero es que las vecinas, oían los gritos de mi madre, y los nuestros. Yo siempre supe que nuestras vecinas sufrían con nuestros gritos, y que no podían hacer nada entonces. Patriarcalmente se considera que las mujeres somos unas chismosas, pero somos nosotras quienes hemos quebrantado el pacto de silencio que permite los horrores en las casas. Toda mi familia es de Iruñea, conozco la angustia por el qué dirán y nunca la he acatado porque va contra mi libertad. En el libro cuento cosas horrorosas y preciosas que nos han sucedido, y somos reconocibles, ¿pero a qué familia no le han sucedido cosas horrorosas y preciosas?
También es la historia de su padre, ¿cómo se ha sentido al sacar todos esos recuerdos, los malos, pero también los buenos, y qué cree que pueden aportar a las personas que han vivido o están viviendo una violencia así en sus casas?
-Ningún hombre nace con voluntad de maltratar a las mujeres, ni siquiera nace hombre. Como diría Simone de Beauvoir, no se nace macho, se llega a serlo. Mi madre no solo fue una mujer maltratada, y mi padre no solo fue un maltratador. Yo ya no estoy cabreada con mi aita, por eso también quería retratarlo, rescatarlo. A mí me duelen los machos, no solo porque dañan, también porque sufren. Hace poco leí que, las niñas que crecimos en un hogar patriarcalmente violento tenemos tres veces más posibilidades de llegar a ser mujeres maltratadas; y los niños, tres veces más posibilidades de ser maltratadores. Es terrible, tenemos la responsabilidad revolucionaria de ayudar a esas criaturas a construir una vida libre de violencia machista.
En ese sentido, también es un libro para hombres, ¿no? ¿Es importante que conozcan estas historias en primera persona? ¿Qué feedback ha recibido de hombres que han leído el libro?
-Con mis libros me ha pasado algo maravilloso, y es que muchos hombres se han sentido tan acogidos como interpelados. Me pasó desde el principio, en 2009, cuando parecía que solo cuatro feministas leíamos sobre feminismo. Pero yo me sentí desbordada, es de las cosas más bonitas que me han pasado. Mucho feedback y muy diverso. Fíjate que las dos primeras respuestas que tuve de La feliz y violenta vida... vinieron de dos hombres.
Esta es la historia de Maribel Ziga, pero a través de ella nos cuenta las de otras mujeres que, como ella, lucharon por tener una habitación propia, un lugar propio en el mundo: ahí están Presen, Lucía, Dori... ¿Qué han significado estas personas en su experiencia vital, en su forma de afrontar la vida?
-Las amigas lo son todo, da igual el género. La comunidad, los vínculos elegidos, las complicidades que te hacen venirte arriba, que fluyen, que están vivas, que se rompen si hace falta. La gente con la que vibras, en contraposición a la pareja, la familia y la cuadrilla como eternizaciones monolíticas y aburridísimas de la norma, ¡que horror! A mi amatxo le costó muchísimo quitarse de encima al macho, como nos cuesta patriarcalmente a todas, pero siempre buscó la complicidad y las risas con amigas. Lucía, una amiga chilena de mi amatxo, se encaró a mi padre cuando él pretendía que ella no volviera a visitar nuestra casa. Todos los maltratadores tratan de aislarnos. Ella le dijo que la casa de su amiga era su casa y fue como un sortilegio liberador. ¿A quién acudimos cuando ya no podemos más con el macho? A las amigas, a las hermanas, al feminismo antes que a la policía.
Aunque el libro es claramente un relato autobiográfico, también es un ensayo sobre el género, ya que abordas cuestiones como la pobreza de las mujeres que se separan, los trabajos a los que están abocadas... ¿Era importante darle ese enfoque también a todo lo vivido?
-Claro, porque en nuestras vidas todo lo estructural está encarnado. Separé en el relato un capítulo para analizar la vida de mi madre como un asalto económico permanente por ser mujer. Hace unos 27 años, escuché a la socióloga feminista Blanca Fernández Viguera afirmar que, con los datos en la mano, a las mujeres el matrimonio, el divorcio y la viudedad nos empobrecía. Se me quedó grabado, también porque la realidad no ha parado de recordármelo. A nivel mundial, las mujeres somos el 50% de la población, realizamos las tres cuartas partes del trabajo, para cobrar el 10% de los salarios y tener a nuestro nombre el 1% de la propiedad. Lo dice la ONU, que no se nos olvide.
Por supuesto, en el libro aparecen las mujeres de Tamaia, ¿qué han significado para Itziar Ziga?
-Desde Olympe de Gouges durante la Revolución Francesa hasta Evita Perón, construir refugios para mujeres violentadas siempre ha estado en nuestra agenda feminista: por algo será. El primer refugio en Barcelona fue montado por feministas que okuparon un edificio a principios de los 80. Algunas de aquellas activistas, con los años y la experiencia con las mujeres, decidieron organizar un programa de recuperación emocional gratuito para ayudarnos a seguir adelante sin agujeros en las entrañas. Yo las conocí como periodista y me acogieron como mujer violentada. Podría haber sobrevivido sin ellas, pero prefiero ni imaginarlo. Ellas dicen: la sociedad tiene la obligación de ayudar a las víctimas, y las víctimas tienen la responsabilidad de recuperarse.
Hacia el final del libro dice que por primera vez cree que estamos cerca de derrocar al patriarcado, ¿por qué lo crees y cuán cerca estamos?
-Jajaja, creo que digo que por primera vez vislumbro el final del patriarcado, no sé cuánto de cerca. Yo fui una niña que gritaba cuando mi padre golpeaba a mi madre, se oían todos nuestros gritos y nadie hacía nada. Durante décadas, las únicas que hablaban de violencia machista éramos las feministas, esas locas. Y eso que la primera causa de muerte a nivel mundial en las mujeres de entre 14 y 44 años es el feminicio. Brutal, me sigue estremeciendo cada vez que lo digo. Pero, en los últimos años, hemos logrado que la sociedad se mire al fin en el espejo de su espejo feminicida y se espante. La respuesta multitudinaria a la violación de La Manada ha sido grandiosa. Por eso tengo más esperanza que nunca.
¿Cómo se ha quedado después de escribir y, lo que es más, de publicar y compartir este libro?
-Tardé tres años en escribir este libro, inusual en mí, que escribo a toda hostia. Pero me quedé flotando al terminarlo. Físicamente. Estoy recibiendo mensajes preciosos de muchísima gente, algo que me hace gravitar. Pero, hasta que no podamos abrazarnos y cotorrear tomando unas cañas, como siempre hemos hecho y volveremos a hacer en pocos meses, no quiero hacer ninguna presentación. Compartir nuestras historias y venirnos arriba comunitariamente, mejor en los bares que en las pantallas. Sueño con encontraros en Katakrak.