“La creación es una necesidad inexplicable que te obliga a hacer una serie de cosas supeditadas casi exclusivamente a tu deseo”. Han pasado más de cinco años del fallecimiento de Juncal Ballestín pero las palabras de la artista gasteiztarra siguen resonando. Incluso tienen ahora más actualidad al abrirse la exposición La vida como ejercicio puesto que, como ella decía, “lo que persigo es que, sin tener la necesidad de leer mucho, cualquiera se pueda acercar a lo que hago”. Pues hasta el 23 de mayo, quienes se acerquen a Artium van a poder comprobar la veracidad de la idea.

La exposición no trata de ser una amplia retrospectiva ni el recuerdo de un pasado que ya no tiene vigencia pero que, por algún motivo, hay que homenajear. Es el reflejo, a partir de pocas pero seleccionadas piezas, de un espíritu libre, impulsivo, visionario, interdisciplinar, investigador, creativo, actual, emotivo, reflexivo y poliédrico. “Esto es algo más que una exposición temporal en un museo” dice Fernando Illana, comisario de la muestra, responsable de la desaparecida Trayecto, artista y amigo de Ballestín, quien además se pregunta si la muestra es un punto de llegada o un lugar de partida puesto que está por ver cómo se va a trabajar con el legado de la creadora presente en esta producción cuando ya se cierre.

El recorrido por la exposición -en cuya presentación no solo está el recuerdo a Ballestín sino también a otro gran artista del territorio como Rafael Lafuente- se inicia con la proyección de un vídeo sin título sobre pared negra que representa pintura deslizándose sobre una superficie. En el espacio principal de la muestra se presentan dos grupos de pinturas, las Pinturas lacustres (2004), realizadas sobre papel; la serie Parásitos (1992), un conjunto de pinturas sobre piel sostenidas con varas de avellano, y Lo último que se pierde I (1997-1998).

En el mismo espacio, objetos e instalaciones dan idea del origen y proceso de trabajo de Juncal Ballestín: obras de la serie Violencia sin límite, como Pasa por el aro (1999) y Sin título (machete) (1998); de la serie Objetos con carácter, como A Frida (1999), A Meret (1996) y Sopa de ganso (1998); y de la serie Cobres; así como piezas no seriadas, entre ellas El arco y el triunfo (1994), Naturaleza muerta (1986) y Sin título (espiral de latón) (1986).

El recorrido concluye en una pequeña sala en la que, distribuidos en varias vitrinas, se pueden ver un conjunto de documentos que ilustran distintos aspectos de su trabajo: fotografías, dibujos, bocetos, anotaciones e instrucciones manuscritas para el montaje de las obras, referencias a su trabajo escenográfico para la cooperativa Denok y el grupo La Farándula, catálogos, folletos y otras publicaciones.

Como explican desde el museo, la mayor parte de las obras en exposición forman parte del legado de la artista que permaneció en su estudio de la localidad de Otazu durante más de cinco años. “Aunque perfectamente ordenado y clasificado por la artista, el tiempo transcurrido ha obligado a realizar una serie de intervenciones previas sobre las obras expuestas, muchas de ellas realizadas con elementos de carácter orgánico. Bajo la dirección del servicio de Restauración de la Diputación, el primer trabajo consistió en la eliminación de parásitos e insectos mediante un tratamiento de anoxia. Tras este proceso, que requirió varias semanas, el trabajo se concentró en el análisis y limpieza de cada una de las piezas, con el fin de que estuvieran en perfecto estado para el montaje de la explosión”.

De hecho, la muestra se ha podido hacer “gracias al acuerdo de colaboración entre Artium y la Fundación Anesvad, heredera del legado de Ballestín”, según explica Illana. “La familia de la artista vitoriana era colaboradora de la ONGD y su solidaridad se extendió hasta después de su fallecimiento en forma de legado solidario. Su herencia se destinará a los programas que Anesvad desarrolla para garantizar el derecho a la salud y combatir las Enfermedades Tropicales Desatendidas en contextos empobrecidos de África subsahariana”, describe el museo.